Le vimos venir a Dios escogiendo su modo de nacer humano y nos dejó
sorprendidos. Tanto, tanto que no coincidirá tal vez con nuestros gustos
refinados, o con nuestras ideas perfeccionistas, o con nuestras eficacias
infalibles. Dios será siempre sorprendente.
O ¿es que no nos sorprende que Dios haya querido venir a nosotros
desde el “escándalo” de una familia peregrina, sin alojos ni seguridades, al
abrigo de la buena-de-Dios? O ¿es que ya no nos conmueve que aquel divino
mensajero pasase la mayor parte de su vida “como si nada y como si nadie”,
aprendiendo a vivir humanamente, para poder enseñarnos luego para siempre qué es
eso de vivir con humana dignidad?
Y así llegó el día, el fruto maduro, el tiempo del estreno. Pero este
Jesús hombre-Dios, tampoco ahora realizará algo espectacular para dar comienzo a
su ministerio público. No convocará ruedas de prensa ni hará declaraciones. Como
uno más de aquel pueblo (aunque su hogar era la humanidad), como uno más entre
aquellos pecadores (aunque El no conoció pecado), como uno más de aquellos que
oraban al Dios buscado (aunque El era una sola cosa con el Padre). Aparentemente
nada especial, pero allí estaba todo en esa triple solidaridad de Dios que se
une sin ceremonias a un pueblo, que aparece como un pecador, que tiene necesidad
de orar. Y triple será también la respuesta del Padre: abrirá los cielos, bajará
el Espíritu, se escuchará la confesión de un amor predilecto.
Por Jesús, en la fila común como uno de tantos, podemos entrar en la
morada de Dios, que El abrió para nosotros. Por Jesús, en la fila de los
pecadores, el pecado no será la última palabra que nuestra vida podrá escuchar
como algo fatal y sin salida. Por Jesús, en la fila de los que buscan a Dios
para orarle y escucharle, descenderá el Espíritu como en el día primero de la
creación, transformando todos nuestros caos en belleza y armonía.
El bautismo de Jesús, después de aquel primer acto en su Natividad,
será el 2º gesto de abrazar a nuestra humanidad. El último acto será la donación
suprema de su vida en el drama de la cruz, el testimonio más alto de un amor que
no evitó querernos hasta el dolor, hasta la muerte, hasta el final
resucitado.
Nosotros, hermanos y discípulos de tal Señor, estamos llamados a hacer
cola también, en la comunión solidaria con todos los hombres. Los cristianos
también queremos ponernos en la fila de los que no renuncian a la paz. En la
espera de algo nuevo que cada día nace, pueda abrirse para todos los hombres los
cielos de la luz y de la vida, y su Espíritu nos llene con su fuerza, y su Padre
anuncie sobre nosotros el final de todos los lutos y orfandades, porque también
cada hombre y cada mujer, somos en Jesús, amados predilectos de un Dios que nos
enseña a ser humanos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Arzobispo de Oviedo
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