Tuve la oportunidad ayer de charlar un rato con un diácono madrileño que en pocos meses será ordenado sacerdote si Dios quiere. Conversación de un cura veterano con alguien que está comenzando a descubrir el mundo de la parroquia.
Cuando me encuentro con un sacerdote, con un diácono recién destinado a una parroquia la primera palabra que le digo es que la parroquia no es un trabajo o una oficina donde uno puede colocar horarios, días de descanso, puentes o condiciones. La parroquia es para el cura como su esposa, se casa con ella, y me permito hasta acudir al ritual del matrimonio para aclarar que es eso: “me entrego a ti, parroquia, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Sí, digo bien todos los días de mi vida, porque también es labor del sacerdote orar por las que fueron sus parroquias.
El cura, y ya sabéis lo que para mí significa esa palabra, nunca puede ser un funcionario que reparte sacramentos, organiza catequesis y mantiene horarios de misas y despacho. Cuando toma posesión de una parroquia su objetivo lo constituyen todas y cada una de las personas puestas a su cuidado. Un sacerdote no descansará hasta que consiga que todos puedan vivir con dignidad de seres humanos en este mundo y alcanzar después la vida eterna. Los feligreses son esos a los que se nos ha encomendado llevar a Cristo, son aquellos con los que queremos compartir la vida en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad.
Uno no se ordena sacerdote y acepta lo que se llamaba “la cura de almas” para decir misa de diez, atender el despacho una horita, unas primeras comuniones y poco más. No merece la pena ser sacerdote de Jesucristo de diez a doce y de seis a ocho, seis días por semana y mis vacaciones garantizadas. Para eso no.
Es cierto que todos necesitamos algún día más descansado aunque sólo sea para salir un poco y darse una vuelta por la Puerta del Sol. Es cierto que nos hacen falta días de descanso. No es menos acertado que algún horario hay que poner. Pero una cosa es organizarse y otra muy distinta convertirnos en funcionarios.
Cura es el que piensa cómo llevar a todos a Cristo. El que compra el pan en la panadería del barrio, el diario en el kiosco y hace la compra en la tienda de la esquina. El que está en la parroquia horas y horas por si alguien tiene la ocurrencia de pasar por ahí aunque sea en un despiste. Un funcionario nunca aunque tengamos que hacer papeles, rellenar impresos y poner horarios por pura organización.
Mi actual compañero llegó a la parroquia en febrero. El primer día nos dimos una vueltecita por el barrio y recuerdo que le dije esto mismo: nos hemos casado con esta gente.
Y no podemos cruzarnos de brazos mientras haya una persona que no pueda vivir con dignidad o que no conozca a Cristo. Con todos estos tenemos que llegar al cielo. Así que… ¡a trabajar, hermano!
P.D. Una cosa es lo que escribo, el ideal, y otra lo que hago algunas veces. Porque servidor sabe cuál es su vida, pero uno es pecador, y hay momentos en que cuesta tanto…
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