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miércoles, 23 de julio de 2014

Rafaela y la censura de don Jesús



Decidió don Jesús aprovechar el verano paraofrecer a los fieles de su pequeña parroquia unas sencillas charlas de formación. Decía el buen cura que en cuaresma había cuatro en el pueblo, pero que ahora, con la cosa de los veraneantes, siempre se llegaba a más gente. Así que lo tenía como costumbre.

El caso es que el reverendo tenía buenos amigos sacerdotes que acudían a la parroquia sin demasiadas dificultades y aprovechaban para pasar un día en el campo y comer productos de la tierra.

El primer día acudió D. Francisco, aunque les dijo que le llamaran mejor Paco, por lo vistoteólogo de campanillas y profesor de una prestigiosa universidad católica con sede en Madrid. Qué bien hablaba el profesor. Les explicó lo que era la Iglesia y cómo entenderla dese el Vaticano II. Una Iglesia de todos, donde todos fueran escuchados, nada de seguir dependiendo de los clérigos, abierta, participativa, donde fuera posible la libertad de expresión y de pensamiento, con un clarísimo protagonismo de los laicos y opción preferencial por los pobres.

Rafaela a nada dice que no. Su problema es que tiende a sacar conclusiones no siempre del gusto de los demás. Pero es lo que tiene razonar más de la cuenta, que puede acabar resultando muy molesto. Si a esta compleja cualidad se le une el no callar ni debajo del agua, más que molesta, Rafaela es una mosca de esas de salva sea la parte.

El caso es que Rafaela se acercó a don Jesús a decirle que había salido convencida de la charla de don Paco, manifestar su adhesión sin condiciones al concilio y ponerse al día de una vez. Porque mire usted, don Jesús, es que tenía mucha razón con eso de los laicos, la libertad de expresión y sobre todo que la Iglesia no es del papa ni de los curas, sino de todos, sobre todo nuestra, de los laicos que para eso somos más.

Por cierto, Joaquina, María, el señor Antonio y algunos más están de acuerdo con esto, tanto queayer mismo tuvimos reunión en mi casa para tomarnos las cosas de otra manera y ver cómo ser más modernos y más conciliares.

Para empezar, hemos decidido que por qué tiene usted que programar las charlas y traer a la gente que quiera sin consultar con nosotros, los laicos, que además somos más. Porque mucho despotricar contra la jerarquía, pero siguen mandando ustedes como siempre. Así que se acabaron estas charlas. A cambio, hemos pedido a D. Ramón, ese primo de María que está dando clases en Roma, que viste de negro riguroso y dice unas misas que da gusto oírlas, que nos cuente él que es eso de la Iglesia, así tenemos las dos interpretaciones y por tanto somos una parroquia abierta a todas las opiniones, plural y casi hasta democrática. ¿Qué le parece?

Pero mujer, cómo vas a traer a la parroquia a alguien tan tradicional, al primo de María, que cada vez que dice misa pide el lavabo y la campanilla y encima se sienta a confesar un rato en el “kiosko”. Ese señor no habla aquí, mejor seguir con lo que teníamos preparado.

Comprendo, dijo Rafaela. Mucha democracia, mucha libertad de expresión, mucho la Iglesia somos todos y ya está bien de aguantar al papa y a los obispos, pero en mi parroquia mando yo, y en ella hablan solo los que yo digo. ¿Pues sabe lo que le digo? Que nosotros a las charlas no volvemos porque esto es una tomadura de pelo. Mucho bla, bla, bla pero al final estamos en las mismas.

De todos modos, como D. Ramón va a pasar unos días en el pueblo, nos reuniremos con él una tarde en casa de Joaquina y le preguntaremos por las cosas de don Paco, que tengo apuntes. Y otra cosa… ¿no decía usted el otro día, a propósito de no sé qué teólogo que según usted vale mucho, que era hora de acabar con la censura en la Iglesia? Si antes lo dice, antes le pone el veto a don Ramón.
Ay don Jesús, que se les pilla a la primera…

Jorge Glez. Guadalix

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