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viernes, 1 de noviembre de 2013

Un río de esperanza



Era un río de vida, con verdaderas chispas de alegría que revoltosas ponían el color de esperanza por doquier. Muchas familias. Con niños arracimados a sus padres, que se sorprendían de nuestra gozosa sorpresa al verlos pasar. Nunca había visto la Plaza de San Pedro tan repleta de alegría y de una esperanza que te permite asomarte a la vida con ojos llenos de luz. Pero también había matrimonios maduros que llevan ya escritos años de andadura, aquilatando el amor primero sin escepticismo, luchando en la vida complicada de cada día, y viendo a sus hijos crecer y madurar. No faltaban tampoco los abuelos, que desde su mirada serena y canosa, saben relativizar lo que es relativo mientras que indómitos no dejan de proponer lo que es verdadero, que vale la pena transmitir y conservar. Así estaba Roma cuando llegamos la Diócesis de Oviedo como peregrinos en el Año de la Fe. Coincidió con el encuentro de las familias del mundo a las que nos sumamos también nosotros como familia de Dios que peregrina en Asturias.

La vigilia de oración nos acercó el testimonio precioso que parte de la vida. La pequeña Federica, a sus siete años con coletas, le contó al Papa cómo le gustaba cocinar galletitas, ayudar a mamá en casa y a rezar las oraciones por todos, también por la Iglesia y el mundo. La plegaria inocente que llega al corazón de Dios. Novios que decidieron vivir su noviazgo en cristiano, sin trampas, sin rebajas, sin atajos, aprendiendo lo que significa la fidelidad que está abierta a la vida que Dios da, que sabe de ternura enamorada y de respeto, y que será para siempre: con salud o enfermedad, en la alegría o la pena, todos los días de la vida. Una joven pareja nos hablaba de sus dificultades económicas al tener trabajo incierto y no saber cómo pagarán el alquiler de la casa, pero que iban adelante porque estaban fundamentados en Dios en Quien habían puesto su confianza. No faltaron los padres y los abuelos que dieron también su precioso testimonio desde la aventura cotidiana de hacer sencillamente lo que tienen que hacer ayudándose mutuamente bajo la mirada bondadosa del buen Dios.

La Misa del día siguiente, con el icono de la familia de Nazaret, transcurrió en ese mismo clima de alegría y oración, con una Plaza de San Pedro llena hasta las banderas. Nos dijo el Papa que una familia cristiana es la que reza junta las oraciones que hemos aprendido desde pequeños, e hizo hincapié en el rezo del rosario en familia; pero también la que conserva la fe en medio de los avatares en donde ésta se vive entre la bonanza o la persecución; finalmente, la familia cristiana sabe testimoniar esa fe a través de la alegría, precisamente en medio de un mundo que parece haber perdido el encanto de la esperanza. 

De allí nos fuimos a Asís, que siempre es una cita con un cristiano íntegro, de una pieza, como lo fue San Francisco. En este santo Dios recordó una palabra que siempre tendemos a olvidar o a traicionar: la fraternidad. Francisco es un recordatorio vivo de que somos hermanos por nuestra común condición de hijos de Dios. La experiencia personal de un Francisco buscador, supuso el encuentro con aquel Dios que se hizo encontradizo. Desde la vivencia de la misericordia del Señor él se hizo hermano misericordioso de los más necesitados, para hacer con ellos lo que con él había hecho Dios.

De nuevo en el quehacer cotidiano, pidiendo la gracia de saber ser testigos de lo que Dios nos ha concedido en esta peregrinación tras renovar nuestra fe bautismal junto a la tumba de Pedro y como San Francisco ser instrumentos de Paz y hacedores de Bien.



         + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
         Arzobispo de Oviedo

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