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sábado, 22 de diciembre de 2012

Esperanza de los pobres

"Si alguien te recuerda tu vocación con su ejemplo, te da también esperanza y coraje y entonces tienes que ser más fiel a tu vocacion": así resume el padre franciscano Rami Asakrieh la benéfica influencia que recibe de lo que cada año hacen Anton Mousallam y su familia por los habitantes más necesitados de Belén.

"Es muy modesto y muy honesto y respetado: un cristiano tradicional, un hombre de palabra", continúa el padre Asakrieh en un reportaje de Catholic News Service.  

Anton, de 54 años, habla a gusto de su abuelo, organista de la iglesia de la Natividad, o de sus hijos y sus logros en la escuela, o de la importancia de ir a misa, o de su tristeza al ver cómo desciende el número de cristianos en Belén: sólo una docena asisten a la misa diaria, frente al triple de hace sólo pocos años. Pero le cuesta hablar de sus obras de caridad, sólo responde que es parte de su educación vivir su fe: "Soy cristiano, soy católico, sigo la Biblia", dice. Y pasa a otra cosa.

Apoyo moral, más que material

Y sin embargo esas obras de caridad hacen mucho bien a mucha gente. Cuando completa su trabajo en una agencia de viajes, para él empieza una jornada entregada a visitar enfermos, ancianos y pobres, en hospitales y en casas particulares, llevando sobre todo ropa y medicinas.

"No se trata sólo de dinero, a veces la gente lo que necesita es apoyo moral", explica finalmente: "Nuestro padre siempre nos decía que tuviésemos presentes a quienes tienen menos que nosotros. O tenemos una presencia activa o no somos cristianos".

En una ocasión, Anton se desprendió de muebles de su propia sala de estar para amueblar la de una madre de tres hijos sin recursos, y de buena parte de sus camisas. "No es el fin del mundo", responde, preguntado por ello.

"No todo el mundo sabe lo que hace Mousallam", dice Fida Salsa, la farmacéutica a quien compra las medicinas que luego reparte: "Hay muchas buenas personas en Belén, pero Abu Hanna [el padre de Hanna, como le conocen] es el mejor, siempre amable y generoso".

Tanto la esposa de Anton, Anita, como su primogénito Hanna (de 32 años, profesor universitaria y su colaboradora en el negocio familiar de la agencia de viajes) y sus hermanos, están orgullosos de ayudarle en lo que pueden. Y agradecidos: "Nos dio la oportunidad de aprender lo que significa realmente tener buenas costumbres, hacer obra cristiana, y nos lo inculcó a fondo".

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