domingo, 25 de septiembre de 2022

''Un mendigo llamado Lázaro''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Este domingo XXVI del Tiempo Ordinario la palabra de Dios gira en torno a la caridad, pero no se limita sólo a la caridad de hoy, sino también a la caridad del mañana; es decir, vivir nuestro aquí sin perder de vista el allá, lo que habrá de venir: nuestro destino. El Señor nos llama a vivir la caridad humana, entre las naciones y el amor a los pobres... Sólo podremos esperar amor y caridad si lo hemos regalado a los demás. Hemos de saber vivir con un claro sentido de eternidad, pues de otra forma vendríamos a confirmar que no hemos entendido nada del mensaje de Jesús de Nazaret.

I. Firmes en la fe

Continuamos con la lectura de San Pablo a Timoteo que llevamos interiorizando desde hace varios domingos, cuyo fragmento de hoy es una invitación del Apóstol a afrontar el combate de la fe con todo lo que ello supone. Qué gozo cuando una persona se ve a las puertas de la muerte y puede exclamar que se va en paz con Dios y con los hermanos -ser testigo de ésto es también un regalo-; que se va con los deberes hechos habiendo amado a Dios sobre todas las cosas y esforzándose por buscar en su vida el reino de Dios y su justicia. San Pablo es claro en este deseo: ''Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado''. A veces el combate más duro es cuando hemos de luchar contra nosotros mismos para mantener la fe, y es que como decía San Agustín: ''el demonio nos quita la vergüenza para pecar, y nos la devuelve para que no nos confesemos''. Este es el mayor triunfo del demonio: que descuidemos nuestra vida interior, que no nos confesemos con frecuencia e incluso que nos acerquemos a comulgar sin habernos confesado anteriormente. Satanás se frota las manos cuando perdemos la batalla, aunque el Señor nos quiere ayudar a que no nos gane el maligno esa guerra interna. No dejemos que nos roben el corazón diosecillos mundanos que aquí se habrán de quedar, lancémonos a construir el plan de Dios que empieza aquí y ahora en este mundo nuestro que nos toca vivir y donde tenemos que hacer lo posible para que en beneficio de todos reine su corazón. 

II. Caridad y justicia 

San Vicente de Paúl, al que celebraremos dentro de unos días solía decir que ''no hay caridad sin justicia'', y esto es en esencia el mensaje de la primera lectura del profeta Amós. No es ninguna tontería trabajar por la justicia, sino que ello redundará en nuestra propia felicidad del mañana. El profeta está haciendo una dura denuncia: el reino del norte vive momentos de gran bienestar económico donde han dado la espalda a los pobres. Esta denuncia también va dirigida a nosotros; nuestra sociedad o primer mundo donde se cumplen sus palabras: ''beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José''. ¿Y qué pretende el profeta con su reclamo?; ¿propone un reparto de riquezas equitativo donde los ricos sean menos ricos para que los pobres sean menos pobres? No, al profeta no le preocupa que existan ricos y pobres, ni si se deben apretar el cinturón para cuando vengan las vacas flacas; el lamento de Amós viene fundamentalmente porque el pueblo ha dado la espalda a los criterios de Dios. Un hijo de Dios no puede ser indiferente al sufrimiento de un semejante, a la estrechez que está pasando un pariente, o a la injusticia que padece un amigo. El ser humano es libre, pero eso no justifica su irresponsabilidad, pues la injusticia nunca termina bien. Así ocurrió también en este caso donde advertía el profeta ya en el siglo VIII a.C.: llegó la crisis, y Asiria que era una gran potencia acabó destruida. Cuando estamos bien acomodados no nos gusta que nos recuerden que hay problemas fuera de nuestro entorno; nos complica, pero sólo cuando vivimos en conciencia la caridad y la justicia construimos un mundo mejor, mientras que cuando pretendemos vivir "libres", indolentes e insensibles nos abocamos hacia nuestro propio fracaso. 

III. Lázaro y Epulón 

En el evangelio de este día San Lucas nos presenta la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, que como bien nos indica el autor al comienzo del texto es una enseñanza de Jesús dirigida a los fariseos. Es un relato que se presta a hacer ideología con él, pero aquí no se trata de afirmar que los ricos son siempre los malos y los pobres siempre los buenos, sino para descubrir si mi vida va encaminada a terminar como la de Lázaro o como la de Epulón. Esto es un gran consuelo, sobre todo para tantas personas que han sufrido tantísimo en la vida, pues ahí está el resultado, sino se apartan del camino de la fe recibirán en el cielo todos los bienes que aquí en la tierra les faltaron. Y esto es una llamada de atención para los que viven en la abundancia y no son capaces de dar una limosna a un pobre en la calle: les ocurrirá lo que al rico Epulón que se lamentaba y por respuesta tuvo: ''Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado''. ¿Qué puede esperar a una persona que no ha sido caritativa?... pues que no tengan caridad con ella. Hoy nos preocupamos de vivir alrededor anticipada la gloria, mientras otros muy cerca de nosotros viven auténticos infiernos. El mensaje es que para ir nosotros al cielo no podemos ir por la vida con orejeras sin mirar a los lados, sin ayudar a los lázaros que encontramos en nuestro camino a salir de los charcos en los que están tirados, pues cuando nos veamos nosotros en la condena eterna nos lamentaremos como Epulón de los que hemos ignorado o maltratado, y pediremos "que vengan a refrescarnos la lengua con la punta del dedo mojada en agua". El rico no es culpable por serlo, sino por no ejercer la caridad. Hay otro aspecto importante del texto: el deseo de Epulón de advertir a sus hermanos. Hoy nos cuesta hablar del cielo, del infierno y del purgatorio, y este pasaje nos lo recuerda. Hay mucha gente que no sabe que son las Ánimas del Purgatorio: ¿por qué las abuelas tenían tantísima preocupación por aplicar misas, dar limosnas o rezar rosarios por ellas?... Pues porque sabían más teología que nosotros sin saber apenas leer. Les habían explicado muy bien estas verdades de fe, y por ello tenían temor a que entre esas ánimas que esperan para ser purificadas -antiguamente a modo de catequesis se representaban entre llamas- estuviera alguno de sus difuntos... Si mi ser querido difunto está en el Purgatorio porque fue más Epulón que Lázaro: ¿cómo puedo ayudarle yo ahora? Pues orando para que su Purgatorio sea más breve. Es un buen día hoy también para orar por los difuntos y para pensar si cuando nosotros seamos difuntos seremos como Lázaro o como Epulón.

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