Francisco I, el argentino Jorge Mario Bergoglio,
el tercer Papa del tercer milenio, parecía hierático, rígido, al salir al
balcón. Pero enseguida transmitió cercanía y sencillez con sus palabras y
gestos. No alzó los brazos para saludar, hasta que tuvo micrófono y pudo hablar
al pueblo romano.
"Buenas noches, sabéis que el deber del Cónclave era encontrar un Papa. Parece que han ido a buscarlo muy lejos, casi al fin del mundo. Gracias por la acogida de la comunidad diocesana de Roma", dijo.
Y enseguido hizo lo que debe hacer un maestro espiritual: poner a rezar a su pueblo. Pidió "una oración por nuestro obispo emérito Benedicto XVI", propuesta respondida con una gran aclamación de la plaza abarrotada. "Que el Señor le bendiga y la Madonna lo custodie". añadió. Y todos, obispo de Roma y su pueblo, rezaron un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
"Comencemos nuestro camino juntos, obispo y pueblo", dijo Francisco I. Y pidió al pueblo: "antes de la bendición, os quiero pedir un favor. Pedid al Señor que bendiga a vuestro obispo. Oremos unos por otros, y por el mundo entero, en silencio".
Y se inclinó, y con él los cardenales y ceremonieros en el balcón. Y la muchedumbre inmensa se silenció en un silencio denso y orante. Nunca antes en la historia moderna de la Iglesia el pueblo oró así, en silencio, unido, por su nuevo Pontífice.
Después el Papa Francisco impartió la bendición "Urbi et Orbi" "a vosotros y a todo el mundo, a los hombres de buena voluntad". Y aún esperó un rato después, con los aplausos, para usar otra el micrófono y decir a los romanos y peregrinos: "buenas noches y buen descanso".
Así acabó la primera presentación al mundo del primer Papa de América, el primer Papa jesuita, el primer Papa argentino, el primer Papa hispanoamericano. Un Papa que empieza su Pontificado poniendo a rezar a los cristianos, y recibiendo su oración e intercesión.
"Buenas noches, sabéis que el deber del Cónclave era encontrar un Papa. Parece que han ido a buscarlo muy lejos, casi al fin del mundo. Gracias por la acogida de la comunidad diocesana de Roma", dijo.
Y enseguido hizo lo que debe hacer un maestro espiritual: poner a rezar a su pueblo. Pidió "una oración por nuestro obispo emérito Benedicto XVI", propuesta respondida con una gran aclamación de la plaza abarrotada. "Que el Señor le bendiga y la Madonna lo custodie". añadió. Y todos, obispo de Roma y su pueblo, rezaron un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
"Comencemos nuestro camino juntos, obispo y pueblo", dijo Francisco I. Y pidió al pueblo: "antes de la bendición, os quiero pedir un favor. Pedid al Señor que bendiga a vuestro obispo. Oremos unos por otros, y por el mundo entero, en silencio".
Y se inclinó, y con él los cardenales y ceremonieros en el balcón. Y la muchedumbre inmensa se silenció en un silencio denso y orante. Nunca antes en la historia moderna de la Iglesia el pueblo oró así, en silencio, unido, por su nuevo Pontífice.
Después el Papa Francisco impartió la bendición "Urbi et Orbi" "a vosotros y a todo el mundo, a los hombres de buena voluntad". Y aún esperó un rato después, con los aplausos, para usar otra el micrófono y decir a los romanos y peregrinos: "buenas noches y buen descanso".
Así acabó la primera presentación al mundo del primer Papa de América, el primer Papa jesuita, el primer Papa argentino, el primer Papa hispanoamericano. Un Papa que empieza su Pontificado poniendo a rezar a los cristianos, y recibiendo su oración e intercesión.
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