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lunes, 28 de octubre de 2013

Con las víctimas, con los vencedores

 
 
Justo cuando la etarra Inés Del Río ha conseguido, la primera de una numerosa serie de peligrosos criminales, su excarcelación, ETA está en las instituciones y sus amigos celebran las buenas noticias que se les acumulan, cuando a sus víctimas aparentemente sólo les queda expresar su indignación, rabia e impotencia, deseo expresar una vez más, a mí que no me gusta nada perder, que quiero estar del lado de los vencedores, es decir, de las víctimas.

¿Cómo puede ser así? La primera razón la tuve el otro día, cuando me enteré de la sentencia de Estrasburgo. En mi primera oración después de la sentencia, llevaba una buena carga de indignación, comprendí que lo que debía pedirle a Dios en primer lugar para mí y los demás, era paz. Paz con Él y, en consecuencia, conmigo mismo y con mi conciencia. Y para ello debía escoger el lado justo, el lado bueno. Y ese lado bueno es el lado de las víctimas. Hay que ser muy malvado, sectario e imbécil para pensar que cuando uno pone una bomba o pega un tiro en la nuca, la razón la tiene no la víctima, sino el verdugo.

ETA nace de la conjunción del marxismo, la ideología que más muertes ha causado en el siglo XX, más todavía que el nazismo, con el nacionalismo radical. Sus métodos son sencillamente criminales, no repugnándole ni el asesinato premeditado de niños, como sucedió en el atentado a la casa cuartel de Zaragoza. Por ello, no ya el apoyo directo, sino, como recuerdan nuestros Obispos, el mero servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos (uno aquí no puede por menos de recordar la frase, unos agitan el árbol y otros recogen las nueces), es una gravísima inmoralidad. Por ello no se puede ser neutral ante el terrorismo y una conciencia católica no puede lícitamente apoyar a las instituciones que acepten directa o indirectamente la dirección de ETA, ni tampoco a aquéllas que no condenan expresamente los atentados de ETA y no muestran de ese modo su independencia institucional e ideológica respecto de esa organización.

¿Por qué estoy con las víctimas? Porque Jesucristo está con ellas. En Mt 11,5 y en Lc 7,22 Jesús responde a los discípulos de Juan que han venido a preguntarle si Él es el Mesías Jesús les contesta haciéndoles ver sus obras de misericordia y en especial “los pobres son evangelizados”. Pero la lista de obras de misericordia para la Iglesia no son sólo las obras de misericordia corporales, sino también las espirituales, y una de ella es consolar a los afligidos. Y las víctimas han sufrido y están sufriendo mucho no sólo directamente por causa de los crímenes que les han golpeado, sino viendo como muchos que debieran apoyarles con todo, se preocupan de ayudar a sus contrarios, como el juez presuntamente español de Estrasburgo, defendido estos días increíblemente por los socialistas en las televisiones, individuo que no sólo votó a favor de la etarra, sino que recibió en Estrasburgo a los filoetarras, pero se negó a hacerlo con las víctimas del terrorismo.

En la presente situación creo que es bueno que nos fijemos en la Biblia y lo que nos dice sobre la prosperidad de los malvados o impíos. Varioa textos hacen referencia a ello. Así en el Salmo 49 leemos: “el hombre no perdura en su esplendor” (v.13) y “a su muerte nada se llevará consigo” (v. 18), en el Salmo 73 nos habla del aparente éxito del impío en los versículos 3-15, pero en el 17-19 se nos dice: “Hasta que penetré en el misterio de Dios y puse atención a sus postrimerías, ciertamente los pones tú en el resbaladero y los precipitas en la ruina... Son consumidos por el espanto”. En Proverbios 6 leemos “el hombre malo es digno de desprecio” (v. 12), “por eso vendrá sobre él de improviso la ruina” (v. 15) y entre las cosas que aborrece Yahvé “manos que derraman sangre inocente” (v. 17). El Catecismo de la Iglesia nos recuerda: “El terrorismo amenaza, hiere y mata sin distinción; es gravemente contrario a la justicia y a la caridad” (nº 2297).

Dado que todos vamos a morir, cada vez entiendo menos a aquéllos que basan su vida en el odio y en hacer el mal. Pido por su conversión, porque si no se arrepienten, al final de su vida van a oír las terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos. Id al fuego eterno” (Mt 25,41). En sentido contrario recuerdo lo que me decía una persona, posible víctima de los terroristas y no muy creyente: “si me matan los terroristas y Dios existe, creo que me presento en mejores condiciones si me han matado por cumplir con mi deber”. Por eso creo que los verdaderos vencedores son las víctimas, como en el Siglo XX los vencedores fueron las víctimas inocentes y no sus asesinos.

Pedro Trevijano

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