1ª) ¡Es necesario contar con la historia!
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea... La lectura evangélica de este domingo nos invita a valorar la historia. La esperanza escatológica* del creyente en la Vuelta gloriosa de su Señor exige una mirada a la historia donde se desarrolló su primera venida. La revelación amorosa de Dios para la salvación de los hombres se realizó en la historia en la etapa preparatoria y en su plena realización: Jesús de Nazaret. Tanto la proclamación como la adhesión del creyente comienza su itinerario por el encuentro con el Jesús que vivió entre nosotros. Este encuentro forma parte imprescindible del mensaje cristiano auténtico. La humanidad de Jesús es el lugar de encuentro con la Palabra eterna de Dios y a la vez con todos los hombres (porque es el hombre ejemplar, porque es el alfa y la omega, porque lo que hicisteis con uno de los más pequeños conmigo lo hicisteis). Por eso Lucas tiene especial cuidado en situar el ministerio de Jesús en un espacio geográfico y en un momento histórico. También el mensaje de Jesús hoy debe poner especial cuidado en invitar a las gentes al encuentro con Él, que refleja el rostro verdadero del Padre y el sentido auténtico de la existencia humana. Jesús mismo nos declaró en la Última Cena que Él es el camino, la verdad y la vida. Es camino en cuanto hombre que nos conduce al Padre y, por tanto, a la salvación definitiva.
2ª) ¡Una oferta universal de salvación!
Y todos verán la salvación de Dios. Sólo Lucas recoge esta última expresión. Una salvación universal, sin fronteras étnicas, geográficas, religiosas, económicas o sociales. En ese camino de esperanza desde la Palabra y la historia, hay que contar con el desierto y con la apertura universal de la salvación. El plan que se propuso especialmente Lucas en su evangelio fue mostrar que Jesús es, con sus gestos y sus palabras, el Salvador universal. En un momento de la historia, en el que estamos tentados por toda clase de segregaciones, es necesario reavivar esta llamada universal. En nuestro entorno también sentimos esa tentación frente a los hermanos de otros países que buscan en el nuestro una mejor calidad de vida; frente a quienes nos estorban por cualquier causa social, cultural, económica e incluso familiar. Es necesario traducir la universalidad en todas nuestra relaciones cotidianas para testimoniar ante el mundo que nuestro Padre celestial no tiene acepción de personas.
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