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lunes, 17 de junio de 2013

Cuando Rafaela no quiso ir a la Plaza España

 
Por D. Jorge González Guadalix
Madrid más bien poco. Pero si hace la primera comunión un re-sobrino, y encima es ahijado, pues no queda otro remedio. Así que el viernes por la tarde, autobús y a los madriles. Afortunadamente tiene unos sobrinos acogedores y mejor que andar a carreras “te vienes el viernes, celebramos la primera comunión tranquilamente el sábado, y te puedes volver el domingo sin prisas”. Bueno, pues no estaba mal el plan.
Todo como estaba previsto. Dormir en casa de los sobrinos el viernes, primera comunión el sábado (que por cierto no estuvo mal), comida con la familia y volver a casa a última hora de la tarde.

El domingo, desayunando, tomó la palabra el sobrino: “Que digo, tía, que he pensado que nos vamos a ir a la Plaza de España, que están recogiendo alimentos para los pobres y así aportamos algo nosotros. Ahora, de que desayunemos, nos acercamos ahí a los chinos, que no cierran, compramos unos kilos de algo y nos vamos con el niño. Total, en el metro no tardamos nada, porque ir con el coche será un problema”.

Rafaela arrugó el entrecejo: “¿A la Plaza de España? ¿En metro y con una bolsa llena de comida? ¿Pero tú estás bien? Ayer vi un cartel en la parroquia de la operación kilo y nosotros en el pueblo también llevamos cuando hace falta. A la puerta de casa. Si queréis llevar cosas por mí está bien, pero a la parroquia. A la Plaza de España, cargada y en metro… Anda ya.”
“Verás, tía, es que ayer lo dijeron en la televisión, es una ONG que preside el P. Ángel, seguro que le has visto en la tele, sale bastante, va a ir mucha gente, estarán las televisiones, a lo mejor van famosos. Por eso lo decía.”
Rafaela en ese momento lo comprendió todo. “A mí me parece que lo que nos va es eso de la tele y el famoseo. Hay que ir a la Plaza de España porque hay un cura famoso que por lo visto ayuda a la gente y tiene amigos conocidos. A todos esos que van diles que lo lleven a su parroquia, a las monjitas, a Cáritas. No va nadie. Pero si es el P. Ángel que es famoso y con tele, entonces todos como borregos, cargaditos y en metro. Yo desde luego que no”.
Y en casita se quedó ayudando a su sobrina mientras se hacía sus reflexiones por dentro. Se acordaba de don Jesús y don Antonio, curas de su pueblo que siempre tuvieron algo para los pobres, y hasta de su cura actual, con el que tiene sus cosas, pero que en ayudar a los pobres no se le puede reprochar nada. De aquellas monjitas que conoció una vez en Madrid con unas ollas de comida para la gente que nunca se agotaban. Hasta se le saltaron las lágrimas recordando cómo su madre distraía de cuando en cuando algún choricillo de la olla cuando le pedían limosna.
Se fue a misa de doce, con un poco de tiempo para poder pasar por los chinos y comprar alguna cosa. Lo dejó a la puerta de la sacristía: “no sé si será buen momento, pero no puedo venir otro día”. Y se fue a su banco a rezar mientras empezaba la misa.

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