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lunes, 26 de mayo de 2014

Un monasterio conservador y de liturgia rancia



Qué quieren que les diga. Para un servidor hay palabras que hace tiempo dejaron de tener significado. En cosas de nuestra santa madre la Iglesia escuchar de una parroquia, un monasterio, una comunidad o el grupo de X que son conservadores, progresistas, rancios, insertados en el mundo o espiritualistas desencarnados la verdad es que no me produce ninguna emoción.

Para empezar porque aún no sé qué es eso de ser conservador o progresista. Y no digo nada aplicado a la liturgia de la Iglesia. ¿Hay algo más conservador que seguir cantando hoy lo de “en este mundo que Cristo nos da” y “tú has venido a la orilla” y no digamos el “kumbayá, Señor, kumbayá” que no acaba de desaparecer, y que hay gente que sigue cantando como si entonara el culmen de la modernidad.

Ayer he leído una impactante descripción de la vida de los benedictinos del monasterio de Leyre. Vamos, que te dan ganas de coger las maletas y pedir el ingreso mañana. Una comunidad de veinte benedictinos, que se reúnen nueve veces al día en oración, con una liturgia cuidadísima, sin internet ni teléfono móvil, dedicados a la contemplación, el estudio, el trabajo y la acogida al huésped.

Una comunidad en la que se lee en el comedor, se acude a la sala capitular, se reza en común y en privado y tiene sus pequeños momentos de asueto. Insisto en la liturgia: canto, especialmente gregoriano respondiendo a su tradición benedictina, incienso, exquisitez. Vamos, que uno asiste a ella y se cree directamente en el cielo. Me ha impactado el relato de la vida de estos monjes.

Pero… Siempre tiene que haber un pero. No han faltado los cuatro bobos que ante el misterio de una vida profundamente escondida en Dios se han despachado con un par de calificativosque describen perfectamente a quien los suelta: los monjes de Leyre son muy conservadores y su liturgia es rancia.

Leche. Esto sí que es nuevo. Un servidor más o menos sabe lo que es liturgia simple o “a to meter” que diría Rafaela. Llego a distinguir entre misa rezada, cantada, solemne y poco más.Llego a diferenciar entre liturgia siguiendo el ritual y liturgia libre, creativa, alternativa y subjuntiva. ¿Pero rancia? Ahí sí que me pierdo. ¿Será tal vez por el incienso? No creo, porque en cualquier casa, en varitas, queda de lo más “in”. ¿El canto gregoriano, acaso? Pero si la gente compra discos y los pone hasta para tomar copas. ¿Qué rezan mucho y juntos? No creo que eso sea malo, si con esa intención se hicieron monjes. Espera, espera… que a lo mejor en ocasiones sacan los antiguos ornamentos del monasterio. Vaya usted a saber…

Aquí el problema de fondo es que somos incapaces de comprender el valor de una vida entregada por completo a la contemplación, dedicada a la oración por el mundo y a ser ejemplo vivo de que solo Dios basta. Por eso rápido nos entra el frenesí de “hacer”, de salir corriendo de la presencia de Dios en el monasterio, de meternos al triste oficio de ser una ONG más y compartir con el mundo el estrés del teléfono, internet, las mil citas y las dos mil comparecencias. Pero no es eso.

Llevamos demasiado tiempo viendo en los medios de comunicación religiosos y religiosas oficialmente contemplativos del misterio de Dios pero que parece gustan más de contemplar el misterio de sí mismos, la cámara de televisión, el halago del mundo y el reconocimiento de los menos capacitados para darlo. Luego te encuentras con monjes que viven como monjes y, caramba, que no tenemos costumbre.

No. No se me confundan. Los benedictinos de Leyre son monjes que viven como monjes, cosa que hoy parece resultar escandalosa. No. No son ni carcas, ni conservadores ni rancios ni nada por el estilo. Son hombres enamorados de Dios, muy humanos, que saben que para perseverar en la vida contemplativa y el espíritu de San Benito necesitan orar, celebrar la fe, cuidarse y cuidar el misterio de Dios. Vida recia la del monje solo posible con un fuerte anclaje en Dios.

Hoy lo que se lleva, lo que para muchos realmente “mola”, es encontrar monjes y monjas que no paran en el convento, contemplativos jugando a ONG, frailes y monjas activos con ganas de experiencia monástica. Curas de parroquia promotores del yoga, laicos varios aficionados a la mística alternativa mientras sus propios obispos y superiores escriben preciosas cartas que nada dicen y a nadie importan.

De repente te encuentras con un monasterio donde los monjes viven como monjes y te llevas el susto. Normal. La falta de costumbre.
Jorge Glez. Guadalix

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