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lunes, 28 de diciembre de 2015

Cáritas en Navidad.Por el M.I. Sr. D. José Fuentes y García-Borja



En el siglo XVII Francia era un hervidero de ideas y pasiones religiosas, políticas y doctrinales. San Vicente de Paúl renueva la «Teología de Jesucristo en el pobre» y funda el Apostolado Seglar de la Caridad. Colabora con todos, recoge ideas y orientaciones de la restauración espiritual del Concilio de Trento. Se apoya en los grandes para servir a los humildes: la poderosa familia de los Gondi; el poder de Richelieu; de la española Ana de Austria, reina de Francia; de la duquesa de Ayguillon, dama de la Caridad, y casi toda la nobleza. Todos entorno del padre de los pobres y defensor de la Iglesia. Vicente, de ascendencia española por sus apellidos de Paúl y Moras, llevará a sus empresas las formas del aldeano, mezcla de aragonés y francés, tesón indomable y prudente lentitud en su trabajo silencioso del labrador que siembra con esperanzas. Estudió en las universidades de Zaragoza y Tolosa. El 20 de septiembre de 1600 viaja a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas ante el sepulcro de San Pedro. El Señor ahora purifica a su elegido por la injusta acusación de robo y por una terrible tentación contra la fe, en esa noche oscura a sus 30 años, amargado pro los desengaños humanos, decide –según escribe a su buena madre– dejarlo todo y pasar el resto de su vida en una modesta parroquia de aldea. Sumido en la angustia dice: –«Señor, hágase tu voluntad» y cae a los pies del Crucifijo y cierra los ojos y empieza a ver a sus pobres: los hambrientos casi esqueléticos, los azotados hasta sangrar en las galeras, los presos en las inmundas mazmorras de París y Marsella... todos mostrando sus manos vacías y diciéndole: –«Señor Vicente, ¡ayúdanos!». Abre los ojos y ve a Cristo crucificado. Rápido, se levanta diciendo: «Aquí estoy, Señor, tú me estás llamando». Y se consagra con voto de caridad para toda su vida. La luz de Dios renace en su espíritu. Este voto es la clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad. Y añade:

–«Los cristianos tenemos que resolver nuestro problema estrictamente religioso». Vicente de Paúl se enfrentó con él y lo resolvió levantando una bandera nueva, la revolución de la caridad frente a las más en boga, los hugonotes y los jansenistas.

Ya en pleno París establece la comunión mensual y la primera Cofradía de la Caridad –con un avanzado reglamento que aún hoy está en vigor– para que las señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). Con los campesinos funda las mismas cofradías a las que luego se añadió de San Vicente de Paúl: de mujeres, de hombres y de ambos. Vicente reclama libertad de acción para los «colonos de las tierras»: 8.000 familias.

Organiza la comunidad de sacerdotes seculares de la misión, que empiezan recorriendo tierras y campos misionando en ayuda de los párrocos. La misión de San Vicente es aprobada por el Papa Urbano VIII en 1632. En estos seis años el santo ha recorrido todas las regiones misionando y fundando caridades, fue nombrado capellán de las galeras reales y consiguió otros trabajos para los forzados del remo y creó un hospital para ellos. Las cofradías de la caridad pasan a la ciudad en sus incipientes suburbios misionando en un pueblo. Una joven pastora, Margarita Nassau, comienza la gran obra de las hijas de la caridad. Les dijo: «Por monasterio tendréis las salas de los enfermos, pro clausura las calles de la ciudad, por rejas el amor de Dios y por velo la santa modestia». En 1649 baja con la reina y varias señoras a las mazmorras de la cárcel para enseñarles el estado angustioso de miseria, frío, hambre y lamentos de los presos. Por ellas el cardenal Mazarino baja también y de inmediato hizo nuevas cárceles.

Frente al jansenismo aunó a los obispos, hizo su refutación doctrinal y práctica con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma, todo ello lo envía el Papa.

Gusta recordarle como estampa final con una vida metódica y tranquila, entre la oración, el despacho de su enorme correspondencia (escribió más de 30.000 cartas), las visitas de las gentes y las lecturas de sus preferidos, los españoles San Vicente Ferrer, el P. Alonso, S. J. y Fray Luis de Granada.

Comía siempre invitando a dos pobres, felices al estar con él. Junto a ellos -y diciendo «Sólo podremos entrar en el cielo sobre los hombres de los pobres»- murió sentado en su sillón y bendiciendo a tantas obras en Francia y en el mundo. Eran promesas para un tiempo nuevo, el del Concilio Vaticano II, que con sus disposiciones despertó a cristianos y no cristianos para hacernos florecientes de caridad en este tiempo de Navidad a reyes por medio de Cáritas: al hacer nuestra limosna o donativo tengamos presentes a cuantos pobres necesitan nuestra ayuda.

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