(La Puerta de Damasco) La Eucaristía es el sacramento- el signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia - que hace presente al mismo Cristo. Es el signo eficaz que hace presente no solo el sacrificio de Cristo, sino su misma Persona, indisociable de su sacrificio, bajo las apariencias del pan y del vino.
Si un sacerdote válidamente ordenado celebra la Santa Misa, obra, en la Persona de Cristo, la admirable conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre. Dios, para llegar a nosotros, se sirve de mediaciones a la vez concretas y universales: el pan y el vino.
Lo que parece pan, sigue pareciéndolo, pero tras la consagración en la Misa, ya no es pan: es el Cuerpo de Cristo. Lo que parece vino, tras la consagración en la Misa, sigue pareciéndolo; pero ya no lo es: es la Sangre de Cristo. Y esta transustanciación no ocurre por arte de magia, sino por el poder soberano de la palabra de Cristo y por la acción del Espíritu Santo.
Es imposible, sin participar en la Santa Misa, poder distinguir entre una oblea y la Sagrada Hostia. Todo sigue pareciendo lo mismo, pero no es, ya, lo mismo.
¿Qué haría yo si me encuentro, por los motivos que sea, una oblea que, quizá, pueda ser más que una oblea? La trataría con el máximo respeto, pero eso no significaría, sin más, arriesgarme a un culto materialmente idolátrico y, tampoco, sin más, me arriesgaría al sacrilegio.
Me arriesgaría a la idolatría si, por razones aparentes, tratase un trocito de trigo como si fuese el Santísimo Sacramento. Me arriesgaría al sacrilegio si tratase al Santísimo Sacramento como si solo fuese un trocito de trigo.
No cabe apelar, con una inteligencia humana, a un discernimiento definitivo. Es posible que el Diablo pueda hacerlo; los hombres no podemos.
Ante la duda, ¿qué hacer? Pues obrar con prudencia. Si se sospecha que una o varias formas – u obleas – pueden ser formas consagradas, hay que hacer todo lo posible por rescatarlas. Y someterlas, con todo respeto, por si acaso, a un proceso bastante simple; por ejemplo, disolverlas en agua. Si dejan de parecer pan, tendremos la seguridad de que ya no es el sacramento de Cristo.
Pero, de la misma manera, ante la sospecha, sin certeza moral, de que las humildes obleas no sean la humilde presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, no debo ceder sin más a la duda, sino cerciorarme, y tratarlas con el mismo respeto, como si pensase que, realmente, podrían ser formas consagradas.
Pero, sin certeza moral, no me pondría de rodillas ante esas formas. No, ante la promesa de alguien que se presentase como nada fiable.
Y habrá que denunciar y prevenir que cualquiera, sea con el pretexto que sea, se acerque a la comunión “alegremenente". Para comulgar hay que reconocer y adorar a Cristo. Comulgar de otro modo es un abuso y una estafa. Y ambas actitudes, abuso y estafa, no pueden ser toleradas.
Habrá que denunciar que, alguien que se acerque a comulgar con engaños, use la realidad sacramental de la Eucaristía como mera apariencia, o como amenaza de mera apariencia.
Y habrá que denunciar que, sea burlando la verdad o aprovechándose de ella, se haga objeto de instrumentalización lo que, en verdad o en apariencia, no puede serlo nunca.
No es justo tomar a Dios a broma. Si se tomase a Dios a broma, todo valdría. Y si todo vale, nada vale.
Guillermo Juan Morado.
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