Con la fiesta de la Epifanía estamos llegando al final del tiempo litúrgico
de la Navidad. No sólo los pastores de las majadas de Belén se allegaron al
Portal, no sólo los lugareños movidos por la curiosidad y el boca a boca se
hicieron presentes. Había también una cita especial para unos personajes
especiales: aquellos sabios del Oriente, magos de profesión, es decir,
astrónomos y estudiosos del universo.
Hoy es uno de esos días en los que todos nos volvemos niños
recuperando los sueños de nuestra infancia más feliz. Quien más y quien menos
recordará la emoción tensa, tiernamente en vilo, cuando llegaba la víspera de
cada 6 de enero. Las otras fiestas de los días navideños habían ido dando cita a
los adultos con cenas y comidas de familia, con misas del gallo y visitas de los
amigos y parientes más allegados por más que estuvieran lejos el resto del año.
Pero llegaba el 5 de enero, y todos nos arrebujábamos para asomarnos en primera
fila el paso de la cabalgata de los Reyes Magos de Oriente.
Los habíamos visto en el nacimiento que habíamos preparado con
nuestros mayores, los íbamos moviendo como quien tiene prisa de que llegasen
cuanto antes al portalín. Ahora tocaba verlos entrar por nuestra ciudad,
cargados de majestad y de regalos. Con nuestros ojitos mirando hacia arriba a su
paso, con nuestra nariz sonrojada del frío y la ilusión, nos parecía que en
verdad llegaban con nuestro pedido, mientras le decíamos a la abuela o a la
mamá: ¿se acordarán de lo que les puse en la carta?
Con todo el encanto de estas escenas que nos trae la memoria de
nuestra niñez, la fiesta de los Reyes Magos nos indica que es otra cosa la que
aquí estamos celebrando. Vinieron atraídos por una estrella, es decir, se
dejaron sabiamente provocar. Y aquella luz atrayente era el pobre reflejo de la
verdadera luminaria que Dios encendió en Belén al darnos a su propio Hijo.
Llegaron y adoraron al Niño Dios. Reconocieron en aquel bebé al misterio
resuelto de todos sus enigmas, de todas sus búsquedas, de todas sus preguntas. Y
no pudieron por menos que regalarle cuanto llevaban de más noble, de más bello y
de más valioso.
Hoy es otra la cabalgata, y es otra también nuestra edad. Pero las
preguntas de nuestro corazón no han cambiado, y tampoco la respuesta que en su
Hijo nos sigue dando Dios. Es menester encontrar la estrella, la que el Señor
enciende en nuestra vida para nuestro bien, como discreto guiño de un camino a
recorrer, o de un camino que dejar, a fin de poder llegar a la luz para la que
también nuestros ojos nacieron. Felices Reyes. Dichosa luz.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Arzobispo de Oviedo
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