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viernes, 18 de septiembre de 2015

Homilía del día 17/09/15 Jubileo de la Santa Cruz . Catedral de Oviedo. Rvdo. D. Joaquin Manuel Serrano Vila




Queridos hermanos sacerdotes, feligreses y amigos que hoy nos acompañáis:

Con mucho agrado acepté la invitación del Excelentísimo Cabildo Catedral (ya por segunda vez en el tiempo) para presidir y predicar este día de la Novena del Jubileo de la Cruz, en el que ocho parroquias del Arciprestazgo: San Tirso El Real, Sagrada Familia, Santo Domingo, Santo Cristo de Las Cadenas, San Pelayo de Olloniego, Santa Eulalia de Manzaneda, San Pedro de Naves, San Julián de Tudela Veguín, Santiago de Tudela Agüeria y la mía propia de San Félix de Lugones, estamos convocados como peregrinos a esta Iglesia Madre de la Diócesis, relicario vivo de nuestra fe.

Para cualquier sacerdote siempre es un privilegio inmerecido poder celebrar este memorial de la pasión y muerte de Nuestro Señor, que es la Eucaristía, en esta “Sancta Ovetensis”, cuya historia, arte y culto, no sólo nos hablan de espinas y de dolor en el camino hacia el Leño martirial, sinó también de un Sudario que cubrió el rostro del único muerto que ha vuelto a la vida. Y digo bien, pues aunque las mismas Escrituras nos hablen de “la hija de Jairo”, de “la resurrección de Lázaro” o del hijo de “la viuda de Naín”, debemos distinguir aquí lo que es revivir cual plus de ampliación en la existencia terrenal para volver de nuevo en la fosa, con “resucitar de entre los muertos”.

La muerte del Redentor en la Cruz supuso la victoria sobre el pecado y sobre la finitud. Así lo proclama la liturgia en el Prefacio III de la Pascua al recordarnos que “inmolado ya no vuelve a morir/ Sacrificado vive para siempre”. En la crucifixión de Cristo quedan crucificados nuestros pecados, y adheridos a Él por la fe, viviremos “cristificados” y llamados a su misma resurrección. No a una simple prolongación de la vida imperfecta conocida, sino a su misma Gloria en una vida sobredimensional, sobrenatural y eterna.

Es indudable que la fe de las personas está unida inseparablemente también a su historia y cultura; y si para los asturianos Pelayo es el héroe por antonomasia que nos ha liberado del intento de invasión islámica, preservando nuestra fe, para los judíos el gran héroe fue Moisés por haber sido el elegido por Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto. El Evangelio de hoy es un paralelismo evidente entre el Antiguo y el Nuevo testamento. Jesús va preparando poco a poco a sus discípulos sobre su misión y destino, más ellos no entendieron nada hasta llegada la hora misma; que todas las Escrituras y Profecías se cumplirían en Él y en su elevación sobre la Cruz, la cual aglutina en sí misma el Altar, el Sacrificio y al Sacrificado, para escándalo de unos o necedad de otros, donde la libérrima iniciativa salvífica de Dios se hace presente en la inmolación de su Hijo Único, para la redención de un mundo de pecadores.

Jesús es el nuevo estandarte que sana al que lo mira, más no es una efigie de metal, sino de carne; la carne de un Dios que ofrece su cuerpo y su sangre… Si con sólo mirar con fe aquella serpiente de bronce se curaban las mordeduras, ¿qué no podrá curar el Crucificado si acudimos a Él con fervor?

José Maria Pemán lo sintetizó magistralmente en un verso:
Señor, aunque no merezco que Tú escuches mi quejido, por la muerte que has sufrido, escucha lo que te ofrezco, y escucha lo que te pido.

En este curso en que la Iglesia nos invita igualmente a tomar conciencia de la importancia de la Vida Consagrada en sus diversas formas, como buenos cristianos deberíamos incluir en nuestro “Plan de Vida” el orar con más frecuencia por aquellos que siempre nos tienen presentes a todos. Los contemplativos, con su vida de oración, tan continua como fecunda, levantan en torno a nuestras vidas murallas defensivas que nos son imprescindibles, pues vivimos en un mundo especialmente frágil y vulnerable a las tentaciones del maligno, que genera una rampante y desfachatada “cultura de muerte”.

Santa Teresa, a la que también recordamos este año, dirá al empezar su relato en “Las moradas”, que nuestra alma es como un diamante o un cristal, según las circunstancias. Son éstos, los religiosos y religiosas con su ejemplo, tanto en la vida activa como contemplativa, un poco como la “reserva” del depósito del combustible de un vehículo. Cuando “el conductor” se despista o se cansa, ellos van poniendo la oración y mediación necesaria para que no se acabe el recorrido hasta repostar adecuadamente. Debemos pues, en este año -y yo quiero particularmente hacerlo en esta homilía- agradecer sus oraciones y encomendar a toda la familia religiosa de España, que también pasan por sus momentos de desierto.

Si en mi anterior predicación en este novenario recordaba la arraigada devoción a la Cruz en nuestro concejo ovetense, precisamente por ello, quiero hoy tener presente también otras cruces más actuales que cada día los cristianos cogemos haciéndolas nuestras y que pasan por los barrios y las vidas de nuestras Comunidades y Parroquias.

En la UPAP de Olloniego, fijo mi atención en la Parroquia de San Julián de Box de Tudela Veguín, pueblo de fe resistente como el cemento que sale de su fábrica. Tierra de gente trabajadora que durante tantos años ha vivido con el corazón en un puño cada vez que un familiar salía de casa para ir a la mina, con la duda de si volvería o nó; viudedades y orfandades, apuros para llegar a fin de mes, como estamos experimentando en nuestros días.

Referencia principal para aliviar el peso de esas cruces ha sido la Parroquia, por la que pasaron grandes sacerdotes como el recordado y recientemente fallecido Don Ignacio Monte Cabañas (miembro que fue también de este Ilustre cabildo), así como el trabajo realizado con la juventud por parte de los Salesianos y las hijas de San Vicente de Paul.

Ya en Oviedo, la Parroquia del barrio del Cristo-Montecerrao, cuyo crecimiento y evolución está íntimamente ligado a ese querido Santuario de Jesús de las Cadenas, que cada viernes de Dolores es punto de encuentro de todo el Arciprestazgo y cuya importantísima celebración pone el broche de oro a las grandes fiestas de nuestra ciudad. Para los de cierta edad, pensar en este barrio es pensar inmediatamente en el dolor de tantísimos enfermos que han pasado por el viejo HUCA y por el cercano Centro Médico, donde tantos siguen padeciendo y cargando con su cruz, encadenados a una precaria salud, pidiendo la liberación a otro Encadenado a nosotros mismos, por puro Amor.

Allí, en el Hospital General, La Residencia, Maternidad y Silicosis, trabajaron de forma encomiable, además de los Párrocos propios, un gran número de religiosas y capellanes a lo largo de su historia, de la que tantas familias asturianas guardan aún ahora un imborrable recuerdo por sus desvelos y atenciones con los suyos. En el Centro Médico tenemos hoy a la Compañía de Jesús ayudando en la atención espiritual, junto con los presbíteros diocesanos. Y al lado, en la Casa de Ejercicios de Latores, las Esclavas del Corazón de Jesús nos ayudan a curar las heridas del alma y a encontrar la paz del corazón en una Betania como la Casa de Marta y María.

Aunque en esta “Vetusta”, el gran peso de los problemas de las últimas décadas se encarnaban significativamente en el barrio de Ventanielles. Su mismo nombre, nos trae a la mente el estigma de la droga, enfrentamientos raciales, robos y otras lacras que a Dios gracias han mermado sustancialmente y casi desaparecido, a lo que, sin duda alguna, contribuyó en mucho la presencia comprometida de la Iglesia mediante su incombustible Párroco, D. Jesús Porfirio (al que también queremos felicitar en su quincuagésimo aniversario ministerial) y que desde los grupos parroquiales, junto con la implicación vecinal de las Ursulinas de Jesús y las Hijas de la Caridad, han promovido la normalización de la vida y la integración de marginados.

El barrio del Campillín, antaño casi periferia de la ciudad y hoy pleno centro, fue testigo vivo de la persecución y masacre de nuestro Seminario Diocesano, cuya Institución se encontraba en Santo Domingo, tras ser expulsado del majestuoso edificio del Milán. (como bien nos relatase a los seminaristas de mi tiempo el que fuese Deán de esta Catedral, D. Rafael Somoano Berdasco, Q.E.P.D.)

Desde hace 70 años, la educación y formación de los jóvenes de la zona está en manos de la Orden de Predicadores, al igual que la Parroquia que lleva el nombre de su fundador, con más de cuarenta años de existencia, donde la Iglesia, una vez más, tiene que ser cirineo de la Cruz más dura del barrio: La prostitución, ayudando y colaborando en la búsqueda de un futuro más digno para estas personas.

Muy al hilo de esto, cabe destacar el carisma propio de las Adoratrices de Santa María Micaela, de indiscutible labor en Oviedo y en Asturias, las cuales, recientemente, han sido distinguidas con el premio “Rey de España” en favor de los derechos humanos.
Entre los beatos del siglos XX, hay precisamente una religiosa de esta Congregación: María Dolores Monzón Rosales, ovetense de nacimiento y que decidió empezar a llamarse desde el día de su profesión, Dolores de Jesús Sacrificado, manifestación evidente de la íntima unión de este carisma con el madero salvador de la Cruz.

En San Tirso, la Parroquia que casi prolonga sus muros con los de nuestra Catedral, se vive hoy, como en tantas otras del casco viejo, la realidad del envejecimiento de nuestra población. La falta de natalidad de nuestro continente se hace más palpable en estas zonas antiguas y turísticas. También esta Parroquia, tan noble como musical, gracias a su Párroco D. Ángel (miembro activo de este Cabildo), ha contado en el tiempo con diferentes comunidades de religiosas, las cuales trabajando en la curia de misiones, han aportado su granito de arena a la vida de la Diócesis y de la feligresía de esta Parroquia.

Concluyo ya con mi Parroquia de Lugones, dinámica y en constantes retos evolutivos, en la que también tuvimos la gracia de contar hasta no hace muchos años con dos comunidades religiosas. Una era de clausura, como fue el monasterio de nuestra Señora de los Ángeles del Pico Cueto, de la Orden Cisterciense, que por desgracia se vio obligado a echar el cierre. Y otra, que permanece al pié del cañón, es la de las Hermanas del Santo Ángel, que desde la Pastoral de la Parroquia, siguen trabajando con aquellos más desfavorecidos: los pobres y emigrantes en Cáritas; los ancianos de nuestras residencias geriátricas y tantos enfermos que viven en la soledad de sus hogares. Sin olvidar el permanente acompañamiento de la “Vida Ascendente”.

Queridos hermanos, cuantas gracias debemos de dar a Dios por tantas vidas regaladas y desgastadas en la atención a los demás. Esta es la Iglesia que no todos ven en nuestra sociedad, un autentico cúmulo de tesoros escondidos que desvela precisamente la Cruz de Cristo.
Que María, Madre sufriente junto a la Cruz y Estrella de la Nueva Evangelización, sea nuestra luz en el camino, y que como hoy nos canta el Salmista, agradecidos, no olvidemos las acciones del Señor.

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