1ª) ¡Se puso en camino
María se puso en camino y fue aprisa a la montaña. El narrador sugiere al lector que recuerde el sentido de la montaña, sin más precisión. En la montaña, en el monte Sión, habita Dios. Y hacia esa montaña se produjo antaño una peregrinación con el arca de la alianza (en tiempos del rey David: 1Cron 13-16). María, la peregrina de la fe y la primera discípula de Jesús, se pone en camino. Lucas anticipa hasta los relatos de la infancia su teología y espiritualidad del camino. La significación simbólica del camino es anticipada y realizada perfectamente por María. Nos revela que el seguimiento de Jesús es camino que debe mantenerse con firmeza y fidelidad. María corre a casa de su prima Isabel para poner-se a su disposición. La entrada y la salida del Dios-Hombre está iluminada por el servicio a los demás: María, teniendo a Jesús en su seno, corre a servir a su prima. El propio Jesús dirá: No he venido a ser servido sino a servir y dar la vida. El supremo gesto de servicio es dar la vida en totalidad, dándola paso a paso. María se dirige a la montaña. Brota de labios de Isabel y de María la alabanza. Alabanza divina y servicio fraterno deben permanecer inseparables, para que ambos puedan llevar el marchamo de autenticidad. En este episodio ambas realidades —tan entrañablemente interpretadas y entendidas desde la kénosis de la Encarnación— no pueden separarse, porque se desvirtuarían. La alabanza divina daría la perspectiva auténtica del servicio; el servicio fraterno es la señal que autentifica la alabanza divina. Navidad significa ponerse en camino que va de Dios a los hombres, que se hace singularmente presente en Jesús, en todo como los hombres, menos en el pecado, y camino que va de nosotros a Dios, traducido en la obediencia a su plan y en la alabanza. Camino de mí a mi hermano traducido en servicio y en comunión sinceros, incluso hasta el don de la vida como respuesta al don recibido en la Palabra hecha hombre. Camino de mi hermano a mí acogido con franqueza y gratitud en el amor.
2ª) ¡Bendita y dichosa tú que has creído!
Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!...¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María es bendita por el Hijo recibido como don. En la Escritura, una bendición es la quintaesencia de la proximidad y cercanía de la providencia sobre los seres que ama. Una bendición es una realidad que se recibe y se transmite como garantía del amor de Dios por las personas y por su pueblo (recuérdense las bendiciones patriarcales y la afirmación de Pablo de que Cristo es nuestra Bendición). Por eso Isabel bendice a María y declara bendito el fruto de su vientre que es una bendición para todos los hombres. Toda la obra realizada por Cristo Jesús es una bendición para los hombres. Isabel declara, además, a María dichosa por su adhesión al proyecto de Dios, a su voluntad expresada en el mensaje del ángel. María comienza en la Anunciación un largo camino de fe que habrá de recorrer en fidelidad probada. Lucas conoce este camino total y su final cuando escribe su evangelio. Y sabe que ese camino comenzó en Nazaret. La fe consiste en apoyarse en Dios, que todo lo puede, entrar en diálogo vivo con el Él, que se nos revela como Salvador. Y por esta fe María es declarada feliz. Ambas realidades, la bendición y la fe, nos empujan a los creyentes de hoy a seguir recibiendo la Navidad (aunque celebrada sacramentalmente) como un espléndido don de Dios para todos los hombres de nuestro mundo. Y también sigue declarando felices a los que son capaces de vivir la Navidad con autenticidad. Ésta es la palabra y el testimonio que podemos ofrecer al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario