Recuerdo una canción de Joaquín Sabina en la que musicalizaba una letra que definía perfectamente el drama de la ruptura de una pareja de hoy en día. Decía algo así: El agua apaga el fuego y al ardor los años/Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño/ y cada vez más tú y cada vez más rotos/ y cada vez más tú y cada vez yo sin rastro de nosotros….
Sin juicios,
porque cualquier ruptura siempre es un drama, se me ocurre también recodar y
añadir las palabras del Ritual de Matrimonio: “Fulanito” (y después igual “Menganita”) ¿quieres contraer santo matrimonio con… y prometes serle fiel en las
alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y la
adversidad, y así, amarle y respetarle todos los días de tu vida?.....Sí,
quiero, contestan.
Pero resulta
que ese “Sí” posterior, no siempre es así... Podría contar mil casos de
frivolidades que llevan al fracaso matrimonial incluso antes ya de la celebración;
incluso en el mismísimo viaje de novios, o, en no pocos casos, antes de cumplir
un año de matrimonio. Existe (y el cura
enseguida detecta en ocasiones) un “tufillo a muerto” (me refiero al matrimonio) a veces ya en los primeros encuentros
con los novios, o al instruir el preceptivo expediente matrimonial. He llegado
a proponer en alguna ocasión que “no se
apuren; que son muy jóvenes aún; que hay tiempo…”
Lo cierto es
que nuestra sociedad vive a galope entre las apetencias, ignorancias y
mediocridades, y, sobre todo, egoísmos
(que son la raíz de la frivolidad y superficialidad) y ello conduce, en no
pocos casos, a la corruptela de “lo bello, lo bueno y lo perfecto” (que dirían los filósofos) de la vida en
común de la pareja, por un “lo que a mí me da la gana”.
Insisto que
tampoco quiero entrar en juicios ni generalizaciones, pues entiendo que
cualquier separación conlleva, en cualquier caso, una dura carga de sufrimiento
anterior y posterior a la misma, y que,
la Iglesia, sin dejar de hablar claro,
ha de ser al tiempo madre y bálsamo para esas heridas difíciles de
cicatrizar, aún no teniendo en ocasiones ni apósitos ni pomadas.
Es terrible -ya
lo hemos dicho más veces- tener que conjugar custodias compartidas de niños en
el cate donde uno quiere que venga y el otro no; donde el odio que un día fue
amor aflora en las miradas y en los silencios; donde un niño acobardado,
levantando la mirada hacia el rostro de su madre, espera su gesto antes de
contestar sí o no a la entusiasta propuesta de su padre…
Cuando sacamos
a Dios de nuestras vidas, entra todo lo que no es Él, y Él, ante todo, es Amor.
Amor para “sobrellevarse y perdonarse
cuando alguno tenga quejas contra el otro” (Col.3). Pues al tiempo, también asistimos a bodas de “Plata y Oro”
que son todo un ejemplo de convivencia y estímulo, y somos igualmente testigos
de muchos matrimonios y parejas felices que sin exención de dificultades, se
mantienen juntos y firmes en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la
enfermedad, en las alegrías y en las penas, lo cual nos certifica que la
felicidad en el Amor es posible y, sin enjuiciar los fracasos de nadie, debemos
rezar por una sociedad más buena, más bella y más perfecta,
Joaquín, Párroco
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