El adviento
es tiempo de esperar, construir, forjar... Ser familia es algo muy grande,
tanto que va más allá de ir a ver al niño a la función navideña del cole,
llevarle a ver las luces del centro o a dejarle sólo toda una tarde suelto por
“Mercaplana”. Hacer familia conlleva negaciones, lágrimas y a veces levantar
ampollas, claro. Sí, revolver en lo pasado que sigue sangrando impurezas en
nuestras vidas y que en cada comida familiar provoca nuevos silencios, codazos
y malestares. Supone remover a los niños el recuerdo y memoria del pasado para
que puedan ir perfilando como quieren que sea su mañana. Criar a los hijos en
valores humanos sólo se consigue mostrándoles el mundo real que tenemos, con
sus miserias más crudas; sólo eso forjará en ellos un escudo resistente que les
servirá llegado el momento de afrontar y tomar las riendas de sus vidas sin
temor.
Es
realmente llamativo el índice tan elevado de niños que acuden de forma periódica,
mensual e incluso más que semanal a las consultas de psicólogos especializados. Prueba de ello nos lo constatan nuestros
niños de Lugones, dónde no son pocos los que reciben medicación, terapias y
seguimientos continuos sobre su evolución psíquica. No sabemos lo que ocurre
pues es como un “boom”; tampoco entendemos qué es lo que les falta, ni siquiera
lo que les pasa, pero sabemos que algo no va bien. ¿Estará el origen en la familia,
el colegio o los amigos?, ¿Se deberá a los juguetes, la ropa o las libertades
que les damos?; ¿o será que no los estamos educando en la alegría de vivir en
cristiano?. En mi humilde opinión, sólo sí el niño ve a sus padres frecuentar
la iglesia, ponerse de rodillas, rezar en casa etc… empezará a tener sentido y dar
fruto abundante la preparación catequética en el tiempo de la iniciación
cristiana. No se trata de llevar las cosas a “rajatabla”; no somos una religión
de libro, sino que somos la religión del Verbo hecho carne como nos insistía el
hoy Papa emérito.
Su sucesor no se queda corto
al exhortarnos constantemente sobre la importancia de tener claras las ideas
claves de nuestra misión en el mundo, en especial el de la familia como correa
de transmisión evangelizadora. Qué bien lo resumía en su homilía de la pasada
jornada de la familia en Roma al decir: “Queridas
familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta en
familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias
favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las
personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza
de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida”. En el
fondo de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios; la presencia
de Dios en la familia; está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia
todos.
Cristo
quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia como apunta el Catecismo
de la Iglesia en el número 1655. Continua así: La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios".
Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los
que, "con toda su casa",
habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían
deseaban también que se salvase "toda
su casa" (cf Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran
“islotes de vida cristiana en un mundo no
creyente”.
No vale
como excusa eterna acudir a “los tiempos que nos tocan”; la Sagrada Familia de
Nazaret supo mejor que nosotros lo que era vivir perseguidos cuando escapando
de Herodes huyeron a Egipto. Tampoco les fue ajeno el vivir en crisis, no
preocupados de llegar a fin de mes sino de llegar al día siguiente, lo que
suponía no tener cobijo…, más sabían esperar en Dios. Que alentadoras al
respecto son las palabras del Señor: “Mirad los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni
acumulan en graneros, y sin embargo, mi Padre que está en el cielo los
alimenta. ¿No valéis vosotros acaso más que ellos? (Mt 6, 26”)
Quiera el
Señor concedernos la gracia de que nuestros hogares se asemejen cada día más a esas estrellas, sol y luna que
iluminan el portal de Belén, pidiéndoles a Jesús, José y María que sean nuestra
salvación, que tomen nuestro corazón y nos asistan en nuestra última agonía .
Amén
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