Están a punto de cumplirse cincuenta y nueve años de mi nacimiento en la pequeña aldea de Villamarín de Salcedo en el concejo de Grado. El día de Reyes fui bautizado con agua caliente en la casa rectoral porque había nevado y hacía mucho frío. Era tan “ruin” (débil) que mis padres decidieron bautizarme en la casa donde vivían atendiendo al anciano cura D. Manuel. Aquel día de la Epifanía de 1957 comencé a recorrer el camino de fe en la que perseveré firmemente hasta el día de hoy. Han sido muchos los dones y gracias que he recibido de la misericordia divina por los que doy infinitas gracias Dios. A pesar de mis torpezas y pecados, por los que pido perdón, el Señor siempre ha estado a mi lado perdonando, animando, consolándome y abrazándome con mucho amor y ternura como los padres abrazan y besan a sus hijos.
Desde niño amé a Dios sobre todas las cosas y a él me entregué con todo mi corazón; ayudado, comprendido y respetado siempre por mi querida familia. Al descubrir en mi adolescencia que el Señor me llamaba a servir a la Iglesia y al mundo como sacerdote salí de mi pueblo, sin saber mucho a dónde iba; pero con la conciencia clara de que era el Señor quien me sacaba de los apriscos y de las tareas de pastor a fin de prepararme para pastorear a su Pueblo. El Señor quiso poner a mi lado profesores, maestros, amigos y compañeros de camino excepcionales con los que he mantenido y deseo seguir manteniendo una sincera relación de amistad. Ellos me ayudaron a descubrir el mundo y la cultura, a comprender mejor la Palabra de Dios, a vivir y celebrar con gozo el Misterio de la fe y a adiestrarme en la virtud y en el amor al prójimo. A todos ellos, vivos o difuntos, les agradeceré siempre su compañía, su sabiduría y su consejo.
Y, cuando Dios quiso me consagró para sí y me envió a la misión de cuidar espiritualmente a su Pueblo que peregrina en Asturias. Fiel a la vocación y a la responsabilidad que se me había confiado anuncié el evangelio a todos, celebré los sacramentos y traté de amar con amor de padre y de amigo a las personas que el Señor puso en mi camino; desde Cangas del Narcea hasta Arriondas, desde Teverga a Avilés y desde Oviedo a toda Asturias. Una riquísima experiencia eclesial y social que ha fortalecido mi fe y ha ensanchado el amor de mi corazón por esta Iglesia Diocesana y por la sociedad y cultura asturiana. El conocimiento y el trato con tantas personas a lo largo y ancho de la geografía de nuestra tierra han configurado mi forma de ser y de pensar: me han enseñado a ser más humano, más misericordioso, más valiente para testimoniar la fe y más justo a la hora de resolver los problemas. Las situaciones tan peculiares que he tenido que resolver me han ejercitado en la búsqueda de la verdad para solucionar los conflictos, a dialogar con todos y a ser prudente antes de tomar cualquier decisión. He contemplado el rostro de Jesús doliente y pobre en los enfermos y pobres; sonriente y alegre en los jóvenes y en los niños, dulce y cariñoso en los padres de familia y en los abuelos, amigo y misericordioso en los sacerdotes y sabio y bueno en los tres arzobispos con los que trabajé estrechamente durante casi veinticinco años.
Ahora, al partir para la nueva misión que el Santo Padre me encomienda como obispo de Astorga quiero despedirme de todos vosotros con un inmenso abrazo. Toda la experiencia de pastor, toda mi sabiduría la he recibido del pueblo y de la iglesia asturiana. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Muchas gracias! Querido Sr. Arzobispo, querido Vicario General y viarios episcopales, hermanos del Cabildo Catedral, hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de la vida consagrada, fieles laicos, autoridades civiles, familia y amigos todos: Deseo daros las gracias por todo lo que he compartido con vosotros y el bien que me habéis hecho. Al mismo tiempo pido perdón por el perjuicio que hayan podido causaros mis faltas y pecados. ¡Qué el Señor premie vuestra caridad para conmigo y la Santina de Covadonga nos siga protegiendo a todos! En este momento me vienen a la memoria las palabras que Jesús dice a sus discípulos en el evangelio según san Lucas: “¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10). Pues así es. Sólo procuré hacer lo que tenía que hacer, por tanto, no a mi sino a Dios y a su santo nombre demos gloria y honor por los siglos de los siglos.
+ Juan Antonio, Obispo electo de Astorga
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