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jueves, 5 de junio de 2014

Carta semanal del Sr. Arzobispo



Cuando la alegría tiene nombre: Juan José y Alejandro

Me sucede siempre que voy a nuestros pueblos con motivo de la visita pastoral: ver a tanta gente, buena y noble, de raigambre cristiana o alejada de la práctica religiosa, suscita en mi corazón la misma inquietud que Jesús nos desveló al asomarse a las muchedumbres de su época: la mies es mucha, los obreros son pocos. El Señor se resolvió en pedir al Padre Dios lo mismo que yo hago cuando me encuentro con nuestras gentes: pidamos a nuestro Señor que seamos bendecidos con vocaciones sacerdotales. Pidamos la gracia de ver cómo nuestro seminario se acrecienta y van formándose jóvenes generaciones de futuros sacerdotes.

Este domingo, cuando celebramos la pascua de Pentecostés haciendo memoria de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles que en el Cenáculo oraban con María, también nosotros queremos pedir esos mismos siete dones: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Pero no los pedimos al tun-tun como quien pide la luna o hace un brindis al sol, sino que lo hacemos por dos queridos hermanos que este domingo serán ordenados sacerdotes: Juan José y Alejandro. Su formación humana, espiritual, académica y pastoral ha llenado su juventud de una ilusión y una entrega que a todos nos llena de esperanza y de profunda alegría.

No son míos, ni para mí, sino hermanos a mi lado, para juntos poder servir al Pueblo que Dios nos ha confiado. En comunión con el Obispo y con todos los demás sacerdotes que forman el presbiterio en una Diócesis, los nuevos sacerdotes ejercerán sus funciones en nombre de Dios, desde la encomienda que le hace la Iglesia y para bien de la comunidad cristiana que se les confiará: los sacramentos, la predicación, los enfermos, la catequesis, la administración integral de una comunidad, el acompañamiento humano y eclesial de las personas a su cuidado, etc.

El Papa Francisco recordaba hace unas semanas que todo sacerdote tiene que tener e irradiar la alegría, como quien testimonia el gozo de nuestra inmerecida elección por parte del mismo Dios al poner nuestro nombre en sus divinos labios y decirnos a cada uno: ¡ven! Decía el Papa que la alegría sacerdotal es la “que nos unge (no que nos unta y nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es una alegría incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a todos, comenzando al revés: por los más lejanos”. Todo un programa de talante pastoral.

Es sin duda un regalo grande para todos nosotros asistir a esta nueva entrega del inagotable amor de Dios, que viene en ayuda de nuestra necesidad como Iglesia particular, bendiciéndonos con estos jóvenes hermanos que ofrecerán lo mejor de sí mismos para dar gloria al Señor y para ser un don ante aquellos que de tantos modos acompañarán eclesialmente. Necesitamos pedir incesantemente al Señor que nos dé vocaciones, que mueva el corazón de nuestros jóvenes para que respondan a la llamada recibida, que no nos falten jamás sacerdotes que acompañen nuestros pasos encendiendo la luz de Dios en nuestras penumbras, fortaleciendo nuestra debilidad con la gracia de los sacramentos, iluminando nuestras dudas con la verdad de la Palabra de Dios, ofreciéndonos con el afecto y la amistad el gozo de sabernos hermanos.

Doy gracias al Señor por este regalo. Agradezco a sus familias, a sus amigos y a cuantos han intervenido en la historia vocacional de sus vidas, lo que han hecho para que este momento llegue para ellos y para nosotros. Pidamos por Juanjo y Jano, para que con ellos nuestra Diócesis y nuestras ciudades se llenen de la alegría sacerdotal.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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