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jueves, 12 de diciembre de 2013

Carta Semanal del Sr. Arzobispo

 
14 diciembre: diez años de obispo
 
Era un rito familiar para estos días que recortaban la luz natural según se iba terminando el año. Entonces sacábamos la caja de latón como quien guarda un libro de historia en imágenes de la gente que más querías. Era más dulce ver las fotos así que el dulce de membrillo que un día llenaba la caja. Y venían las preguntas, los recuerdos, las sonrisas y algunas muecas de lágrimas furtivas. Algo parecido sucede cuando llegas a determinadas fechas que se nos antojan redondas, como si un ciclo de tu vida se cumpliese. Nada hay de ello, porque los ciclos tienen otra cadencia, responden a otros motivos y marcan los hitos de tu propia aventura vital.

Me encuentro celebrando mis diez años de obispo. Es inevitable que uno mire brevemente y de reojo hacia atrás, para traer a la memoria orante y agradecida lo que en este tiempo importante en la biografía personal ha sucedido junto a las personas que el Señor ha puesto a tu vera. Fueron seis años inolvidables y primerizos en aquella tierra noble y bella del Alto Aragón: las diócesis de Huesca y Jaca que me confió pastoralmente el papa Juan Pablo II al nombrarme obispo. Peinaba yo cuarenta y ocho años y llegaba con toda mi inexperiencia episcopal. La paciencia y lealtad de los colaboradores cuyos rostros y nombres no podré olvidar en el sagrario del corazón, me ayudó a dar los primeros pasos como sucesor de los Apóstoles. Ver y escuchar, darme y acoger. Mucho aprendí en lo que acerté a ofrecer con la sabiduría de la que era capaz, y no poco también en los errores que pude cometer sin maldad, con el amor y perdón recíproco de tanta gente de bien.

De allí, el papa Benedicto XVI, me trajo a Asturias como arzobispo de Oviedo. Nueva tierra igualmente noble y bella, con gente también buena que te acoge y acompaña en los vericuetos humanos donde la vida se hace brindis festivo o llanto pesaroso, donde las preguntas concretas que te arañan y provocan piden una respuesta también concreta que ponga bálsamo y acerquen paz bondadosa. Aquí llevo cuatro años ya, en los que he recibido inmerecidamente el afecto y la ayuda de parte de tantos a quienes también deseo querer y ayudar meritoriamente.

Como dije al llegar, he ido siempre por la vida como un cristiano que se sabe peregrino por donde Dios me va conduciendo. Nunca tomé yo con el Señor la iniciativa, sino Él quien me marcó el tiempo y el lugar. Jamás mi felicidad ha sido burlada, usada o mentida por Él, sino que todas las exigencias de mi corazón han encontrado en la paciente y paterna compañía del Buen Dios no un rival sino el más dulce, respetuoso y fiel cómplice de aquello para lo que fui nacido.

Así vine a vosotros, queridos hermanos e hijos de Asturias, en esta vetusta diócesis ovetense. Como en otros tramos de mi camino sucedió, venía sencillamente en el nombre del Señor sin otras credenciales. Vine sin consignas, sin planes conspirados y sin estrategias torcidas. Amo al Señor sobre todas las cosas, amo a la Iglesia con toda mi alma como hijo de San Francisco, amo el tiempo de mi época y a la gente que se me confía. Con todo el cúmulo de mis luces y mis sombras, con las gracias y pecados en mi ligero equipaje, aquí estoy para servirle al Señor y a vosotros diciendo un sí lleno de respeto y cristiano temor, secundando lo que el Señor –a quien entregué mi vida para siempre– vuelve a proponerme como encomienda en su Iglesia.

Ser agradecido, pedir perdón y pedir gracia, me brotan hoy del hondón del alma en este décimo aniversario, como sincera actitud de quien se sabe enviado a vosotros por Quien no soy digno de desatar sus sandalias.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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