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martes, 7 de julio de 2015

La hidalguía con Dios. Por Juan Manuel de Prada



Decíamos en un artículo anterior que es natural que cada época honre a los hombres que están a su altura. Y siendo hoy España el vómito terminal de un paganismo con olor a caquita y a papiloma, es lógico, por ejemplo, que se dé empleo municipal a una tiorra que va meando a chorro libre por las esquinas; o que se quiera desalojar del callejero a Vázquez de Mella, para meter en él a un señor que disfrutaba de «orgasmos democráticos». Los tontos útiles dirán que tamaño deterioro lo explica el auge de la izquierda radical, olvidando aquella enseñanza señera de Vázquez de Mella: «La fuerza política que reciben las llamadas izquierdas se debe a la táctica singular de los que no quieren ser izquierdistas, que primero las incuban y protegen desde los gobiernos y después se dedican a tenerles miedo y a regular por él su acción».

Pero que España se haya convertido a la vez en un vomitorio pagano y en un parque temático de la tontería útil tiene causas mucho más profundas. Vázquez de Mella nos recomendaba que, para conocer a fondo una nación, «hay que conocer la directriz de su historia, el principio vital que ha informado su ser y todas las manifestaciones de su genio; y para conocer eso, cuando se trata de España, hay que conocer la religión católica». Y, siendo la religión católica el principio vital que ha alimentado el genio español, no hace falta sino reparar, por ejemplo, en la carnavalada que se organizó en cierta iglesia de Madrid, en homenaje al señor de los «orgasmos democráticos», para entender que tal principio vital ha sido pervertido y debilitado hasta la consunción; y principalmente por sus enemigos internos. Basta ver las fotografías de aquella iglesia convertida en casa de tócame y bésame Roque, con el sagrario desolado entre pancartas chillonas, para intuir que existe dentro de la propia Iglesia gente muy poderosa que suspira por los ojos sin párpado; y que, por supuesto, ha perdido lo que Federico García Lorca llamaba «la hidalguía con Dios».

Lorca, español de genio católico asesinado por canallas fariseos, escribía desde Nueva York a su familia, horrorizado del catolicismo protestantoide de los Estados Unidos y «dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo español». En la carta hallamos pasajes de una finura espiritual apabullante: «Hay un instinto innato de la belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza. Ahora comprendo también aquí, frente a las iglesias protestantes, el porqué racial de la gran lucha de España contra el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey injustamente tratado en la historia, Felipe II. Lo que el catolicismo de los Estados Unidos no tiene es solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos, de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía con Dios».

Al renunciar a esta hidalguía con Dios, era inevitable que España se convirtiese en un vomitorio pagano que habría horrorizado (¡más todavía que el protestantismo!) a Lorca. Quien, con cartas como la citada, hoy sería aborrecidísimo lo mismo por los clérigos progres que por los señores con orgasmos democráticos.

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