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miércoles, 20 de febrero de 2013

Nuestro entorno y nuestro interior. Actuales errores culturales


Por el Cardenal Ricardo M. Carles
 
Los hombres no somos originales ni en nuestros errores. No solo es trágica, por
los efectos negativos que pueda producir, sino profundamente errónea la actual
 proclamación insistente de ciertas ideas como progresistas. Más bien tienen siglos
de vida y siglos de fracasos.

El gran profesor y cristiano que fue el Dr. Corts Grau, valenciano ilustre, encontró

en el momento histórico suyo, el de hace 50 años, abundantes coincidencias con la
época de San Agustín, que curiosamente son semejantes a las nuestras. He aquí
algunas: Crisis profunda, agravada por el narcisismo con que la analizamos.,
contrastes entre el mundo y la Cristiandad, tendencias intuitivas más seductoras que
disciplinadas, sustitución del auténtico espíritu filosófico por la curiosidad, posturas
flotantes o truncadas que, como en el helenismo declinante, pretenden darle –en
literatura, en filosofía, en arte- valor definitivo a lo que es un balbuceo.

Resume rotundas consideraciones concretas de San Agustín. Lo que el hombre

es, lo  es por Dios y en Dios, y desentenderse de Él sería desertar de sí mismo.
El alma vivifica el cuerpo y Dios vivifica el alma. “Pues vive mi cuerpo
de mi alma –dice Agustín- y vive mi alma de Ti”.
 
En efecto, demos una mirada a nuestro ser. Nuestro tiempo es resorte de eternidad.
Nuestra libertad cooperadora de un orden que tiene raíces eternas. El pecado,
juntamente con la rebeldía, un venirse abajo lo mejor del hombre. El
remordimiento es como el muñón donde sigue doliendo el bien perdido.
El dolor, una llamada enérgica del orden, que acrisola nuestra personalidad.
Nuestra inquietud, la nostalgia del desterrado.
 Inquietud y dolor vienen a ser ingredientes de todo goce terreno, de
suerte que el “Fecisti nos, Domine ad te” (Nos hiciste Señor para Ti), es
mucho más que un suspiro devoto, es el reconocimiento ardiente de
una realidad que explica a un tiempo nuestra pesadumbre
y nuestra esperanza, capaz de conjurar todas las pesadumbres, un
respirar por la herida abierta en el ser del hombre por
 la propia Divinidad providente.

 

 
 


Lejos de ser un extraño, Dios es lo más entrañable del alma. (“El hombre en vilo”
de Corts Grau) .Solo el hombre tiene clara conciencia de que los dos puntos
 focales del hombre y de la humanidad consisten en proceder de Dios y volver a Dios,
se sitúa dentro de las coordenadas reales de su existencia y puede verdaderamente
entenderse a sí mismo y, consiguientemente, actuar en plenitud como hombre,
tanto en su propia realización cuanto en sus relaciones interpersonales
 y en su actitud hacia la naturaleza.

Me atrevo a afirmar que, cuando el hombre se cierra a todo sentido
trascendente, la materia, que le rodea y que forma parte de sí miso, tiene
suficiente fuerza para rebajar al hombre a su condición de “cosa”.

Pero Dios mismo ha entrado en la historia, se ha hecho en la Encarnación
“encontradizo”, “palpable”, compañero de camino del hombre. Desde la Encarnación
Dios permanece en la historia, presente, al lado y en el interior de los hombres, en
la comunión de la Iglesia. Dios es, para quien ha encontrado a Jesucristo –más
exacto fuera decir,: para quien se ha dejado alcanzar por Él-, no un interrogante
desconocido, sino una compañía benévola y amiga que, sin dejar de ser
misteriosa, (incluso el misterio se desvela más grande en esta gratuidad humilde
 del donarse de Dios), es plenamente humana, puesto que sostiene y acompaña la
vida como gracia, en la humanidad de la Iglesia.

Esta experiencia, para todo creyente, es determinante de toda la existencia,
porque en ella se nos da todo como gracia y se ilumina y se cumple ya aquí
de forma  incoada pero real – según la tensión del “ya, pero todavía no”- el
misterio de la  existencia,. Nos dice la Escritura: “Ya somos hijos de Dios,
pero no ha aparecido todavía lo que seremos”.

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