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miércoles, 15 de octubre de 2014

“Dos Céntimos, el botón y el caramelu la picazón”. Por Rodrigo Huerta Migoya


Comentaba con humor en una comida un párroco de unas parroquias rurales de Gijón que en las cestas de la colecta de sus parroquias sólo sacaba las tres cosas que cito cómo titular, y es que es bueno a veces analizar estas “caxigalinas” de la vida que a veces se nos escapan.

Es evidente que todos los lugares y parroquias no son iguales y que su capacidad económica depende de muchas cosas, pero principalmente del poder adquisitivo de sus feligreses y del grado de compromiso cristiano de éstos con la misma. Esto casi siempre salta a la vista y así muchas parroquias y santuarios pueden actuar con cierta independencia económica, mientras tenemos otras sin luz, sin calefacción o con el tejado en mal estado.

Para enfrentar estas situaciones la Iglesia promueve campañas y recursos de fondo solidario y de “Comunicación de bienes” (Campañas de la Iglesia Diocesana y aportación al Fondo Común Diocesano) pero todo esto se asienta siempre en el compromiso y solidaridad de los verdaderos fieles, según sus posibilidades.

El tiempo de cuaresma es un tiempo muy propio para las limosnas y las obras de caridad, pero también se nos invita a lo largo de todo el año a sentir ese desprendimiento y colaborar aunque “duela”, pues es lo que realmente vale ante Dios y nos hace sentir en paz con la obra bien hecha. Pero tampoco deberíamos hacer como los fariseos que soltaban billetes de lo que les sobraba para presumir, mientras que una viuda depositó en el arca de las ofrendas aquello que tenía para comer (Mc 12,41).

En ocasiones también hay quien pretende “limpiar” su conciencia siendo más generosos en las colectas que van destinadas a los más desfavorecidos: Cáritas, Manos Unidas, Misiones Domund etc…

A veces acudimos igualmente a nuestras devociones particulares y le pedimos a la Virgen de Fátima o a la de Covadonga o a San Antonio que nos ayuden en éste o aquél problema pero se nos escapa una colaboración para restaurar su imagen. Deberíamos ser agradecidos a Dios y tratar de demostrarlo. Jesús curó a diez leprosos y sólo uno de ellos fue corriendo a él y se postró en acción de gracias; preguntando el Señor: ¿no fueron diez los que fueron curados? (Lc 17 ,11-19).

La Parroquia, que nos acoge cada domingo y cada día, que nos bautiza, que nos da la Primera Comunión o la Confirmación, que nos casa y nos despide y envía a descansar en Dios tras esta vida, también tiene sus necesidades y es la que sostiene y hace posible todas las demás campañas y actividades que en ella se desarrollan. Sin la Parroquia no existiría “Cáritas”, ni se pediría para las Misiones o para el Hambre… Si recordamos un poco, el catecismo nos presenta los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia:

 1 Oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar; 2 Confesar los pecados mortales una vez al año, en peligro de muerte o si se ha de comulgar; 3 Comulgar por Pascua de Resurección; 4 Ayunar y abstenerse de comer carne cuando la Iglesia lo manda; 5 Ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Todo esto lo propicia el lugar y la Casa común para todos: la Parroquia. Ayudemos pues, también, a nuestra Parroquia en sus necesidades que son muchas, y en sus pobrezas, que son tantas. Querámosla como la Casa de todos, del que está y del que llega; no le demos sólo “la chatarra” del fondo del monedero y luego soltemos el billete en la Catedral o en Covadonga. Dios nos escuchará en los dos sitios aunque las necesidades sean distintas. Tratemos de ser coherentes y no echemos en la cesta parroquial con disimulo, el botón y el caramelu la picazón.

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