El Evangelio no es un camino teórico, no es una ideología más en medio de las ideologías ni debe convertirse en una escuela privada para unos pocos, ni quedarse en la esfera privada de los sentimientos y de la subjetividad, sino que es una persona, Jesucristo, y el encuentro personal con Jesucristo, de corazón a corazón, de pensamiento a pensamiento, de persona a persona, de verdadera comunión real; es donde está la verdad que nos hace libres, la vida en plenitud del hombre, la humanidad nueva que es preciso que nazca y crezca, la salvación total y defi nitiva, de la que andamos indigentes.
Gran parte del ordenamiento y organización social y de pensamiento, de cultura dominante, de los pueblos de Occidente, incluida España, sigue criterios que dificultan, impiden o no hacen posible este encuentro que llenaría al mundo de esperanza y le abriría horizontes nuevos de esperanza total; esa organización o realidad envolvente de nuestro mundo occidental, a pesar de todos sus logros de humanidad, constituye la manifestación concreta y palpable de candentes fisuras que hoy día apartan a los hombres de Cristo y lo encierran en lo finito de la resignación de Sísifo o lo aniquilan en la tentación orgullosa de Prometeo; en ambos casos, un mundo sin Dios, paganizado, que fuerza a la derrota del hombre y le hace caminar sin ningún futuro o un futuro en contra del hombre. «Creo que una poderosa infl uencia económica, técnica y mediática de un Occidente sin Dios puede ser un desastre para el mundo. Si Occidente no se convierte a Cristo, quizá acabe paganizando al mundo entero: la filosofía del descreimiento busca febrilmente adeptos en nuevas zonas del globo. En este sentido, nos enfrentamos a un ateísmo cada vez más proselitista (e invasor). La cultura paganizada quiere a toda costa extender el territorio de su lucha contra Dios. Para estructurar su resurgimiento, los viejos países de antigua tradición cristiana necesitan recuperar el camino de la nueva evangelización» (Cardo R. Sarah). Ni el fundamentalismo, en el fondo pagano, ni el ateísmo práctico del «como si Dios no existiera» son vías de futuro. Éste es el gran desafío, al tiempo que la gran oportunidad de servicio y caridad, de misericordia, compasión y solidaridad, de la Iglesia a nuestro mundo de hoy, en el que estamos: Europa y España: evangelizar, evangelizar de nuevo como en los primeros tiempos, anunciar al Dios vivo y verdadero con rostro humano, hecho carne de nuestra carne en un infi nito amor y misericordia, manifestado y dado en Jesucristo en medio de un mundo paganizado y sin Dios: ésta es la respuesta y el servicio de la Iglesia: evangelizar de nuevo. Esta nueva evangelización –nunca insistiré sufi cientemente en ello, a tiempo y a destiempo– no será posible sin una Iglesia más teologal, cada día más enraizada en Dios y en comunión total y sin fisuras con Dios. A partir de Él seremos capaces de acompañar esta obra del gran signo del Evangelio que es la caridad y la misericordia, que tanto necesita el mundo, como lo atestigua el hecho de los terribles y execrables atentados terroristas de los yihadistas en París y en tantos lugares de la Tierra.
Una vez más, las gentes de Francia y de Europa, de otros países, y nosotros con ellos en fraternidad sin fi suras, se sienten atacadas, heridas, humilladas y terriblemente maltratadas por la inhumana y cruel violencia asesina del terrorismo yihadista –verdadera guerra de nuestro siglo–, real lacra y amenaza de los pueblos SON de Occidente y de algunos pueblos árabes: Siria, Irak, Afganistán, Líbano, Túnes, Egipto, Nigeria... Estos pueblos, el mundo entero, unos más intensa y cruelmente, desde hace varios años vienen sufriendo el azote de la violencia yihadista, que cumple con toda normalidad sus objetivos: la terrible realidad de éstos y de otros cientos de atentados son atentados contra la humanidad, son también contra nosotros ocurran donde ocurran.
Un inmenso clamor se escucha hoy por doquier: ¡Basta, basta ya! ¡Que cesen, de una vez por todas estos horrorosos atentados, obras del príncipe de la mentira, de Satán y del odio! No puede haber mayor blasfemia, ni mayor odio contra Dios y el hombre que estos atentados sacrílegos. Que Dios convierta corazones tan endurecidos y mentes tan retorcidas. Que Dios aumente la fe verdadera en todos nosotros y agrande la caridad y la misericordia y avive en todos la esperanza en Dios, que hace posible, por su amor y pasión y apuesta por el hombre, un mundo nuevo de verdad. Junto con mi condena sin paliativo alguno a estos últimos atentados y mi plegaria y solidaridad, caridad, por las víctimas, por los heridos, por los familiares, por Francia, Europa, y cuantos pueblos sufran este terrible crimen de la violencia yihadista, verdadera plaga y lacra de estos tiempos, que cumple con toda normalidad sus objetivos, hago una llamada a quienes se consideren cristianos a una nueva evangelización, que es la respuesta que los cristianos podemos y debemos ofrecer en estos momentos, inseparable de la oración y la confi anza en Dios, que es amor y misericordia. Dios o nada, es ahí donde está el verdadero camino: Dios o nada. No erremos el camino del fututo: Dios o nada.
Cardenal Cañizares Llovera
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