Una historia presente: la España cristiana
Los Obispos españoles a las puertas del Colegio Español de San José de Roma
La reciente visita a Roma ha sido un intercambio lleno de fruto y bendición: la mirada concreta sobre nuestras Diócesis que llevábamos cada Obispo, y la mirada universal que el Papa y sus colaboradores nos ofrecían desde Roma. Es el abrazo entre el fragmento de cada Diócesis y el todo de la Iglesia presente en el mundo entero.
En su mensaje, el Papa Francisco nos ha puesto delante la gran historia cristiana que ha llenado los siglos de nuestra patria. Los Obispos hemos sido invitados a «servir fielmente al Pueblo de Dios que peregrina en España, donde arraigó muy pronto la Palabra de Dios, que ha dado frutos de concordia, cultura y santidad». Toda una historia tejida de estos tres preciosos hilos que nos identifican como cristianos: la concordia que nos ha permitido convivir unidos, la cultura que ha ido emergiendo desde el modo de ver las cosas que aporta el Evangelio, y la santidad en donde tantos hermanos nuestros han logrado responder fielmente a cuanto Dios les propuso en su vida familiar, en su vida sacerdotal o religiosa.
Pero, aunque este hermoso pasado nos abre a la gratitud por tan enorme herencia, también reconocemos que hoy tenemos unos retos que ponen a prueba nuestra esperanza. Francisco nos lo recordaba diciendo que «estáis sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia».
De ahí que no podemos contentarnos con hojear el glorioso álbum cristiano de un pasado lejano donde se sembraron las semillas de nuestra fe, sino que estamos emplazados misioneramente ante nuestra generación para «hacer germinar estas semillas con el anuncio valiente y veraz del evangelio, cuidar con esmero su crecimiento con el ejemplo, la educación y la cercanía, armonizarlas en el conjunto de la “viña del Señor”, de la que nadie puede quedar excluido… sin ahorrar esfuerzos para abrir nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón de todos, para que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y hermano».
Pero no es esta una tarea de los Obispos, o de los sacerdotes y los religiosos, sino de todos como Iglesia del Señor. Cada uno tiene su llamada, su precisa vocación que ha de ser vivida y convivida con el resto de los hermanos. En este sentido, recordaba el Papa que «es importante que el obispo no se sienta solo, ni crea estar solo, que sea consciente de que también la grey que le ha sido encomendada tiene olfato para las cosas de Dios».
Por eso añadía Francisco que cuando transmitir la fe es arduo y arriesgado, se nos pone en actitud de misión «para llamar a quienes se han alejado y fortalecer la fe, especialmente en los niños. Se ha de prestar una atención particular al proceso de iniciación a la vida cristiana. La fe no es una mera herencia cultural, sino un regalo, un don que nace del encuentro personal con Jesús y de la aceptación libre y gozosa de la nueva vida que nos ofrece».
Ninguna inercia, pues, sino el entusiasmo de quien vuelve a asomarse a nuestro mundo a veces entristecido por la falta de horizonte y por la precariedad de tantas dificultades para anunciar con sencillez y creatividad la Buena Noticia que es capaz de encender la luz y avivar la esperanza, desde «el apoyo recíproco en la búsqueda de las formas más adecuadas de actuar». Es un mensaje que nos acompaña como recuerdo de nuestra historia, como acicate en nuestro presente que nos abra a la confianza de que lo mejor está por llegar. Gracias, Santo Padre.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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