Debemos
conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento
Pienso que
aquel gran deseo de nuestro Señor de que su Sagrado Corazón sea honrado con un
culto especial tiende a que se renueven en nuestras almas los efectos de la
redención. El Sagrado Corazón , en efecto, es una fuente inagotable, que no
desea otra cosa que derramarse en el corazón de los humildes, para que estén
libres y dispuestos a gastar la propia vida según su
beneplácito.
De este
divino Corazón manan sin cesar tres arroyos: el primero es el de la misericordia
para con los pecadores, sobre los cuales vierte el espíritu de contrición y de
penitencia; el segundo es el de la caridad, en provecho de todos los que aspiran
a la perfección, para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus
dificultades; del tercer arroyo manan el amor y la luz para sus amigos ya
perfectos, a los que quiere unir consigo para comunicarles su sabiduría y sus
preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual a su manera, se entreguen
totalmente a promover su gloria.
Este
Corazón divino es un abismo de todos los bienes, en el que todos los pobres
necesitan sumergir sus indigencias: es un abismo de gozo, en el que hay que
sumergir todas nuestras tristezas, es un abismo de humildad contra nuestra
ineptitud, es un abismo de misericordia para los desdichados y es un abismo de
amor, en el que debe ser sumergida toda nuestra indigencia.
Conviene,
pues, que os unáis al Corazón de nuestro Señor Jesucristo en el co0mienao de la
conversión, para alcanzar la disponibilidad necesaria y , al fin de la misma
para que la llevéis a término. ¿No aprovecháis en lo oración? Bastará con que
ofrezcáis a Dios las plegarias que el Salvador profiere en lugar nuestro en el
sacramento del altar, ofreciendo su fervor en reparación de vuestra tibieza; y ,
cuando os dispongáis a hacer alguna cosa, orad así: "Dios mío, hago o sufro tal
cosa en el Corazón de tu Hijo y según sus santos designios, y os lo ofrezco en
reparación de todo lo malo o imperfecto que hay en mis obras." Y así en todas
las circunstancias de la vida. Y, siempre que os suceda algo penoso, aflictivo,
injurioso decíos a vosotros mismos: "Acepta lo que te manda el Sagrado Corazón
de Jesucristo para unirte a sí".
Por encima
de todo, conservad la paz del corazón, que es el mayor tesoro. Para conservarla,
nada ayuda tanto como el renunciar a la propia voluntad y poner la voluntad del
Corazón divino en lugar de la nuestra, de manera que sea ella la que haga en
lugar nuestro todo lo que contribuye a su gloria, y nosotros, llenos de gozo,
nos sometamos a él y confiemos en él totalmente.
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