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lunes, 31 de agosto de 2015
Homilía del Sr. Rector de la Basílica de San Juan El Real de Oviedo en la Festividad de la Visitación de María a su Prima Santa Isabel.- Lugones 30/08/2015
Queridos hermano D. Joaquín, párroco de esta Parroquia de San Félix de Lugones, gracias por haberme invitado a participar con vuestra comunidad en esta fiesta entrañable de Santa Isabel; queridos hermano D. Antonio sacerdote concelebrante, religiosas del Santo Ángel, feligreses de Lugones y amigos que habéis venido a participar en esta gozosa celebración de la Fiesta de Santa Isabel en la conmemoración de la visita que Santa María, la Virgen, hizo a su prima Santa Isabel.
En la primera quincena de Julio, los que participábamos en la Peregrinación Diocesana a Tierra Santa (Israel y Jordania), llegábamos a Ain Karén, la patria de Juan el Bautista. Lo primero que hicimos fue encaminarnos hacia la casa de Isabel, el lugar en el que se recuerda este episodio del Evangelio que acabamos de escuchar: el encuentro de María con su prima anciana Isabel, embarazada de seis meses. Y allí orábamos reflexionando sobre el sentido y el significado de este encuentro entre dos mujeres sencillas y humildes.
El evangelista Lucas, nos presenta esta escena de la visitación de María a Isabel y las palabras con que ésta la recibe resuenan en nuestros oídos: ¿“Quien soy yo para que me visite la madre de mi Señor”?.
En esta reflexión de la homilía me gustaría detenerme en este ¿Quién soy yo?.
Isabel nos representa a todos nosotros, a toda la humanidad que recibe con sorpresa, con admiración, con agradecimiento y con humildad la venida del Señor a nuestra vida.
El ¿quien soy yo? de esta mujer sencilla y realista es muy parecido al de la turbación de María al recibir el anuncio del ángel. También se parece a la claridad y veracidad de Juan el Bautista, años después, al desmentir a los que le preguntaban: ¿”Eres tu el Mesías”?. Su respuesta fue clara: -“Yo no soy el Mesías”- les dijo- “pero viene el que puede más que yo”
¡Qué contraste esta actitud humilde con la tentación de autosuficiencia y el aparentar quien sabe qué, incluso ante Dios.
Hermanos: en nosotros y en nuestro mundo hay demasiado “yo” demasiado “ego” engreído y susceptible, cuando el único que verdaderamente puede decir “Yo soy” es Jesús mismo. “Yo soy la luz, el camino, la verdad y la vida”.
Ante Jesús, aquel “Yo no soy digno” que encontramos en Isabel y en tantos personajes evangélicos es la primera reacción que no está reñida con una gran confianza en su amor misericordioso. Sólo así, vaciándose de uno mismo, se puede dar paso al entusiasmo, al llenarse de Dios que, Isabel y Juan, que salta en el vientre de su madre, manifiestan ante la visita de María y el Hijo que trae al mundo.
Isabel, como después María en el cántico del Magníficat, que sigue a esta escena, son la voz de los pequeños y los pobres de este mundo que anhelan la liberación y la salvación. Y estas mujeres, llenas del Espíritu Santo, en su pequeñez muestran cuál es la predilección de Dios. Sí, precisamente la humanidad sencilla y sufriente, los pobres de la tierra, son dignos de ser visitados y habitados por el Señor que les quiere llenar de gloria y paz, como decía la profecía de Miqueas al hablar de la pequeña aldea de Belén.
La acción de María tiene también para nosotros grandes enseñanzas. Ella, portadora de Jesús al mundo, es como un símbolo de toda la Iglesia que a lo largo de los siglos, santa y pecadora a la vez, debe continuar llevando a Jesús a la humanidad.
María, habiendo recibido el anuncio del ángel, avanza decidida a servir. Va a la montaña a saludar y ayudar a su prima Isabel, ya anciana y embarazada y se pone a su disposición sin esperar a que la llamen, nada más detectar la necesidad, y es portadora de la buena noticia de la Salvación.
La Virgen María al conocer por la revelación del arcángel san Gabriel que su pariente Isabel ha concebido un hijo en su ancianidad y que está en el sexto mes del embarazo, se hace cargo de la necesidad de ayuda en que se halla su pariente y movida por este espíritu se servicio se apresura a prestarla la ayuda que necesite.
Es un ejemplo maravilloso de caridad, de espíritu de servicio, de olvidarse de sí mismo. La Virgen no repara en las dificultades ni en las incomodidades del viaje. Marchó deprisa a la montaña a una ciudad de Judá donde se hallaba su pariente Isabel. El viaje emprendido suponía en aquella época una duración de cuatro días. No era un trayecto corto. Este hecho de la vida de María tiene una clara enseñanza para los cristianos: hemos de aprender de ella la solicitud por los demás. Detectar los problemas y las necesidades y sin esperar que soliciten nuestra ayuda ponernos a disposición de quien nos necesita.
Hermanos: el espíritu de servicio tiene que ser característico de nuestro ser cristianos. Es incompatible con la soberbia. Sin humildad no es posible servir. Sólo cuando se sirve se es útil a los demás. Servicio hecho por amor sin buscar recompensa o compensaciones.
En este encuentro entre las dos mujeres Isabel alaba la fe de María: “Bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que te han dicho de parte del Señor”
No ha habido fe como la de la Virgen. María es la mujer creyente. En ella tenemos el modelo de la fe. Sumisión completa, acatamiento pleno. María se nos presenta hoy como la Virgen de la fe, porque confió totalmente en Dios.
Esta escena que estamos comentado, hermanos, nos tiene que ayudar a redescubrir la importancia de la vida familiar. En un hogar verdaderamente cristiano es donde crece y se desarrolla la fe de los niños, al oír hablar a sus mayores, en una auténtica catequesis familiar, de Dios, de los misterios de la vida de Jesucristo… Por desgracia hoy esto no es algo que ocurra en nuestras familias.
Que el ejemplo de Santa María nos da con su estancia en la casa de Santa Isabel nos ayude a valorar el tiempo que hay que dedicar a la vida de familia.
Que tengáis un espléndido día y disfrutéis con gozo de esta fiesta tan popular entre vosotros.
Feliz día de Santa Isabel. Que el Señor os bendiga con la paz
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