Quisiera dedicar una serie de cartas semanales a reflexionar en voz alta sobre nues-tro Plan Pastoral Diocesano para los próximos cinco años, tal y como hago en la introduc-ción que preparé para el mismo. Cada uno de nosotros protagonizamos un tramo de tiempo y un trozo de tierra, y es en esas do...s coordenadas donde la fe cristiana acierta a poner fecha y a domiciliar lo que va tejiendo la historia de un pueblo.
La Iglesia no es una entelequia abstracta en la que se dicen y hacen cosas tan gené-ricas que son incapaces de abrazar la vida concreta. El infinito amor de Dios que tomó car-ne humana en Jesús nacido de María Virgen, no se entregó abstractamente sino que lo hizo en lo concreto de cada persona que el Señor fue encontrando en el camino: con sus lágri-mas y sus sonrisas; con sus esperanzas y desencantos, con sus dudas y sus certezas; con sus búsquedas y sus preguntas; con sus trampas y pecados y con sus gracias y lealtades.
En Asturias desde aquel año 811 en el que comenzó nuestra historia como Diócesis de Oviedo, hemos ido escribiendo siglo tras siglo las hermosas páginas de nuestros santos: mártires en tantos modos y momentos, sabios doctores, celosos confesores de la fe, vírge-nes testigos del amor primero y único. Obispos y sacerdotes que han cuidado de este pue-blo cristiano, consagrados en las diversas familias religiosas viviendo sus carismas, fami-lias verdaderamente cristianas, educando a sus hijos mientras se amaban el esposo y la esposa con un amor tierno, fiel y para siempre; tantos laicos que han sabido vivir la fe en el mundo del trabajo no siempre fácil ni gratificante en el campo, en la ganadería, en la mar o en la mina, en los oficios y profesiones más diversos.
Este testimonio de fe que cruza los años de cada siglo, ha sabido expresarse en la religiosidad popular y en la vivencia de los sacramentos, en la cultura y el arte que han generado tantas manifestaciones de sabiduría, educación y belleza, en el compromiso ciu-dadano de construir una sociedad en la que poder convivir con comunión solidaria, con respeto de paz y caminos de justicia.
Pero cada generación ha sabido darse los cauces adecuados para vivir la fe en Dios, en comunión con la Iglesia y para la misión evangelizadora que el mundo les pedía. Así han ido poniendo como creyentes esa fecha a su tiempo y ese lugar a su domicilio, acer-tando a glorificar a Dios y siendo bendición para sus hermanos. Esto es lo que representa, sea cual sea su modalidad, el significado de un Plan Pastoral Diocesano. Según sean las urgencias, tal y como resulten los desafíos, cada época ha debido preguntarse cómo ser cristianos en el aquí y en el ahora.
Una Diócesis es una realidad viva formada por los bautizados que con sus diversas vocaciones y ministerios dentro de la Iglesia, continúan en el tiempo lo que tuvo comienzo en Jesucristo y en los primeros discípulos cristianos, a quienes confió el Señor el mandato misionero de ir a todo el mundo anunciando la Buena Noticia (cf. Mc 16,15). El Papa Juan Pablo II nos decía que debemos recomenzar con nuevo impulso esta larga historia cristiana de salvación a la luz de cuanto Dios nos ha dicho en este tiempo de gracia: “es el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios… analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral” (NMI 3). Ante las diversas periferias existenciales, como dice el Papa Francisco, salimos al encuentro de los hermanos. Para esto nos hemos dado un Plan Pastoral Diocesano.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
26 septiembre de 2013
La Iglesia no es una entelequia abstracta en la que se dicen y hacen cosas tan gené-ricas que son incapaces de abrazar la vida concreta. El infinito amor de Dios que tomó car-ne humana en Jesús nacido de María Virgen, no se entregó abstractamente sino que lo hizo en lo concreto de cada persona que el Señor fue encontrando en el camino: con sus lágri-mas y sus sonrisas; con sus esperanzas y desencantos, con sus dudas y sus certezas; con sus búsquedas y sus preguntas; con sus trampas y pecados y con sus gracias y lealtades.
En Asturias desde aquel año 811 en el que comenzó nuestra historia como Diócesis de Oviedo, hemos ido escribiendo siglo tras siglo las hermosas páginas de nuestros santos: mártires en tantos modos y momentos, sabios doctores, celosos confesores de la fe, vírge-nes testigos del amor primero y único. Obispos y sacerdotes que han cuidado de este pue-blo cristiano, consagrados en las diversas familias religiosas viviendo sus carismas, fami-lias verdaderamente cristianas, educando a sus hijos mientras se amaban el esposo y la esposa con un amor tierno, fiel y para siempre; tantos laicos que han sabido vivir la fe en el mundo del trabajo no siempre fácil ni gratificante en el campo, en la ganadería, en la mar o en la mina, en los oficios y profesiones más diversos.
Este testimonio de fe que cruza los años de cada siglo, ha sabido expresarse en la religiosidad popular y en la vivencia de los sacramentos, en la cultura y el arte que han generado tantas manifestaciones de sabiduría, educación y belleza, en el compromiso ciu-dadano de construir una sociedad en la que poder convivir con comunión solidaria, con respeto de paz y caminos de justicia.
Pero cada generación ha sabido darse los cauces adecuados para vivir la fe en Dios, en comunión con la Iglesia y para la misión evangelizadora que el mundo les pedía. Así han ido poniendo como creyentes esa fecha a su tiempo y ese lugar a su domicilio, acer-tando a glorificar a Dios y siendo bendición para sus hermanos. Esto es lo que representa, sea cual sea su modalidad, el significado de un Plan Pastoral Diocesano. Según sean las urgencias, tal y como resulten los desafíos, cada época ha debido preguntarse cómo ser cristianos en el aquí y en el ahora.
Una Diócesis es una realidad viva formada por los bautizados que con sus diversas vocaciones y ministerios dentro de la Iglesia, continúan en el tiempo lo que tuvo comienzo en Jesucristo y en los primeros discípulos cristianos, a quienes confió el Señor el mandato misionero de ir a todo el mundo anunciando la Buena Noticia (cf. Mc 16,15). El Papa Juan Pablo II nos decía que debemos recomenzar con nuevo impulso esta larga historia cristiana de salvación a la luz de cuanto Dios nos ha dicho en este tiempo de gracia: “es el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios… analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral” (NMI 3). Ante las diversas periferias existenciales, como dice el Papa Francisco, salimos al encuentro de los hermanos. Para esto nos hemos dado un Plan Pastoral Diocesano.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
26 septiembre de 2013
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