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viernes, 7 de marzo de 2014

¿Tiene algún sentido no comer carne los viernes de Cuaresma?

De los cinco mandamientos de la Iglesia, el que habla de “ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia”, es probablemente el más desconocido, despreciado e ignorado de todos. Dudo que una encuesta en España entre restaurantes, cafeterías, mercados o servicios de comida a domicilio revelase una gran diferencia entre el consumo de carne los viernes de cuaresma y el resto del año. Hace un par de años, fui de convivencias con la parroquia durante la Cuaresma a una casa regentada por religiosos y, el viernes, nos pusieron para comer muslitos de pollo.

¿Por qué sucede esto? Generalmente, cuando una norma o un mandamiento son olvidados o despreciados de forma casi universal, se debe a una de dos causas: o bien se trata de una norma obsoleta, que ya no tiene sentido en el tiempo actual, o bien sucede exactamente lo contrario, la norma pone el dedo donde más duele y, por eso, se evita. Creo que conviene que intentemos discernir a cuál de los dos casos corresponde la abstinencia de carne los viernes de Cuaresma.

A mi juicio, el problema fundamental que impide comprender adecuadamente este tema ya existía en tiempos de San Pablo: es la obsesión con la ley. Si lo importante de esto para nosotros es, ante todo, cumplir o no cumplir un precepto, no entenderemos nada. Si sólo se trata de marcar con una crucecita otra obligación cumplida, para que podamos estar tranquilos, estamos engañándonos a nosotros mismos.

No comer carne los viernes de Cuaresma simplemente porque está mandado y quedarnos ahí apenas tiene valor. Dios no gana nada con que comamos merluza en lugar de ternera, porque no tiene acciones de pescaderías ni está obsesionado por el colesterol. Es como si alguien dijera, con respecto al 7º mandamiento: “yo no robo nunca, así que soy un buen cristiano”, a la vez que tiene el corazón totalmente esclavizado por el dinero y sólo piensa en ganar más todos los días de su vida. Se estaría engañando, porque Dios lo que quiere es su corazón, su vida entera. No podemos negociar con Dios y decirle: “Yo hago esto por ti, pero luego me dejas en paz para que viva mi vida”.


Este engaño de limitarnos a la letra de la ley, sin embargo, no se limita a las personas cumplidoras que se abstienen de carne. Generalmente, los que desprecian esta práctica caen en lo mismo. Las objeciones más habituales a la abstinencia de carne los viernes de cuaresma son: ¿Y si alguien no come carne y se da un banquetazo con una mariscada? Y, si a mí me encanta el pescado ¿no es una tontería que coma pescado en lugar de carne? Estas preguntas llevan implícita la convicción de que lo único importante es la materialidad de comer o no comer carne, pero lo que nos pide la Iglesia es muchísimo más que eso. Quien se quede ahí, ya sea para hacerlo o para no hacerlo, no ha entendido nada.

La abstinencia de carne es, ante todo, un signo que nos regala la Iglesia, que nos recuerda que estamos en un momento de gracia, en la Cuaresma. Nos despierta de nuestro letargo, para que no se nos pase este tiempo maravilloso de conversión sin pena ni gloria, porque quizá sea la última Cuaresma que vivamos, quizá no tengamos otro momento para volvernos a Dios. Y es un signo especialmente útil, porque no se queda en el templo, como las vestiduras moradas o la falta del “Aleluya”, sino que se mete en nuestra casa, en nuestra vida, porque la conversión cambia el corazón, es decir, la vida entera y absolutamente todos los segundos de nuestra existencia.

Y parece que, a pesar de todo, cumple su cometido, porque, de otro modo, no estaríamos hablando de esto. Todos los viernes del año, la Iglesia nos recomienda recordar la pasión de Cristo para convertirnos, pero yo diría que son poquísimos los cristianos que se acuerdan de ello. En cambio, en Cuaresma, la obligación de abstenernos de carne los viernes es un recordatorio de que estos días son especiales, que no podemos seguir en nuestros mismos pecados, siendo los mismos hombres viejos, comiendo y bebiendo y esperando la muerte.

La abstinencia tiene también otra utilidad: es un clavo que la Iglesia pone en nuestro sofá, es una señal de peligro que nos avisa de nuestro aburguesamiento. La pequeña incomodidad de no comernos esas lonchas de jamón pata negra que acabamos de comprar nos puede recordar que es Dios quien nos da lo que necesitamos para vivir. Así podremos decir con más sinceridad “Danos hoy nuestro pan de cada día”, en lugar de pensar secretamente que es nuestro esfuerzo el que verdaderamente se gana el pan de cada día. Tener que renunciar a alguna cosa que nos gusta debería mostrarnos también en nuestra propia carne una pequeña parte del sufrimiento de aquellos que apenas tienen que comer y que son hermanos nuestros.


Además, la abstinencia, si se vive adecuadamente, puede ser una preciosa catequesis familiar, en la que la familia entera vive ese signo cuaresmal, de forma comunitaria, como una iglesia doméstica. El padre puede mencionarlo en la bendición de la mesa e incluso puede aprovechar para dar una breve catequesis sobre la cuaresma a los hijos que van a comer pescado. Así, los hijos verán que la Cuaresma no es de esas cosas que los padres dicen pero no cumplen, como cruzar las calles por el paso de zebra. De forma similar, es también un signo externo, una forma de dar testimonio del cristianismo si coincide una comida de trabajo o familiar.

Por otra parte, la abstinencia es una puerta muy baja, como la de la basílica de Belén. Es un gesto de humildad, de obediencia a nuestra Madre y no a nuestros propios criterios. Nos obliga a ajustarnos a los planes de la Iglesia, que no son los nuestros, aunque sea en un detalle sin importancia. Esto es quizá, lo que más molesta de la abstinencia, el hecho de tener que obedecer en lugar de ser como Dios y hacer siempre y en todo lo que nos da la gana. Sólo este pequeño detalle haría ya que no comer carne los viernes de Cuaresma mereciera la pena. Pocas cosas hay que necesitemos más que la humildad.

Finalmente, la abstinencia es una flecha que señala más allá de sí misma. Si nos quedamos en simplemente cambiar el menú, apenas habremos hecho nada. La abstinencia, como todos los signos y prácticas de Cuaresma, señala hacia Cristo y hacia la Pascua. Abre nuestro apetito de disfrutar del cordero pascual, que es Jesucristo, y de celebrar la noche santa de su Resurrección. Ojalá lleguemos todos a esa noche con un hambre voraz de recibir el Cuerpo glorioso del Resucitado, que es la única verdadera medicina de inmortalidad.

Bruno Moreno






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RECUERDA 

Hoy rezo del Santo Vía Crucis 

a las 7 de la tarde en la Parroquia 


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