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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Engordar en verano

Decía yo esta mañana a mis feligreses que una de las primeras cosas que solemos hacer al llegar a casa después de vacaciones es la de someternos al veredicto de la báscula de baño para sufrir el ya barruntado disgusto tras la época estival.

Normal. En verano solemos bajar la guardia y abandonar sin remordimientos esas buenas costumbres de sobriedad, moderación y dieta mediterránea para lanzarnos en los suaves brazos de cervezas, aperitivo, barbacoa, colesterol y triglicéridos. El resultado es sabido: algún kilito de más que requiere dieta drástica y muy posiblemente apuntarnos por fin al gimnasio.


También se baja la guardia en las cosas de la fe, ya desde el niño que pregunta si en vacaciones hay que ir también a misa. Mi experiencia de estos años de cura me confirma lo imaginado: que en verano no es difícil saltarse alguna misa del domingo entre viajes y que no sabíamos muy bien el horario en la playa, que esos ratos que durante el curso pasamos con el Santísimo no encontramos forma, que la oración se hace difícil, que además como tenemos más tiempo hablamos más unos con otros y no siempre de cosas convenientes, surgen roces con la familia y hasta económicamente hacemos dispendios extras sin acordarnos demasiado de aquellos que lo pasan un poco peor. Y más cosas que cada cual sabrá evaluar en su vida de cristiano.
Decía a mis feligreses esta mañana, sigo con el asunto, que quizá fuera bueno que se subieran ahora a la báscula de un buen examen de conciencia para evaluar serenamente si el pasado tiempo estival ha servido para hacerles más santos o si por el contrario están ahora un poquito más alejados de Dios, y que si este es el caso a lo mejor era momento de una buena confesión y un hacerse un plan para el futuro: ya saben, un régimen de vida y un buen gimnasio, por ejemplo un director espiritual.
Hoy es de esos días que sientes que la gente escucha. Se nota. Hay domingos que ves que ni caso y otros en que sí, que se palpa esa atención. Además menudo evangelio el de hoy entre la oveja perdida, la moneda y el hijo pródigo.
Cuando estaba acabando la homilía les he dicho: por cierto, mi compañero está en el confesionario y seguro que encantado de que le den trabajo… Pues no han sido palabras vanas. Porque he visto levantarse a más de uno y dirigirse tranquilamente a la capilla penitencial.
 
Jorge Glez. Guadalix

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