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martes, 1 de septiembre de 2015

Todo es gracia.Por el Rvdo. D. Manuel Robles Freire


La vida de San Agustín tiene todos los ingredientes de una novela. Ahí están los mejores escenarios de su tiempo: Cartago, Roma y Milán, las ciudades más cultas y prósperas de la época. Un siglo convulso por la expansión de los vándalos, que no dejan títere con cabeza en toda Europa, hasta conquistar el norte de África. Un protagonista que empezó como jefe de pandilla en Tagaste, un joven brillante en sus estudios pero metido hasta el fondo en la barro de la impureza, un profesor de retórica al que le interesa triunfar como sea y que desprecia el evangelio por su falta de estilo, sin olvidar a su madre que, con sus lágrimas y oraciones, logra que su hijo cambie de vida.

También los personajes secundarios son interesantes, como su amigo Agapito, la mujer de sus amores (cuyo nombre no conocemos), su hijo Adeodato, que muere poco antes de hacerse sacerdote, y su amigo Símaco, maniqueo, prefecto de Roma, que lo propone como profesor en Milán, y Ambrosio, el obispo de Milán, con el que tendrá largas conversaciones. Puede que el clímax sea Casiciaco, pueblecito cerca de Milán, donde recibe el bautismo y replantea su vida. Allí decide volver a su patria, lo espera el sacerdocio, ser obispo de Hipona y grandes servicios a la Iglesia.

En el alma de Agustín se ve cómo se abre paso la gracia para deshacer toda esa montaña de pecado, sin olvidar la ayuda de las oraciones de su madre y la amistad de San Ambrosio, el obispo de Milán. Para Agustín, Dios está al principio de todo: “Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Y es que para Agustín todo es gracia, porque sin la gracia ni se descubre la verdad, ni uno encuentra el amor.

“Un santo para todas las estaciones”, lo llamó Newman, porque hoy, como ayer, siguen existiendo las almas que buscan la verdad y tienen deseos de amar y ser amadas. Y es que la gracia de Dios sigue siendo decisiva a la hora de superar los idolillos de siempre: las ganas de triunfar, el dinero y el sexo. Y es esa gracia la que afina el alma para practicar lo único que nuca pasa: “Ama y haz lo que quieras”, de modo que el hombre no insista en aquel “homo homini lupus” que tanto daño nos hace.

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