Páginas

martes, 7 de enero de 2014

¿Dónde está Rafaela?



La mayor parte de la gente somos de costumbres fijas, hasta cuando vamos a la iglesia tendemos a ocupar siempre el mismo banco. D. Jesús, el párroco, se sabía de memoria la ubicación de cada uno de sus feligreses, sobre todo las feligresas. Según estaba en el altar, en el segundo banco de la izquierda, Rafaela y Joaquina, siempre juntas a pesar de sus pesares. María a la derecha, más retrasada. Jesusa, no me diga por qué, al fondo a la derecha. Por supuesto si había un hombre, invariablemente al fondo, cosas del pueblo, a no ser que se tratara de un forastero, que esos siempre se han sentado donde les ha dado la gana.

Por eso cuando aquel martes D. Jesús comenzó la celebración notó que algo no casaba. Sorprendentemente, una docena de mujeres se agolpaba en los dos últimos bancos de la izquierda, los que están junto a la escalera del coro y el almacén. Pero bueno, ¿qué mosca les habrá picado justo ahora a estas mujeres? Atentas estuvieron en la celebración, nada que reprochar por esa parte, y comulgaron las de siempre como siempre. El pobre cura tratando de celebrar sin distraerse y a la vez sin poder evitar hacer cábalas. La primera vez que veía a Rafaela fuera de su sitio habitual. Y a las otras.



Acaba la misa y las buenas damas, en lugar de marcharse como era lo habitual, hete aquí que deciden quedarse en su sitio y rezar el rosario. A la salida, esperando, D. Jesús. A ver, ¿se puede saber qué os pasa? Porque lo de colocaros al fondo no es vuestra costumbre.

Mire D. Jesús, respondió Rafaela, nosotras hemos estado donde siempre, el que estaba en otro sitio era usted. ¿Cómo que en otro sitio?, replicó el párroco, en el altar, en el mismo. No, D. Jesús, no era el mismo… ¿no se ha dado cuenta? A ver qué está pasando aquí…
En el altar mayor, en ese retablo tan pobretón que tenemos, siempre estuvo la imagen de una virgencita, una imagen pequeña, no especialmente agraciada, y además poco cuidada. Es la única que se libró de la quema cuando los milicianos llegaron al pueblo y quemaron los santos, porque al ser pequeña mi tía Alfonsa la pudo sacar a escondidas y guardarla en la vaquería entre los sacos de cebada. Siempre estuvo en ese altar.
Cuando nos trajeron a bautizar, nos presentaron a ella. El día de la primera comunión, a ella nos encomendamos. En mi boda estuvo, y ha presenciado el entierro de nuestros padres. Ya sé que ahora ha usted colocado una imagen más grande y bonita, pero qué quiere que le diga, no es la nuestra. Ya, si ya sabemos que es la misma, pero nosotras si no tenemos la de siempre parece que nos falta algo. Por eso, como nos hemos enterado de que está en el cuarto de los trastos, así estamos más cerca ¿comprende?
D. Jesús calló. Se hizo un silencio que pareció eterno. Entonces el buen párroco tomó la palabra: tenéis razón. La verdad es que la imagen grande y bonita de la Virgen ha sido un préstamo del taller para ver si quedaba bien en la iglesia. Pero no, definitivamente no queda bien. Mañana iré a devolverla y a pedir que nos restauren la de siempre. Ya os contaré.

Mientras se alejaba el cura, Rafaela, reprimiendo unas lagrimitas que le salían del alma, todavía pudo decir: “a pesar de tanta pelea, este D. Jesús es un buen cura”.
Jorge Glez. Guadalix

No hay comentarios:

Publicar un comentario