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viernes, 4 de octubre de 2013

Francisco ante Francisco

En 1209, Francisco y su primer grupo de hermanos viajaron a Roma a encontrarse con el Papa, que les dio su bendición. Mañana, un Papa llamado Francisco irá al encuentro del santo al que ha tomado como tutor de su ministerio petrino
 

El Papa aprueba la Regla y bendice a san Francisco
y sus compañeros
, de Giotto. Basílica de San Francisco, Asís
 
 
Había encontrado al fin lo que Dios quería de él y del grupo de primeros hermanos que se le juntaron para vivir de modo nuevo la vida cristiana. Se habían encontrado con Cristo y descubrieron lo esencial del Evangelio; los pobres y mendigos de todas las pobrezas y penurias golpearon sus corazones y se sintieron enviados a darles la esperanza que ellos hallaron en el Señor; su vida sencilla, su oración de alabanza, la libertad que llenaba de alegría sus almas y el mensaje de paz y bien que por doquier repartían predicando en las plazas, les hizo caer en la cuenta de algo serio: ¿serían herejes como tantos de los que entonces abundaban?
Y no dudaron en lo que tenían que hacer. Francisco iría a encontrar al Papa. Esto se produjo en 1209 en Roma. Y el Papa Inocencio III les confirmó en su identidad católica y eclesial dándoles la bendición, y viendo en Francisco y sus hermanos un motivo de esperanza para la renovación de la Iglesia entera. Entonces, al comienzo del franciscanismo, como en toda historia cristiana, la comunión real con la Iglesia del Señor, con el sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él, es la clave de verificación de si estamos ante un don de Dios para su pueblo o ante una genialidad que tendrá la medida y la pretensión de quien la propone o la impone. Francisco fue al Papa y el señor Papa le confirmó en su fe.
San Francisco de Asís representa una de las páginas más conmovedoras de la historia de la Iglesia, porque acertó a vivir con enorme sencillez y exquisita fidelidad su condición de hijo de Dios, de hijo de la Iglesia y de hijo de su época. Esta triple filiación es la que le constituyó en alguien que aportó una verdadera novitas en aquel complejo y apasionante ocaso medieval. La experiencia cristiana en cuanto Historia es un lugar en donde verificar la presencia de Jesucristo. Su Rostro resplandece de modo especial en los santos, puesto que ellos han sido quienes lo han acercado a cada generación, permitiendo así que el Espíritu prometido por Jesús en su Última Cena realizase la recordación de sus Palabras y el acompañamiento hasta la verdad plena.
Atento a la Historia, es decir, a los retos, trampas y esperanzas de su tiempo, san Francisco consintió -por así decir- que el Espíritu de Dios respondiese, en su humana biografía, a las preguntas y urgencias de su mundo y de su Iglesia. No cayó en los tópicos típicos, ni en las reformas oportunistas, ni en la crítica fácil de una cierta mentalidad dominante al uso. No se apresuró a colocar su estrategia de reforma: dejó que Dios manifestase la suya ofreciéndole él su pequeñez, su carne, su existencia.
Francisco miró a Cristo, hasta quedar en Cristo transformado. En los santos vemos a Cristo, escuchamos a Cristo. No supone ni traición, ni distracción de la Persona del Señor, sino que ellos representan para la experiencia cristiana esos rostros a los que vale la pena mirar y peregrinar, porque en ellos se trasluce otra Presencia y se percibe otra Palabra, que despierta en nosotros el santo deseo de caminar hacia el destino para el que fuimos hechos, con una creciente pertenencia a Dios y a su pueblo. En el caso de san Francisco, su imitación-seguimiento de Jesús fue tan apasionada y tan apasionante, tan centrada en pisar las huellas de su Señor, que le mereció ser ante la mirada de sus contemporáneos un alter Christus; no en el sentido de otro Cristo, sino Cristo otra vez. Cristo en aquel momento histórico, como respuesta adecuada a las preguntas, desafíos y heridas que su generación tenía planteados. Dios se hizo palabra, presencia, bálsamo y certeza, en la biografía del Poverello de Asís. Algo no sólo ejemplar para quienes le admiramos, sino también urgencia de compañía -la compañía de los santos-, para poder llegar, con su intercesión, a la plena realización de nuestro diseño creado por Dios.
El hoy sucesor de Pedro, nuestro Papa Francisco, con este viaje a Asís para orar en su tierra natal al Poverello, escenifica un hermoso gesto como ya hicieran Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es, de algún modo, devolver la visita que ocho siglos antes hiciera san Francisco al Papa Inocencio III. Ahora es el Papa Francisco quien va al encuentro de quien ha tomado como tutor en su ministerio petrino, un encuentro, sugestivo e importante, con quien el Señor señaló para siempre como un camino ejemplar, profético, bello para todos los cristianos con la santidad de este hijo suyo e hijo de la Iglesia, san Francisco de Asís. Encomendaremos este viaje apostólico y estaremos atentos para aprender lo que en él Dios nos quiera enseñar con san Francisco y el Papa.
 
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
arzobispo de Oviedo

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