Estimado hermano en la fe, puede que últimamente te estés replanteando en qué consiste eso de ser buen católico. Hasta ahora has procurado siempre ir a misa todos los domingos y fiestas de precepto, confesarte con cierta frecuencia -y siempre que has cometido un pecado grave-, colaborar económicamente al sostenimiento de la Iglesia y muy especialmente con Cáritas o cualquier otra obra social de la Iglesia, llevarte bien con todo el mundo, no mirar por encima del hombro a nadie, etc.
Pero lo mismo lees en en los medios que aquellos que son como tú reciben calificativos gruesos, cual si fuerais parte del grupo de los escribas y fariseos del siglo XXI, como si toda tu vida fuera una gran mentira basada solo en el “quedar bien", como si te encantara dedicarte a señalar con el dedo y a despreciar a los que no son como tú.
Pero tú, querido hermano, saben bien, y si no lo sabes debes saberlo, que todo lo bueno que hay en ti se lo debes a Dios, que por su Espíritu Santo te va transformando y haciendo que Cristo ocupe un lugar cada vez más importante en tu alma y en tu comportamiento. Por tanto, no tienes gran cosa de qué presumir. De hecho, toda presunción sería fruto de una carnalidad que debes rogar al Señor que te quite. No te agobies por ello. Todos necesitamos convertirnos de nuestros pecados y nuestras debilidades. Todos tenemos algo del hombre viejo que debe dejar paso al segundo Adán, que es Cristo en nosotros.
Créeme si te digo que es cosa buena cumplir los mandamientos del Señor y de su Iglesia. Que hacer tal cosa no es propio de hipócritas, sino de hijos de Dios. Como dice San Juan
Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues ésta es la caridad de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pesados.
(1 Jn 5,2-3)
Mas la clave de todo es que te sigas reconociendo pecador necesitado de la gracia de Dios para avanzar en tu vida cristiana. Lo que separa al cristiano del que vive en tinieblas, es que aquel reconoce el pecado y pide no solo perdón sino gracia para superarlo. Lo que separa al cristiano del fariseo, es que aquel sabe esto:
Porque ¿quién es el que a ti te hace preferible? ¿ Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?
(1ª Cor 4,7)
No te sientas acusado por quienes parecen despreciar la importancia de guardar la ley de Dios. Es más, si son tus pastores, no les acuses de ejercer dicho desprecio, porque es seguro que están apuntando a la necesidad de librarse de la autosatisfacción pelagiana o semipelagiana, que ciertamente debemos alejar de nosotros. Y si no es esa su intención, ya les juzgará Dios.
Si algo bueno crees que haces, da gracias a Dios por haberte concedido hacerlo y manten siempre esta actitud:
¿Deberá gratitud al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos.
Luc 17,9-10
Humíllate siempre, tanto al obrar el bien como al implorar su perdón cuando haces mal, pues así obedecerás a la Escritura
Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo os ensalce.
1 Ped 5,5b-6
Reza más. Pide a Dios, como exhortó recientemente el papa Francisco, que te haga más santo. Haz más penitencia. Encomiéndate a la poderosa intercesión de los santos y échate en el regazo de María. Pon tu vida entera a los pies de la Cruz y ruega al Señor que te tenga entre sus elegidos. Pues en ese caso:
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros.
Rom 8-33-34
Que podamos decir por gracia:
Nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma.
(Heb 10,39)
Y “la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4,7). Amén.
¡Santidad o muerte!
Luis Fernando Pérez Bustamante
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