Religión en libertad
Es la hora de la verdad: la enfermedad grave toca a la puerta, hay que reconocer nuestra debilidad y plantearse en serio nuestra necesidad de Dios, para nuestro cuerpo y nuestra alma. Es el momento de pedir el sacramento de la Unción de los Enfermos.
Sin embargo, en muchos países de cultura católica occidental hay cosas que dificultan al enfermo acudir a este sacramento... entre ellas los propios parientes.
Fernando Poyatos, un laico que lleva muchos años en la pastoral con enfermos, ha reflexionado sobre el tema en su libro "Pastoral de la Salud: Guía espiritual y práctica" (Ediciones De Buena Tinta). Reproducimos su análisis.
Los familiares como posible escollo para la Unción de los Enfermos
Volvamos con más detalle al gran escollo que en nuestra pastoral suponen esos familiares que, por un amor por su enfermo totalmente mal entendido, se niegan a proporcionarles la Unción “porque se va a asustar”.
Algunos no se niegan totalmente, pero dicen: “Más adelante”, “todavía no está para eso”, o nos cuchichean con vehemencia: “¡No, no, que se asustaría!”.
Lo ideal es que la persona esté lo bastante lúcida como para hacer una buena confesión, aunque nos digan sus familiares que “él siempre ha sido muy bueno”.
O que “es muy creyente”, o “mi madre es muy devota de la Virgen del Carmen”.
Yo suelo contestarles que todos somos pecadores y que hasta los santos y los papas, “bastante buenas personas”, han pedido confesarse y recibir la Unción y el Viático cuando han enfermado gravemente.
Como explico tantas veces: “Ya sabemos que la misericordia de Dios es infinita, y que ‘Dios es amor’, como se dice mucho ahora para no sentirse responsable de muchas cosas (comentado más detalladamente en el capítulo 8), pero también su justicia es infinita, y no puede perdonar si no le pedimos perdón”.
Además, como leí una vez, «nadie se muere por llamar a tiempo al sacerdote», pero sí que podemos morir sin estar en gracia de Dios por ese irracional y peligroso miedo a que se asuste, pero no a que pueda condenarse para toda la eternidad por no haberse preparado para su encuentro con Cristo.
Nadie le pide a los médicos que no le den quimio a su enfermo por si se asusta, porque saben que es necesario.
Bien claro lo dice el padre Cantalamessa:
«Hay casos en los cuales asustar a alguno es un acto de caridad. Así hace un buen médico, cuando no tiene otro remedio, para hacer entender al enfermo que debe dejar de fumar o de hacer otra cosa peligrosa para su salud.»
Además, todo hijo de Dios tiene derecho a conocer la verdad sobre sí mismo y a salvarse.
Pero, desgraciadamente, podría contar bastantes casos de familias que, por haber esperado demasiado, se han quedado con el remordimiento de no haber proporcionado a su enfermo el sacramento de la Unción.
No hace mucho, en Cuidados Paliativos, una señora mayor a quien veía debilitarse día a día, cuando le expliqué brevemente en qué consistía el sacramento y sus beneficios, me dijo: “Más adelante”. Al menos traté de reflexionar un poco con ella:
-Pero, María, ese regalo tan grande que nos ha dejado Jesús es para ahora; en realidad, para cuando empezaste a ponerte enferma. ¿A que al médico no le dirías “más adelante”, si te ofrece un tratamiento o un calmante para el dolor, que él sabe que necesitas ahora? Pues Dios es quien nos da los médicos, lo mismo que les ha dado esos calmantes que te quitan el dolor, y ese gotero, y tantos otros inventos para nuestra salud corporal. Y a la vez nos da la Unción de Enfermos, porque Él te ama a ti en cuerpo y espíritu y quiere que tengas los dos sanos.
A veces, al ver a un enfermo o su familia tan reacios al sacramento, o tratando de aplazarlo todo lo posible, intento hacerles razonar de otra forma, diciéndoles, más o menos:
-Vuestros padres quisieron el Bautismo para vosotros y ese sacramento os hizo hijos de Dios; luego quisieron que recibierais la primera Comunión, otro sacramento, y os confesasteis por primera vez, otro sacramento; más tarde hemos recibido el sacramento de la Confirmación; luego quisisteis casaros en la iglesia, otro sacramento. Todos esos sacramentos que Jesús nos dejó los habéis deseado y recibido, ¿no? Y ahora, ¿cómo vais a contradeciros, como cristianos católicos, si Jesús os ofrece la Unción de Enfermos? Pero no para más tarde. Para ahora. Cada sacramento tiene su momento. ¿Lo vais a despreciar? La Unción es la medicina que Él os ofrece para sanarnos espiritualmente y, si Él quiere, aliviarnos en la enfermedad y hasta curarnos.
Por supuesto, especialmente con los mayores, les aseguro a la vez que la Unción les dará la paz que necesitan, les cuento, para avivar su fe, algún testimonio de sanación física por la Unción que yo conozca de primera mano. Pero siempre advirtiendo que esto no significa prometer nada, excepto la sanación espiritual, si reciben el sacramento en gracia de Dios, pues estamos en sus manos y Él, en su infinita sabiduría, sabe lo que más nos conviene.
Ejemplos de curación tras recibir la Unción de los enfermos
Sin embargo, en muchos países de cultura católica occidental hay cosas que dificultan al enfermo acudir a este sacramento... entre ellas los propios parientes.
Fernando Poyatos, un laico que lleva muchos años en la pastoral con enfermos, ha reflexionado sobre el tema en su libro "Pastoral de la Salud: Guía espiritual y práctica" (Ediciones De Buena Tinta). Reproducimos su análisis.
Los familiares como posible escollo para la Unción de los Enfermos
Volvamos con más detalle al gran escollo que en nuestra pastoral suponen esos familiares que, por un amor por su enfermo totalmente mal entendido, se niegan a proporcionarles la Unción “porque se va a asustar”.
Algunos no se niegan totalmente, pero dicen: “Más adelante”, “todavía no está para eso”, o nos cuchichean con vehemencia: “¡No, no, que se asustaría!”.
Lo ideal es que la persona esté lo bastante lúcida como para hacer una buena confesión, aunque nos digan sus familiares que “él siempre ha sido muy bueno”.
O que “es muy creyente”, o “mi madre es muy devota de la Virgen del Carmen”.
Yo suelo contestarles que todos somos pecadores y que hasta los santos y los papas, “bastante buenas personas”, han pedido confesarse y recibir la Unción y el Viático cuando han enfermado gravemente.
Como explico tantas veces: “Ya sabemos que la misericordia de Dios es infinita, y que ‘Dios es amor’, como se dice mucho ahora para no sentirse responsable de muchas cosas (comentado más detalladamente en el capítulo 8), pero también su justicia es infinita, y no puede perdonar si no le pedimos perdón”.
Además, como leí una vez, «nadie se muere por llamar a tiempo al sacerdote», pero sí que podemos morir sin estar en gracia de Dios por ese irracional y peligroso miedo a que se asuste, pero no a que pueda condenarse para toda la eternidad por no haberse preparado para su encuentro con Cristo.
Nadie le pide a los médicos que no le den quimio a su enfermo por si se asusta, porque saben que es necesario.
Bien claro lo dice el padre Cantalamessa:
«Hay casos en los cuales asustar a alguno es un acto de caridad. Así hace un buen médico, cuando no tiene otro remedio, para hacer entender al enfermo que debe dejar de fumar o de hacer otra cosa peligrosa para su salud.»
Además, todo hijo de Dios tiene derecho a conocer la verdad sobre sí mismo y a salvarse.
Pero, desgraciadamente, podría contar bastantes casos de familias que, por haber esperado demasiado, se han quedado con el remordimiento de no haber proporcionado a su enfermo el sacramento de la Unción.
No hace mucho, en Cuidados Paliativos, una señora mayor a quien veía debilitarse día a día, cuando le expliqué brevemente en qué consistía el sacramento y sus beneficios, me dijo: “Más adelante”. Al menos traté de reflexionar un poco con ella:
-Pero, María, ese regalo tan grande que nos ha dejado Jesús es para ahora; en realidad, para cuando empezaste a ponerte enferma. ¿A que al médico no le dirías “más adelante”, si te ofrece un tratamiento o un calmante para el dolor, que él sabe que necesitas ahora? Pues Dios es quien nos da los médicos, lo mismo que les ha dado esos calmantes que te quitan el dolor, y ese gotero, y tantos otros inventos para nuestra salud corporal. Y a la vez nos da la Unción de Enfermos, porque Él te ama a ti en cuerpo y espíritu y quiere que tengas los dos sanos.
A veces, al ver a un enfermo o su familia tan reacios al sacramento, o tratando de aplazarlo todo lo posible, intento hacerles razonar de otra forma, diciéndoles, más o menos:
-Vuestros padres quisieron el Bautismo para vosotros y ese sacramento os hizo hijos de Dios; luego quisieron que recibierais la primera Comunión, otro sacramento, y os confesasteis por primera vez, otro sacramento; más tarde hemos recibido el sacramento de la Confirmación; luego quisisteis casaros en la iglesia, otro sacramento. Todos esos sacramentos que Jesús nos dejó los habéis deseado y recibido, ¿no? Y ahora, ¿cómo vais a contradeciros, como cristianos católicos, si Jesús os ofrece la Unción de Enfermos? Pero no para más tarde. Para ahora. Cada sacramento tiene su momento. ¿Lo vais a despreciar? La Unción es la medicina que Él os ofrece para sanarnos espiritualmente y, si Él quiere, aliviarnos en la enfermedad y hasta curarnos.
Por supuesto, especialmente con los mayores, les aseguro a la vez que la Unción les dará la paz que necesitan, les cuento, para avivar su fe, algún testimonio de sanación física por la Unción que yo conozca de primera mano. Pero siempre advirtiendo que esto no significa prometer nada, excepto la sanación espiritual, si reciben el sacramento en gracia de Dios, pues estamos en sus manos y Él, en su infinita sabiduría, sabe lo que más nos conviene.
Ejemplos de curación tras recibir la Unción de los enfermos
Barbara Shlemon [evangelizadora y conferenciante católica norteamericana que murió en 2011] dejó su profesión de enfermera psiquiátrica por el ministerio de intercesión (en la enfermedad y otras situaciones) después de haber visto a una paciente de cáncer moribunda, por cuya sanación había pedido la noche anterior, recuperarse literalmente de la noche a la mañana tras recibir la Unción de los Enfermos y orar Barbara por ella . [...]
En 2003 un hombre de cuarenta años, a quien llamaré Antonio, además de haber sido operado de un cáncer de cadera, tenía diversos daños orgánicos por haber usado drogas durante algunos años debido a malas amistades.
Su moral estaba por los suelos, la vida no le importaba y ni me respondió cuando le sugerí la Unción de Enfermos, pero la pidió poco después (aunque no la recibió hasta que, al declarársele neumonía y pleuresía, el médico aconsejó a su madre no dejarle ya aquella noche y que sacaran a su compañero de la habitación).
Al recibirla dijo: “Dejadme solo, que quiero pensar en esto”; la fiebre le empezó a bajar sin haberle dado aún el antibiótico que requería; su madre contaba: “Aquella noche pasé mucho miedo cada vez que parecía no respirar, porque nunca lo había visto dormir tan plácidamente”; por la mañana pidió la Comunión, y lo mismo los ocho o diez días que siguió en el hospital; yo se la llevé a su casa durante dos semanas.
La primera vez que nos vimos en la calle sonrió y dijo mirando para arriba: “¡Esto no me lo quita a mí nadie!”. A partir de ahí su crecimiento espiritual ha sido muy grande.
En 2003 un hombre de cuarenta años, a quien llamaré Antonio, además de haber sido operado de un cáncer de cadera, tenía diversos daños orgánicos por haber usado drogas durante algunos años debido a malas amistades.
Su moral estaba por los suelos, la vida no le importaba y ni me respondió cuando le sugerí la Unción de Enfermos, pero la pidió poco después (aunque no la recibió hasta que, al declarársele neumonía y pleuresía, el médico aconsejó a su madre no dejarle ya aquella noche y que sacaran a su compañero de la habitación).
Al recibirla dijo: “Dejadme solo, que quiero pensar en esto”; la fiebre le empezó a bajar sin haberle dado aún el antibiótico que requería; su madre contaba: “Aquella noche pasé mucho miedo cada vez que parecía no respirar, porque nunca lo había visto dormir tan plácidamente”; por la mañana pidió la Comunión, y lo mismo los ocho o diez días que siguió en el hospital; yo se la llevé a su casa durante dos semanas.
La primera vez que nos vimos en la calle sonrió y dijo mirando para arriba: “¡Esto no me lo quita a mí nadie!”. A partir de ahí su crecimiento espiritual ha sido muy grande.
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