Cuando el domingo 24 de noviembre de 2013 el
obispo de Getafe tomó la comunión, dijo: “Certifico que la forma que he
probado está como si estuviera recién hecha”.
Esa
hostia había sido consagrada 77 años antes, el 16 de
julio de 1936. Dos días antes de empezar la Guerra Civil
española.
Joaquín María López de Andújar y Cánovas del Castillo había
acudido a decir misa de doce a la parroquia de San Millán, sita
en lo alto de un promontorio de Moraleja de Enmedio, un pequeño
municipio de unos 5.000 habitantes dependiente de su diócesis, en el sur de la
Comunidad de Madrid.
La iglesia estaba llena a rebosar. Las "autoridades" de los primeros
bancos eran, como de costumbre, los niños. Se celebraba la festividad de Cristo
Rey y la clausura del Año de la Fe inaugurado por Benedicto XVI. Además, los
parroquianos querían asistir a la consagración del nuevo mármol del altar mayor
y, sobre todo, a la exposición al culto público de su “Milagro
eucarístico”.
Porque los católicos de Moraleja lo llaman
"milagro". Las 21 hostias consagradas permanecen asombrosamente intactas desde
hace algo más de 77 años. Por primera vez en todo este tiempo, éstas
iban a pasar del copón pequeño que las guardaba a uno más
grande, desde ese día expuesto en el templo, en un sagrario con una
parte de cristal.
(Bajo estas líneas, el copón pequeño que contenía
las formas y el copón grande que las guarda ahora).
La Iglesia Católica es muy prudente y precavida en casos como
éste, y prefiere no hablar de “milagro” hasta que se reconozca como tal en la
Santa Sede.
El obispo Joaquín María declara para
Religión en Libertad: “Hay que advertir que la expresión
“Milagro eucarístico” es una tradición popular entre las gentes de
Moraleja de Enmedio. No quiero decir que no sea cierto; sino que, de
momento, es mejor hablar de “hecho extraordinario”. El protocolo de la
Iglesia supone una investigación científica, que implica tanto levantar acta de
lo sucedido históricamente como comprobar que las Sagradas Formas no se han
corrompido, sin que exista explicación científica para ello”.
¿Cuál es el
papel que debe realizar la ciencia química y biológica? El prelado lo
explica: “Con los debidos permisos, se hace un análisis químico en un
laboratorio para comprobar que sigue siendo pan y, por lo tanto, se da
la presencia real de Jesucristo, la presencia Eucarística; así se ha hecho, por
ejemplo, con los Corporales de Daroca.
»La biología nos podría aclarar si
pudo haber algún factor bioquímico, alguna bacteria, que explicara la
extraordinaria conservación. Pero consta que se han dado circunstancias
climáticas adversas a las que han estado expuestas las formas y no se
han corrompido”.
A Religión en Libertad no le consta que se haya
realizado todavía la investigación científica sobre las formas de
Moraleja.
(Bajo estas líneas, el obispo, segundo por la derecha, y
el párroco, primero por la izquierda, en su misa de nombramiento en San
Millán).
Sí que existen, alrededor de estas formas, multitud de testimonios que apuntan
al “prodigio”. Uno de ellos es el del propio obispo de Getafe: “Tanto mi
predecesor,monseñor Pérez y Fernández-Golfín, primer obispo de la diócesis, como
yo, hemos comprobado, consumiendo algunas formas, que siguen manteniendo
las características propias (accidentes) de un pan elaborado
recientemente.
»Lo sorprendente es que tanto el pequeño copón
donde se encontraban las formas, como el paño que lo cubría han sufrido un
deterioro notable. El copón, además, no cierra herméticamente, de modo
que no pudo crearse una cámara al vacío, y estuvo escondido durante la
Guerra Civil entre unas tejas, expuesto, por tanto, a las inclemencias
meteorológicas y a cambios de temperatura. Al no corromperse las Sagradas
Formas, creemos, según nos enseña la Iglesia, que permanece la Presencia
real de Cristo, y son por tanto el Cuerpo eucarístico de Nuestro
Señor”.
El actual párroco de San Millán,
Jesús María Parra Montes, nos introduce en la historia, que
arranca dos días antes de la Guerra Civil. “El 16 de julio de 1936 el
párroco de Moraleja celebró la fiesta de la Virgen del Carmen y consagró unas
cien formas, de las cuales sobraron unas pocas que guardaron en un
coponcito pequeño. El 21 de julio celebró la última misa aquí porque el alcalde
le avisó de que venían los milicianos a por él.
»Aquel sacerdote, que se
llamaba Clemente Díaz Arévalo, volvió a la iglesia cuando
alguien dio la orden de cerrarla. Temía que los bienes que allí se encontraban
fueran objeto de profanación o sacrilegio. En el templo quedaron imágenes,
retablos, vasos sagrados y ropas de culto. Pero don Clemente recogió el
sagrario, donde tenía el Cuerpo de Cristo, y lo llevó
consigo”.
(Bajo estas líneas, el altar y el retablo de la parroquia en la actualidad).
El párroco Jesús María nos facilita un artículo publicado en el
semanario Redención el 18 de abril de 1942, firmado por Juan
Antonio Cabezas, que se basa en testimonios de testigos presenciales. Según este
artículo, “el cura llegó con miedo y con su precioso copón a la casa de
Doña Hilaria Sánchez, esposa del secretario municipal”. Allí lo
ocultó.
Ocho días después se cambió el escondite y pasó a una bodega de
la casa de Isabel Zazo, donde permaneció más de setenta días enterrado a
30 centímetros de profundidad. Por esas fechas el párroco don Clemente
ya se hallaba escondido en el cercano monte de Batres, disfrazado de
pastor.
A finales de octubre las fuerzas republicanas ordenaron evacuar
Moraleja; los vecinos obedecieron. Antes fueron a desenterrar el pequeño copón.
Lo encontraron totalmente oxidado, el baño de plata había desaparecido debido a
la acción de la humedad. Pero cuál fue su sorpresa al contemplar que las
24 formas estaban como recién hechas, en perfecto estado.
El
nuevo escondrijo fue el agujero de una viga del tejado, dentro de la misma casa.
Los vecinos entonces abandonaron sus hogares y se retiraron a la finca
El Ombú, situada próxima a un arroyo que pasa junto al
pueblo.
Con la llegada de las tropas nacionales a la zona, los
moralejeños pudieron regresar a sus casas. En seguida entraron en la de Isabel
Zazo. Una lámpara de aceite estaba volcada, había trapos cambiados de sitio…
Pero el copón continuaba en su sitio con las 24 formas
intactas. Estas fueron depositadas en otra habitación de la casa, donde
algunas mujeres retomaron las guardias que también habían
realizado en anteriores escondrijos.
Quince días más tarde llegaron a
Moraleja dos capellanes castrenses de un tercio de requetés
(carlistas). Como de la iglesia sólo quedaban las paredes, se habilitó
una escuela para decir la primera misa. Informados de la existencia de las
formas, los dos sacerdotes las llevaron en procesión desde la casa
hasta la escuela.
Comulgaron con dos de ellas,
manifestando su extrañeza de que pareciesen como nuevas a los cuatro
meses de su consagración. Se quedaron con una tercera forma, razón por la que
quedaron 21 de las 24 iniciales. La formas fueron devueltas a la casa también en
procesión, y cuando la iglesia se reabrió al culto, se trasladaron en un acto
solemne.
“Desde entonces se han conservado las formas en
un copón lacrado en el sagrario de la iglesia”, asegura el párroco
Jesús María Parra Montes. “Muy de vez en cuando –la última fue hace 4 años pero
la anterior en 1978- se abría el copón para ver si seguían en buen estado, y
estaban en estado perfecto”.
Respecto a las posibilidades naturales de
que se hayan conservado incólumes, el párroco alega: “Es físicamente
imposible. Las condiciones en la casa eran pésimas. Había mucha humedad
y estaban sin protección. El copón no era hermético. Los techos eran de barro.
En pocos meses, si hay humedad y cambios fuertes de
temperatura, se pueden deshacer y enmohecer. Y en este pueblo se dan
ambas circunstancias”.
Durante estos 77 años los habitantes de Moraleja han mantenido una gran devoción
por este posible prodigio. Aclara Jesús María: “Las gentes del pueblo
creen que como ellos protegieron al Señor en el copón, el Señor les protegió a
ellos”.
Se refiere, por ejemplo, al día que escaparon a El Ombú: “Cuando se fueron a la finca cayeron dos bombas a los lados del pueblo, mientras marchaban, y ninguna de las dos bombas explotó. Y hubo otros hechos en que ellos vieron la protección de la Sagrada Forma”.
De uno de estos hechos emocionantes puede dar testimonio Celia, vecina del pueblo, quien ha tenido la amabilidad de atender a Religión en Libertad. En 2011, ella tenía 33 años y llevaba muchos de ellos casada cuando se quedó embarazada de gemelas.
A la semana 14 empezó a sangrar y los médicos le ordenaron reposo. Así estuvo entre septiembre y noviembre, cuando se reincorporó a trabajar. Pero a los pocos días tuvo que volver al hospital.
El 26 de diciembre de 2011, a las 24 semanas exactas de gestación, le indujeron el parto. Celia dio a luz a las dos niñas en lo que los médicos consideran el “límite mínimo” para que los bebés sean viables. Una de ellas, Vega, solo pesaba 700 gramos. Y la segunda, Blanca, 500 gramos.
El 2 de enero de 2012 falleció Blanca. Y el 5 de enero Vega tuvo que ser operada del corazón dentro de la incubadora. El párroco Jesús María recuerda que los médicos ya pronosticaban, antes de su nacimiento, “que iba a salir pero que iba a morir”.
Y con la operación “nadie daba un duro por ella”, remacha. Celia, la madre, recuerda: “Nunca me daban esperanzas pero tampoco me las quitaban”. Dice de aquellos días tan duros: “No quería pensar mucho. No quería ver a nadie ni hablar con nadie”.
Entonces, declara el párroco de San Millán: “Estuvimos rezando ante el milagro eucarístico, y ofreciendo todos los días la Eucaristía”. Y Vega salió adelante. “Ahí está la niña, que está bien y no tiene ni siquiera secuelas”, dice Jesús María. Estado que confirma Celia: “No tiene ningún problema”.
Celia, que tiene todos los informes médicos, siempre ha considerado la supervivencia de su hija un “milagro” patente.
Se refiere, por ejemplo, al día que escaparon a El Ombú: “Cuando se fueron a la finca cayeron dos bombas a los lados del pueblo, mientras marchaban, y ninguna de las dos bombas explotó. Y hubo otros hechos en que ellos vieron la protección de la Sagrada Forma”.
De uno de estos hechos emocionantes puede dar testimonio Celia, vecina del pueblo, quien ha tenido la amabilidad de atender a Religión en Libertad. En 2011, ella tenía 33 años y llevaba muchos de ellos casada cuando se quedó embarazada de gemelas.
A la semana 14 empezó a sangrar y los médicos le ordenaron reposo. Así estuvo entre septiembre y noviembre, cuando se reincorporó a trabajar. Pero a los pocos días tuvo que volver al hospital.
El 26 de diciembre de 2011, a las 24 semanas exactas de gestación, le indujeron el parto. Celia dio a luz a las dos niñas en lo que los médicos consideran el “límite mínimo” para que los bebés sean viables. Una de ellas, Vega, solo pesaba 700 gramos. Y la segunda, Blanca, 500 gramos.
El 2 de enero de 2012 falleció Blanca. Y el 5 de enero Vega tuvo que ser operada del corazón dentro de la incubadora. El párroco Jesús María recuerda que los médicos ya pronosticaban, antes de su nacimiento, “que iba a salir pero que iba a morir”.
Y con la operación “nadie daba un duro por ella”, remacha. Celia, la madre, recuerda: “Nunca me daban esperanzas pero tampoco me las quitaban”. Dice de aquellos días tan duros: “No quería pensar mucho. No quería ver a nadie ni hablar con nadie”.
Entonces, declara el párroco de San Millán: “Estuvimos rezando ante el milagro eucarístico, y ofreciendo todos los días la Eucaristía”. Y Vega salió adelante. “Ahí está la niña, que está bien y no tiene ni siquiera secuelas”, dice Jesús María. Estado que confirma Celia: “No tiene ningún problema”.
Celia, que tiene todos los informes médicos, siempre ha considerado la supervivencia de su hija un “milagro” patente.
Otra historia entrañable asociada a este prodigio nos retrotrae a 1935. Ese año
murió en Moraleja el párroco anterior a don Clemente, que era don
Roberto García Trejo. Todo el pueblo le tenía por un sacerdote
santo. Según el artículo de Redención: “Una de esas santidades
recónditas que no trascienden al mundo”.
Parra Montes cuenta que “al morir puso una cara de felicidad enorme; le dijeron ¿qué ves? y dice: pues veo un milagro en la iglesia y gente peregrinando a ver el milagro. Luego, cuando supieron lo de las formas, mucha gente se acordó de este sacerdote".
El párroco de San Millán nos indica que el nicho de García Trejo está en un muro exterior del templo y que la causa inmediata de su muerte fue una infección de muelas.
Ninguno de los habitantes de Moraleja de Enmedio murió a causa de la Guerra Civil. Se calcula que la guerra civil española (1936-1939) dejó unos 300.000 muertos. En aquella época el pueblo tendría menos de mil habitantes. Según el artículo de Redención, un grupo de jóvenes moralejeños y el entonces alcalde Eustaquio Rodríguez Sánchez se unieron a nacionales cuando sus vecinos se resguardaban en El Ombú.
El obispo Joaquín María explica la importancia de este hecho en la vida del pueblo: “Los habitantes de Moraleja han asociado este hecho extraordinario a una protección especial del Señor durante la contienda civil y han transmitido de hijos a nietos que, por haber custodiado y protegido la Eucaristía durante los duros años de la Guerra, el Señor les protegió a ellos especialmente.
»Recuerdan en este sentido que ninguno de los habitantes de Moraleja murió durante la guerra y que en varios de los bombardeos aéreos que se realizaron sobre la zona las bombas que cayeron en el pueblo nunca llegaron a explotar. No es posible humanamente demostrar la conexión entre la custodia de las Sagradas Formas, que permanecen incorruptas, y la ausencia de desgracias a los hijos del pueblo y al pueblo mismo durante la Guerra Civil, pero es incuestionable que ambos hechos coincidieron en el tiempo y en el espacio”.
El obispo de Getafe considera que este hecho extraordinario ha hecho "más vigorosa" la fe de los moralejeños y que "se trata, sin duda, de un hecho edificante: una prueba de la transubstanciación, del cambio de la substancia del pan normal al pan eucarístico, manteniendo los accidentes, las apariencias, de color, sabor, etcétera". Señala que el peligro de distracción para la fe "sería esperar, desear, que esos hechos extraordinarios se repitan y creer sólo cuando se dan; es lo del apóstol Santo Tomás: si no lo veo no lo creo".
(Bajo estas líneas, cuadro que puede observarse en una pared lateral de la parroquia de San Millán).
Parra Montes cuenta que “al morir puso una cara de felicidad enorme; le dijeron ¿qué ves? y dice: pues veo un milagro en la iglesia y gente peregrinando a ver el milagro. Luego, cuando supieron lo de las formas, mucha gente se acordó de este sacerdote".
El párroco de San Millán nos indica que el nicho de García Trejo está en un muro exterior del templo y que la causa inmediata de su muerte fue una infección de muelas.
Ninguno de los habitantes de Moraleja de Enmedio murió a causa de la Guerra Civil. Se calcula que la guerra civil española (1936-1939) dejó unos 300.000 muertos. En aquella época el pueblo tendría menos de mil habitantes. Según el artículo de Redención, un grupo de jóvenes moralejeños y el entonces alcalde Eustaquio Rodríguez Sánchez se unieron a nacionales cuando sus vecinos se resguardaban en El Ombú.
El obispo Joaquín María explica la importancia de este hecho en la vida del pueblo: “Los habitantes de Moraleja han asociado este hecho extraordinario a una protección especial del Señor durante la contienda civil y han transmitido de hijos a nietos que, por haber custodiado y protegido la Eucaristía durante los duros años de la Guerra, el Señor les protegió a ellos especialmente.
»Recuerdan en este sentido que ninguno de los habitantes de Moraleja murió durante la guerra y que en varios de los bombardeos aéreos que se realizaron sobre la zona las bombas que cayeron en el pueblo nunca llegaron a explotar. No es posible humanamente demostrar la conexión entre la custodia de las Sagradas Formas, que permanecen incorruptas, y la ausencia de desgracias a los hijos del pueblo y al pueblo mismo durante la Guerra Civil, pero es incuestionable que ambos hechos coincidieron en el tiempo y en el espacio”.
El obispo de Getafe considera que este hecho extraordinario ha hecho "más vigorosa" la fe de los moralejeños y que "se trata, sin duda, de un hecho edificante: una prueba de la transubstanciación, del cambio de la substancia del pan normal al pan eucarístico, manteniendo los accidentes, las apariencias, de color, sabor, etcétera". Señala que el peligro de distracción para la fe "sería esperar, desear, que esos hechos extraordinarios se repitan y creer sólo cuando se dan; es lo del apóstol Santo Tomás: si no lo veo no lo creo".
(Bajo estas líneas, cuadro que puede observarse en una pared lateral de la parroquia de San Millán).
Sea como fuere y a la espera del pronunciamiento oficial de la Iglesia, lo
cierto es que hay signos de que la profecía del párroco Roberto García Trejo se
está empezando a cumplir. Hasta ahora han acudido dos
parroquias a lo alto del promontorio de Moraleja, una de
Móstoles y otra de Villanueva de la Cañada. Y mucha gente está
acercándose individualmente, sobre todo los domingos.
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