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domingo, 30 de junio de 2019

Homilía del cardenal Osoro en la renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús

Queridos hermanos:

Al renovar el centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús, asumimos la misión que el Señor ha dado a la Iglesia de hacer presente su rostro y tomamos a todos los que viven en España sin excepción, como lo hizo Nuestro Señor, que dio la vida por todos los hombres, deseando responder a ese amor agradecido que hemos recibido de Él. Somos su hechura, no podemos vivir sin el amor, sin su amor. Esas palabras que tantas veces hemos escuchado las hacemos nuestras: «A nadie debáis más que amor». Es con ese amor con el que deseamos vivir y pedimos que llegue a todos los hombres.

Hemos repetido juntos cuando cantábamos el salmo responsorial: «Tú eres, Señor, el lote de mi heredad». ¿Cómo entender esta expresión? Mirémonos a nosotros mismos y descubramos lo que hay en lo profundo de nuestra existencia: hay deseos y capacidad de infinito; existe hambre de justicia y de fraternidad; hay deseos de saber para no ser manipulados; existe el gusto por la fiesta, por la amistad, por la belleza que se muestran en todo ser humano. Descubramos el gozo al que nos invitaba a vivir el salmista, encontrando en el Señor plenitud y salidas en las tormentas y oscuridades, dirección en el camino que hacemos para la vida y la libertad, el consejo, la instrucción, la seguridad que nos impide vacilar en el camino, la alegría de saber que Dios no nos entrega a la muerte, sino que es quien nos sacia, nos infunde gozo, vida y alegría.

En el Corazón de Cristo se nos muestra y revela la realidad de Dios y la realidad del hombre que desea vivir en verdad y no negociar con la verdad, sin acomodarse a las circunstancias. ¡Qué bueno es ver a un Dios que sale a nuestro encuentro!, ¡qué grande es este Dios que habla nuestro lenguaje y que comparte nuestras preocupaciones!, ¡cómo alcanza la vida este Dios que se nos revela en Jesucristo! Él hace verdad y vida esas palabras del Concilio Vaticano II y nos invita a vivirlas: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1).

Hermanos: somos el Pueblo de Dios. Y este Pueblo que camina en España quiere renovar y consagrarse y consagrar a España una vez más al Corazón de Jesús. Somos el Pueblo de Dios que vive entre el pueblo que camina en España, sentimos el gozo de sabernos hermanos de todos los hombres. Asumimos con toda nuestra vida la misión que nos ha confiado el Señor y también la responsabilidad en la misión que nos dio Él, de no desentendernos de nada que afecte al ser humano ni de nadie. A todos los ponemos junto al Señor sabiendo que quien cuida a todos es Él. Quienes creemos en Jesucristo, sabemos que no podemos vivir la fidelidad y estar a gusto si olvidamos a alguien; todos son nuestros hermanos. Es verdad que ser pueblo no coincide con ser todos miembros del Pueblo de Dios. Pero quizá esto lo entendamos mejor si nos preguntamos, desde la mirada de Cristo, qué es ser pueblo. Ser pueblo es mucho más que una categoría lógica, es una categoría mística; es mucho más que un concepto, es una llamada, es una convocación a salir del encierro individualista, del interés propio o de grupo, de esa laguna personal o de grupo en la que nos gusta estar y volcarnos al cauce de un río que avanza y reúne en sí la vida de todos, la historia del territorio que atraviesa y vivifica. Hemos de sentir el gozo de ser pueblo que tiene una geografía y una historia y toma decisiones en su destino, pero lo hacen todos. Ser pueblo es habitar un espacio juntos y saber hacer memoria de una historia muy grande que no empieza anteayer, sino que tiene muchos siglos. Ser pueblo es saber que se nos convoca permanentemente a recuperar la vecindad, el cuidado de los unos y los otros, el saludarnos los unos a otros, reconociendo que vivimos juntos y que todos son dignos de atención; todos son dignos de nuestra amabilidad y de nuestro afecto, preocupándonos por lo que nos afecta a todos y socorriéndonos mutuamente. Estoy convencido de que solamente un pueblo crece si se preguntan todos los que pertenecen a él, aunque sea desde perspectivas distintas, pero con convicción profunda, ¿quién es mi prójimo? Cuando olvidamos esta pregunta habrá grupos, pero no hay pueblo. Esto es precisamente lo que nos enseña el amor de de Dios, manifestado en el Corazón de Jesús.

La Palabra de Dios que hemos proclamado nos hace tres preguntas y nos pide tres compromisos cuando el Pueblo de Dios hace la consagración de España al Sagrado Corazón. Preguntas y compromisos que quiero poner al alcance de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Tres preguntas y tres compromisos que se convierten en misión:

1. ¿Quién es mi prójimo? O el compromiso de vivir con un corazón grande y nuevo. Un corazón grande como les pidió Dios a Elías y a Eliseo. A ambos les pidió servir al Pueblo de Dios y desde ese Pueblo a todos los hombres. Pero también les pidió un compromiso: a Elías le dijo Dios «urge sucesor tuyo», urge que te despojes de todo y entrégaselo a Eliseo todo. Ponerle la capa es signo de darle y hacerle partícipe de todo lo que Dios le había dado. La respuesta de ambos fue inmediata. Elías, cuando pasó al lado de Eliseo, le echó el manto encima, es decir, le hizo partícipe de todo lo que le había dado Dios. Y Eliseo también ofreció lo que tenía en sacrificio y marchó tras Elías poniéndose a su servicio. Dios les pidió ponerse al servicio del prójimo dejando todo, solo iban con el amor de Dios y la fuerza de Dios.

Eso es precisamente lo que Jesús nos quiere decir en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Es lo que Jesús nos dice hoy en esta consagración al Sagrado Corazón: que tengamos un corazón con las medidas de su corazón. La única manera de construir lazos sociales entre los hombres, de vivir en amistad y paz, es comenzar reconociendo al otro como prójimo, es decir, hay que hacernos prójimos. Tomar al hombre como fin y nunca como un medio; no demos valor al otro por lo que el otro pueda darme o servirme, pues eso es tomar al otro como cosa. Cuando lo consideramos como fin, reconocemos que todo ser humano es mi semejante, es mi prójimo. El otro, nos enseña Jesús, no es mi competidor, ni mi enemigo, es mi hermano sea quien sea. El samaritano se pone al herido que encuentra en el camino sobre el hombro y asegura que reciba cuidado. Nos enseña lo que es el amor de Dios y el amor al prójimo. A quien encontremos tirado, pongámonoslo al hombro como lo hizo el samaritano. Solamente cuando ponemos al hombro al otro, comenzamos a considerarnos y entendemos como prójimos, pues no se trata de reconocer al otro semejante, sino de reconocernos como capaces de ser semejantes.

Hoy el Señor nos invita a creernos y a vivir que todo hombre es mi hermano y a hacerme prójimo. Es condición indispensable para vivir mi propia humanidad. Qué corazón el de nuestro Señor, que, siendo Dios, se hizo prójimo de todos los hombres; nos ha regalado su amor, hagámonos semejantes a Él.

2. ¿Cómo mostrar el amor? O el compromiso de vivir con un corazón apasionado por la libertad. El amor hay que mostrarlo cara a cara, esto es imprescindible para que los humanos seamos efectivamente humanos. No se trata de mostrar el amor por intereses personales. En el juicio final (Mt 25, 31-43) se nos descubre otra dimensión del amor; fijémonos en los que habían sido declarados benditos: por haber dado de comer y de beber, por haberle alojado, vestido, visitado, pero no sabían que había hecho estas cosas. Porque la conciencia de haber tocado a Cristo herido en el hermano, de haber sido prójimo, se da a posteriori cuando todo se ha cumplido.

Nos decía el apóstol san Pablo que «para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado». Nos alentaba y animaba a no caer en la esclavitud, pero sí a vivir en esa libertad que nos hace esclavos los unos de los otros por amor. Nunca olvidemos ese «amarás al prójimo como a ti mismo». Mostrar el amor de Dios, impide que nos destruyamos (cfr. Gal 5, 1. 13-18).

El Señor nos invita a hacer formas perdurables del amor. Y eso se hace viviendo el compromiso y la pasión por la libertad y la justicia. ¿No veis a nuestro lado instituciones que son perduración de intenciones y deseos de amor al prójimo y de dejar muestras de ese amor? Cuántas instituciones, congregaciones, fundaciones perduran porque ese amor al prójimo se estableció de una manera permanente e hicieron posible que la justicia tomase rostro: instituciones para enfermos, para ancianos, para niños abandonados, para pobres tirados. Hubo hombres y mujeres que amaron y cuando estaban dando de comer o visitando, amaban con el amor mismo de Dios. El amor de Dios es necesario para perdurar, si no estas instituciones desaparecen con el promotor.

Hagamos posible que el amor vivido hacia los otros se institucionalice en obras que muestren ese amor. Entregar libertad en esta tierra solamente es posible con la pasión por amar a todo ser humano que encontremos en este mundo. No es cuestión de ideas, es cuestión de corazón, que nos lleva a ver que es urgente y necesario institucionalizar el amor sin que pierda por ello el frescor y la lozanía de un amor que contagia libertad.

3. ¿Cómo ser testigos del amor más grande? O el compromiso de vivir la misión a la intemperie, en los caminos por los que transitan los hombres. Hay dos cuestiones que nos muestra el Evangelio que hemos proclamado: 1) La decisión de Jesús de ir a mostrar públicamente su amor: marcha a Jerusalén, donde lo estaban buscando y vigilando sus movimientos, simplemente porque mostraba el amor de Dios con todos los hombres. En las rupturas y los enfrentamientos hay que poner el amor incondicional. 2) Por otra parte, está su deseo de entrar por todos los caminos donde transitan los hombres: entra en Samaría, donde el aprecio a los judíos era nulo, se les consideraba enemigos. Allí sintió el rechazo por ser judío y no le dan alojamiento. Atrevámonos a descubrir en este encuentro lo que significa no amar por razones de creencias o de ideologías, los odios que se pueden engendrar entre vecinos, las divisiones en las que son los pobres los que más sufren. Sin embargo Jesús ama en todas las circunstancias, Él ha venido a traer la paz y la reconciliación, quiere hacer de este mundo una gran familia. Precisamente por eso, cuando Santiago y Juan viven el deseo de la venganza, Jesús les habla con firmeza y les muestra que solo debemos amor, que el camino de los hombres es dar el amor de Dios, devolver la reconciliación, dar perdón.

Pero por otra parte en el camino tiene tres encuentros significativos. A los tres personajes les quiere conquistar el corazón con su amor: el primero y el tercero se aproximan al Señor para decirle «te seguiré a donde vayas» o «te seguiré». Al segundo, es el Señor quien le hace una propuesta de seguimiento, le dice: «sígueme». A los tres les pide que entren en la órbita de su amor. A quienes dicen «te seguiré», el Señor les dice que «el Hijo del hombre no tienen donde reclinar la cabeza» o «déjame primero despedirme de mi familia», es decir, no han descubierto la novedad del amor de Dios manifestada en Cristo, fiarse de Él con todas las consecuencias o todo es nuevo, entra por este camino de amor, solamente tiene amor y es eso lo que vas a tener como fuerza de cambio de este mundo, para hacer el camino entre los hombres. El segundo tuvo una invitación directa de Jesús, «sígueme», pero claudicó, tenía otros amores. «Déjame primero ir a enterrar a mi padre», es decir, me quedo con lo viejo que es vivir desde mí, en mí y para mí, prefiero mirar para atrás. Ninguna de estas tres reacciones crea futuro. Donde no hay amor no hay futuro, donde solamente se piden cuentas y no se da la mano, donde se abren muros y no se crean pistas para comunicarnos, donde no se hacen puentes sino que se derriban, no hay presente ni futuro. Ser testigos del amor en todas las circunstancias es nuestra misión.

El Señor que nos ha hablado, dentro de unos momentos se hace presente entre nosotros en el misterio de la Eucaristía. Acojamos su presencia. Hagamos el compromiso de acercar a nuestra vida su amor, que es la fuerza que da presente y futuro. Un amor para todos, un amor que regala libertad, un amor que edifica el presente y el futuro haciendo presencia viva en medio de todos los caminos de los hombres, escuchando a todos e invitando a todos a participar como decía san Pablo VI para la construcción de una civilización del amor. Percibid cómo el Señor nos dice «sígueme», pero también descubramos la necesidad de decirle «te seguiré». Tanto en un caso como en otro, que sea para manifestar su amor a todos los hombres. Sagrado Corazón de Jesús, en ti ponemos nuestra vida y la de España en tu Corazón. Cuídanos, haznos hermanos que sintamos la necesidad de decirnos perdón y de perdonar. Amén.

Evangelio Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-62):

Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.

Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:

«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».

Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:

«Te seguiré adondequiera que vayas».

Jesús le respondió:

«Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».

A otro le dijo:

«Sígueme».

El respondió:

«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».

Le contestó:

«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios».

Otro le dijo:

«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».

Jesús le contestó:

«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».

Palabra del Señor

sábado, 29 de junio de 2019

Cuando faltamos a Dios hasta en la Misa

En mi vida he visto muchas barbaridades dentro de celebraciones litúrgicas, pero creo que el exponente más reciente lo comprobé esta semana en un primer aniversario en Perlora. El sacerdote que presidía la eucaristía estaba distribuyendo la sagrada comunión, mientras el coro acompañaba a entrar en oración; los fieles recibían a Jesús Sacramentado con recogimiento y piedad en su amplísima mayoría. Los que no participaban de la comunión, pero estaban presentes, guardaban total respeto con su silencio y saber estar. Todo el orden celebrativo se rompió cuando una mujer se dispuso a recibir a Jesús Eucaristía en su mano (como una de las opciones) pero una vez recibido y ante el asombro y estupor de muchos, trató de mantener una pequeña conversación con el sacerdote desde la misma fila y a su altura, comentándole sus valoraciones sobre la homilía; mientras, el pobre celebrante visiblemente incómodo, sólo podía asentir con la cabeza deseando "librarse" del incómodo e irrespetuoso personaje.

Aquello más que la fila para comulgar se convirtió en algo así como la cola para la charcutería o la frutería, donde los que esperaban respetuosos por el sagrado alimento resoplaban ante el monólogo del personaje -que no diálogo con el sacerdote- que alargaba indolente la fila para comulgar... Aquello, de verdad, me dejó perplejo; no sólo por la falta de respeto tan grande hacia el ministro de la celebración y hacia el resto de fieles que querían comulgar devotamente, sino sobre todo, por la carga sacrílega y blasfema de lo que entiendo como una auténtica profanación que supuso dejar al Señor en la palma de la mano como si de un pincho de queso se tratara. Infame, indecente y sacrílego acto que quiero pensar que fue por pura ignorancia soberbia.

Da la impresión de que hay personas que se acercan a comulgar sin creer ni siquiera en Dios; es la impresión que da, pues si verdaderamente sabemos que el Señor está en la sagrada forma, ¿por qué se le desprecia de esa manera?...

Lo más curioso de todo es que la mujer que lo hizo es una maestra jubilada, y es que al final va ser verdad aquello de que los más humildes y los menos estudiados son los que más saben y conocen a Dios. Estoy seguro que un devoto pastor de las montañas de Asturias que no supiera leer o escribir jamás hubiera hecho tal afrenta al único Rey de Reyes, al mismísimo Cristo Sacramentado y realmente presente en la sagrada Hostia.

"Oración de la renovación de la Consagración de España al Corazón de Jesús"

Señor Jesucristo, Redentor del género humano,
Sacerdote eterno y Rey del Universo: nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad y confianza,
con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

Señor Jesucristo, Salvador del mundo, al cumplirse el centenario de la consagración de España a tu Sagrado Corazón,
los fieles católicos volvemos a postrarnos en este lugar donde se levanta este trono de tus bondades, para expresar nuestra inmensa gratitud por los bienes innumerables que has derramado sobre este pueblo de tu herencia y de tus predilecciones.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado Corazón, el cual, traspasado por nosotros, es fuente de nuestra alegría y manantial del que brota la vida eterna.

Reunidos en tu Nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, renovamos la consagración que fue hecha aquí hace cien años a tu Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

Al renovar la consagración de España,
los fieles católicos expresamos nuestro ferviente deseo
de corresponder con amor a la rica efusión de tu misericordia,
impulsando, en comunión con toda la Iglesia,
una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría del Evangelio.

Cuando la Iglesia nos llama por la voz del Sucesor de Pedro
a impulsar una nueva evangelización, concédenos salir valerosos
al encuentro de las heridas de nuestros contemporáneos
para llevar a todos el bálsamo de la misericordia que brota de tu Corazón traspasado.

Que a todos anunciemos con mansedumbre y humildad: ¡sus heridas nos han curado! Venga, pues, a nosotros Vuestro Santísimo Reino,
que es Reino de justicia y de amor.

Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares,
en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras,
y en nuestras leyes e instituciones.

Concédenos permanecer siempre junto a María,
Madre tuya y Madre nuestra, como en la víspera de Pentecostés,
para que el Espíritu Santo produzca un profundo rejuvenecimiento de la fe en España.

Que nuestro pueblo, tierra de María, sepa recibir y custodiar
los frutos santos de su herencia católica para que pueda hacerlos crecer
afrontando con valentía los retos evangelizadores del presente y del futuro.

Líbranos del maligno
y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón.

Que al consagraros nuestra vida,
merezcamos recibir como premio de ella
el morir en la seguridad de vuestro amor
y en el regalado seno de vuestro Corazón adorable.
¡Que todos proclamemos y demos gloria a Ti,
al Padre y al Espíritu Santo, único Dios que vive 
y reina por los siglos de los siglos!
Amén.

Las otras consagraciones al Corazón de Jesús: Barcelona, Valencia, Murcia, devociones...

(Rel.) Hasta doce mil personas participan este domingo en el Cerro de los Ángeles en la renovación de la Consagración de España al Sagrado Corazón, renovandola consagración que proclamó hace 100 años el Rey Alfonso XIII en ese mismo lugar.

El Cerro de los Ángeles estará cerrado para todos los que no vengan en grupos de peregrinos organizados y ya con su espacio confirmado: no hay espacio para espontáneos.

Pero muchas más personas quieren participar de la devoción al Corazón de Cristo con motivo de este centenario, y se han organizado en distintos lugares...

En Barcelona, el domingo en la parroquia de Santa Maria dels Àngels

En Barcelona, la renovación de la Consagración tendrá lugar el domingo a las 18:30 en la parroquia de Santa María dels Ángels (calle Balmes, 78). Es una iniciativa conjunta de Jóvenes de San José  –una asociación con obras benéficas en favor de los necesitados– y de la comunidad Cafarnaúm, un grupo de familias católicas dedicadas al apostolado.

“Muchos nos hemos quedado con ganas de peregrinar al Cerro de los Ángeles. Por cuestiones laborales o logística familiar nos era imposible desplazarnos hasta Getafe. Por eso hemos decidido organizar en Barcelona el mismo acto, más modestamente, para unirnos con nuestros hermanos ante el Sagrado Corazón”, explica a ReL Marcos Vera, uno de los impulsores de la cita.

Marcos Vera explica un signo curioso que han descubierto recientemente: “Hemos organizado el acto en la parroquia barcelonesa de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero lo que acabamos de descubrir es que la Consagración de 1919 finalizó con el traslado de la Eucaristía a la ermita del Cerro, que resulta que es la ermita de… ¡Nuestra Señora de los Ángeles!”.

Valencia: renovación el viernes, con el cardenal Cañizares

La diócesis de Valencia celebra este viernes la renovación de la consagración con una ceremonia y misa en la Catedral de Valencia que preside el cardenal arzobispo, Antonio Cañizares. “Implica un compromiso del cristiano de decirle un sí claro a Jesucristo en su vida”, ha subrayado Santiago Bohigues, director del Secretariado diocesano de Espiritualidad del Arzobispado.

La celebración va a comenzar con una procesión por las calles del centro histórico, en la que la imagen del Sagrado Corazón de Jesús de la iglesia de los Santos Juanes de Valencia procesionará hasta la Catedral. Su salida se prevé a las 19:00 horas y entrará por la Puerta de los Hierros de la catedral valenciana.

Una vez en la Seo, a las 19:30 horas, dará comienzo la solemne eucaristía oficiada por el Arzobispo de Valencia. Una vez finalice, se realizará la oración de consagración al Sagrado Corazón, “abierta a todas las realidades de la diócesis”.

El acto de renovación de la consagración de la diócesis al Sagrado Corazón “será también el primer encuentro con el Cardenal de los grupos que organizan los Retiros de Emaús en nueve parroquias de la diócesis, en los que han tomado parte más de 3.000 personas en los últimos cuatro años”, según Bohigues.

Precisamente estos grupos del Retiro de Emaús “serán quienes animen especialmente la celebración de este viernes, organizada por la Catedral y la iglesia del Sagrado Corazón de Valencia. También participará la Adoración Nocturna de la diócesis.

En Murcia, una peregrinación en viernes

En Murcia, desde hace años, coincidiendo con la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, se realiza una marcha diocesana nocturna al Cristo de Monteagudo. En su edición XXIX, la peregrinación, este viernes 28 de junio, sale a las 21:00 horas desde la plaza de Santo Domingo de Murcia.

Durante el recorrido se realizarán cuatro meditaciones que estarán dirigidas por Veridiano León, sj, prefecto de la iglesia de Santo Domingo; Jorge Bernabéu, de la comunidad cristiana Vida Loyola de Murcia; Ángel Fuentes, coordinador de esta marcha; y Alberto Martínez, párroco de Nuestra Señora de la Antigua de Monteagudo.

La peregrinación finalizará con la celebración de la Eucaristía, presidida por el Obispo auxiliar, Sebastián Chico, en la explanada bajo el monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Tras la misa, los peregrinos tendrán a su disposición autobuses de regreso que saldrán de la calle principal de Monteagudo, a la bajada del cerro.

Parroquias con oración especial en Madrid

En la capital de España, tres parroquias (San Agustín, Beata María Ana Mogas-Tres Olivos y Espíritu Santo y Nuestra Señora de la Araucana) se sumarán a esta vigilia extraordinaria en apoyo al Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón.

Dentro de la Comunidad de Madrid, las parroquias Cristo Rey y Santa María de Caná (Pozuelo de Alarcón), Nuestra Señora de la Visitación (Las Rozas) y San Carlos Borromeo (Villanueva de la Cañada) también participarán en esta vigilia especial.

Otras parroquias con vigilas extraordinarias

La renovación de la Consagración de España se dejará sentir también en Zaragoza, donde la Parroquia Santa Engracia se sumará a la vigilia extraordinaria del próximo 29 de junio. Otra ciudad donde la Consagración se vivirá intensamente es La Coruña. Tres parroquias (San Francisco de Asís, Santa Bárbara y Nuestra Señora del Carmen) se unirán a la vigilia, que también se celebrará en la otra punta de España.

En Córdoba, la Parroquia Nuestra Señora de la Consolación ha anunciado que organizará su vigilia en la víspera de la renovación de la Consagración de España. 

Flores y consagración en Canarias

Se sentirá también en territorio insular canario. En Santa Cruz de Tenerife, la Parroquia Santiago Apóstol participará de la renovación organizando una vigilia el 29 de junio, mientras que la Casa de la Iglesia del Seminario de La Laguna rezará por la Consagración desde el 28 hasta el 30 de junio.

Hay poblaciones que celebran el Sagrado Corazón con alfombras de flores. Es el caso de Teror, en Canarias: en la Calle Real de la Plaza ya luce la primera alfombra. Una treintena de estas obras de arte efímeras van llenando las calles del entorno de la Basílica del Pino entre el jueves y el viernes y hoy viernes, para dar paso a la procesión del Sagrado Corazón de Jesús el viernes tras la misa de las 19:00 horas.

jueves, 27 de junio de 2019

7 heridas en nuestra cultura de las que nos puede sanar el Sagrado Corazón de Cristo

(Rel.) José María Alsina, sacerdote superior de los Hijos de Nuestra Señora del Sagrado Corazón  hhnssc.org, sigue reflexionando sobre lo que aporta la espiritualidad del Sagrado Corazón en nuestros días. Esta asociación de clérigos busca "en todo dar a conocer el Corazón de Cristo, clave de comprensión de la fe cristiana y esperanza de salvación". Su artículo "10 razones por las que la devoción al Corazón de Jesús es atractiva para un joven" alcanzó una gran difusión y numerosas copias y reenvíos. 

Recientemente, el P. Alsina estuvo paseando en el Cerro de los Ángeles con una mujer mucho más "viral": María Martínez (Amaia), antigua enfermera en Bilbao, que participó en numerosos abortos, muy antirreligiosa, que se convirtió de forma asombrosa en una misa en el Himalaya. Su testimonio de una hora en Youtube acumula ya 420.000 visitas. Una versión más breve en La Contra TV, de solo 10 minutos, centrada en el aborto, tiene 110.000 visitas. Una entrevista más detallada y espiritual que concede en MaterMundi TV suma casi otras 10.000.María acudirá al Cerro de los Ángeles a la vigilia con jóvenes de la noche del sábado 29 de junio al domingo 30, cuando se renovará la Consagración de España al Sagrado Corazón.

Alsina hablaba con ella. "Al llegar al Cerro de los Ángeles nos acercamos con María al monumento profanado durante la guerra civil española. María miraba aquel rostro de Jesús desfigurado por las balas y los golpes de maza y repetía: 'Yo conozco ese odio'. Le pregunté: '¿qué quieres decir?' María me explicaba que como fruto del mal que ella había causado y el mal que se había hecho a sí misma, el odio invadió su corazón. La Iglesia y todo lo que le hablaba de Dios para ella era una “denuncia” a su propio “mal”. Hasta que escuchó en su corazón esa palabra del Señor que le decía que le amaba en su pecado, con su pecado. Eso le mostró cómo lo había llevado Él en sus heridas. María me enseñó que el odio es fruto de no haber conocido el Amor de Jesús que con la “herida de su Corazón”, cura al que está “herido” por no haberle conocido".
De la herida de desconocer el Amor de Dios, dice el P. Alsina, se derivan muchas otras. Él escribe una lista de 7, "de las que el Corazón de Jesús nos cura".

7 heridas en nuestra cultura de las que nos sana el Corazón de Cristo

1.- La herida de la desconfianza

La desconfianza arraiga en el corazón del que se siente inseguro de sí mismo. El hombre de hoy es profundamente desconfiado. La seguridad la encontramos en el sabernos amados. Viviendo en el Corazón de Jesús escuchamos esa palabra sanadora: “Tú eres mi hijo amado el predilecto”. Esa palabra nos sana y nos hace confiar contra toda desconfianza.

2.- La herida de la dureza de corazón

Decía San Bernardo que es el peor de todos los males. La dureza de corazón muchas veces es fruto de un sufrimiento “mal encajado”. ¡Cuántos corazones duros encontramos que ya no saben gozar con el bien y entristecerse ante el mal! El Corazón de Jesús ablanda nuestro corazón porque nos hace descubrir que cuando nosotros sufríamos Él sufría con nosotros y por nosotros.

3.- La herida del narcisismo


Narciso fue aquel joven que se ahogó mirando su propio rostro en un lago. ¡Cuánta angustia en nuestros contemporáneos por vivir siempre pendientes de sí mismos! Quien se sabe contemplado por un Amor gratuito sale de sí mismo al encuentro de los demás. El que experimenta la mirada del Corazón de Jesús, aprende a olvidarse de si mismo y a mirar a los demás con admiración y agradecimiento.

4.- La herida de la impureza


El pecado original tuvo como primera consecuencia una mirada posesiva del hombre respecto a la mujer y de la mujer respecto al hombre. En nuestros días el consumo de pornografía ha llegado a límites insospechados. Tiene como consecuencia más dificultad para vivir el amor desde una visión integral del cuerpo como templo del Espíritu. El Corazón de Jesús cura la herida de nuestra impureza restaurando la mirada hacia nuestro cuerpo y el de los demás, percibiéndonos como un don y un misterio los unos para los otros.

5.- La herida de la secularización

La sociedad occidental se ha acostumbrado a vivir sin Dios. Como decía el título de un libro de Tatiana Gorícheva, rusa convertida en la época soviética, "hablar de Dios resulta peligroso". Un mundo sin Dios es un mundo triste porque no sabe responder a las preguntas más profundas que anidan en el corazón humano. El Corazón de Jesús es signo de un Amor que quiere reinar en todos los Corazones. La familia que lo acoge, el pueblo que lo reconoce como su Señor queda curado de la herida de la secularización y encuentra la paz y la alegría de la salvación.

6.- La herida de la indiferencia

A todos nos duele que en una conversación no nos tomen en cuenta. El mundo digital nos tiene anestesiados ante el mundo real que es el de los hombres que caminan a nuestro lado con alegrías y esperanzas, con tristezas y sufrimientos. El Corazón de Jesús nos despierta del sueño de la indiferencia ante el que vive y sufre a nuestro lado y nos hace caer en cuenta de que Dios, en Jesús nos ha amado en serio. Cuando nos abrimos a ese amor dejamos de ser indiferentes para con Dios y para con los demás.

7.- La herida de la ingratitud

De las primeras cosas que se aprenden cuando uno se sabe amado es a dar gracias. La carencia de amor gratuito incapacita al hombre actual para la gratitud. Quien se pone ante el Corazón de Cristo percibe que es amado por un amor que no pide a cambio más que nos dejemos amar por Él. Ese amor nos cura y nos hace dar las gracias por ser capaces de amar y de ser amados por Dios y por los demás.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Un abrazo sobre la ciudad

Si tuviésemos un momento de calma para tomar en las manos nuestra vida, vendríamos a la conclusión serena de que llevamos como sabemos y como podemos las fatigas y pesares que tantas veces nos afligen. No todo lo controlamos ni sabemos siempre explicar lo que nos pasa. Tienen nombre los límites que nos generan sufrimiento, incertidumbre, cansancio y desesperanza. Es la humana condición y cada uno ha vivido su elenco de situaciones que ponen a prueba nuestra confianza. 

Jesús nos permite entrever una oración filial que dirige al Padre Dios. Tras dar gracias porque el Padre esconde a los poderosos los secretos que se les revelan a los sencillos, añade esa expresión de verdadera cercanía del Hijo Dios que quiso ser hermano de nuestra humanidad: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 25-30). 

Una de las preguntas que nos hacemos ante una tragedia cualesquiera: catástrofe natural, lo terrible de una guerra o del terrorismo, una cotidiana enfermedad, cualquier situación personal que nos pone a prueba, es ¿dónde está Dios ahí? ¿Por qué calla? Son preguntas que conseguirían desmontar cualquier seguridad religiosa y pondrían en crisis una vivencia espiritual tranquila si, efectivamente, Dios no hubiera respondido. Estamos ante un misterio cuando hablamos del dolor. Y ni siquiera Jesús mismo quiso estar al margen de él. Sea cual sea el rostro del dolor, de la carencia, del desajuste, del sinsentido, del miedo, de la soledad, ahí hallamos a Jesús que no ha querido eludir tan incómodo encuentro. 

Jesús pondrá lágrimas humanas en los ojos de Dios. Es la incomprensible imagen de un Dios Todopoderoso: que también Él supo y quiso llorar. Y hay situaciones en las que necesitamos el respetuoso abrazo del mismo Dios, que no viene a contarnos increíbles historias para distraernos en nuestro disgusto, sino la divina solidaridad de quien tanto entendió en carne propia lo que significa sufrir y lo que significa morir. Hay momentos en los que necesitamos las lágrimas del mismo Dios, un Todopoderoso que tiene entraña y se deja conmover hasta hacerse, por amor, frágil y abatible. 

En la parábola del así llamado Buen Samaritano, hay un apunte autobiográfico del mismo Jesús, como enseña de lo que supone la misericordia cálida, la acogida incondicional de un Dios vulnerable que comparte con el hombre los lances más hermosos del amor, así como los momentos más oscuros del dolor; lo que hay en las personas de más luz y coherencia, así como comprende los rincones más alejados del destino para el que fuimos hechos. No es un Dios cansino o indiferente, un Dios escandalizado y saturado de nuestra lentitud y transgresión, sino un Dios que se deja alcanzar, vulnerar, que tiene presentes nuestras torpezas y pecados, porque son las que, abrazándolas, ha venido a salvar.

Este es el Corazón abierto de nuestro Redentor que vive para siempre tras la resurrección. Es un corazón humano que palpita en el cielo eterno de Dios, para que nos acerquemos al trono de su gracia en donde su yugo es suave, su carga ligera y su misericordia nos llena de paz. Tenemos en Oviedo una imagen que desde el Monte Naranco preside la ciudad con su abrazo tierno y misericordioso. En el centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, desde nuestra atalaya nos unimos a la efeméride. Dulce pálpito de misericordia como regalo para el alma y para la sociedad. Bendito lugar en donde ese Corazón nos recuerda en su imagen que sabe latir samaritanamente por todos nosotros sus humildes hermanos.

+ Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

Oficio del día. San Pelayo

La castidad sin la caridad no tiene valor
De las cartas de San Bernardo
Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y, si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Oración
Señor, Padre nuestro, que prometiste a los limpios de corazón la recompensa de ver tu rostro, concédenos tu gracia y tu fuerza, para que, a ejemplo de san Pelayo, mártir, antepongamos tu amor a las seducciones del mundo y guardemos el corazón limpio de todo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.

martes, 25 de junio de 2019

«Los mártires despiertan al cristiano acomodado dormido»

El sacerdote Carlos Izquierdo charla en el monasterio de San Pelayo sobre la «necesidad de rescatar la memoria sin victimismo»

(El Comercio) «El siglo XX produjo las declaraciones de los derechos humanos, pero también centenares de millones de víctimas masacradas en genocidios, guerras civiles y mundiales, deportaciones, aniquilaciones de etnias, clases, grupos religiosos o ideológicos y un largo sinfín de etcéteras». Así comenzó, durante la tarde de ayer, la conferencia del sacerdote de la diócesis de Burgos y profesor de Patrología en la facultad de Teología del Norte de España, Carlos Izquierdo Yusta, en el salón de actos de la Hospedería del monasterio de Las Pelayas, con ocasión de la celebración del 1025 aniversario de la llegada las reliquias del mártir benedictino en Oviedo.

Bajo el título 'Mártires. Testigos sin bandera ni rencor', el canónigo recorrió la historia de algunos de los cristianos fallecidos en defensa de la fe durante el último siglo y de la «necesidad de recordarlos como lo que son sin ningún tipo de incomodidad en cuanto al tema ni victimismo». Lo hizo, basándose en la obra 'El siglo de los mártires', del italiano Andrea Riccardi.

«Los mártires despiertan al cristiano acomodado dormido, son grandes testigos de Dios. Una parte de la fe cristiana que Occidente no puede permitirse perder», manifestó Izquierdo Yusta frente a su público, formado mayo las veinticuatro hermanas benedictinas que habitan en el convento y que han diseñado estas jornadas.

«Queremos mostrarle a la ciudad, a través de la historia, en parte, de San Pelayo, qué nos aportan los mártires. No solo son héroes en su propia circunstancia vital, son muchísimo más y de una vital importancia para nuestra fe», explicó, además, la madre abadesa del monasterio de Las Pelayas, Rosario del Camino Fernández-Miranda.

Las actividades conmemorativas de este primer milenio de las reliquias en Oviedo continuarán hoy con una conferencia de Gaspar Muñiz y culminarán el miércoles con una eucaristía en honor de san Pelayo a través del rito Hispano-Mozárabe.

lunes, 24 de junio de 2019

Fe y agradecimiento. Por Guillermo Juan Morado

“Dad gracias en toda ocasión”. Todo acontecimiento y toda necesidad, enseña el Catecismo, “pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias”.

San Agustín comenta que nada se puede decir con mayor brevedad ni con mayor alegría: “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor obligación, ni hacer con mayor utilidad”.

La fe se manifiesta en el agradecimiento. Cuando somos agradecidos mostramos que no consideramos todo como algo debido, sino como un don que en última instancia proviene de Dios. Así lo comprendió aquel samaritano, uno de los diez leprosos que había curado Jesús. Solo él, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias” (Lc 17,15-17).

La Iglesia, al celebrar la Eucaristía – palabra que significa acción de gracias – , une su agradecimiento a Cristo, su Cabeza, que libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria (cf. Catecismo 2637): “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro”, exclamamos en la Santa Misa.

Es justo y necesario dar gracias y alabar a Dios por todo lo que ha hecho de bueno y de bello en la creación, en la humanidad y en nuestra propia vida. En ocasiones, contemplamos nuestra propia trayectoria desde el resquemor o el resentimiento, haciendo memoria de los agravios pasados, proyectando, de este modo, su carga de amargura en el presente. Esta actitud es parcial e injusta y no conduce más que a la tristeza.

El enfoque auténticamente cristiano tiende a olvidar los agravios y a avivar el recuerdo de tantas gracias recibidas, de tantos regalos que nos han venido de Dios por medio de muchas personas que él ha ido poniendo en nuestra vida.

Sobre todo hemos de agradecer a Dios las virtudes teologales: “Nuestro bien estriba principalmente en la fe, la esperanza y la caridad; pues por la fe llegamos al conocimiento de Dios, por la esperanza nos elevamos a Él, por la caridad nos le unimos (cf. 1 Cor 13). Por esta causa la acción de gracias es por estas tres virtudes, y primero por tener fe”, comenta Santo Tomás de Aquino.

Agradezcamos, cada día, el don de la fe y el sacramento del Bautismo, que es la fuente de la que brota toda la vida cristiana.

domingo, 23 de junio de 2019

EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER « EUCARÍSTICA

(ECCLESIA DE EUCHARISTIA/ San Juan Pablo II) 

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, « concordes en la oración » (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos « en la fracción del pan » (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: « no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».

En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el« stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: « Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros » (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

« Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22, 19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros: « ¡He aquí a tu madre! » (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y « con » Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud eucarística ».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la « pobreza » de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se « derriba del trono a los poderosos » y se « enaltece a los humildes » (cf. Lc 1, 52). María canta el « cielo nuevo » y la « tierra nueva » que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!

Evangelio Domingo de Corpus Christi

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. 

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» 

Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» 

Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres. 

Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» 

Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra del Señor

Fantástico, increíble: ¡Un cuerpazo de escándalo!. Por Mn. Francesc M. Espinar Comas

(Germinans Germinabit) En el colegio aprendíamos de memoria los sonetos de Lope de Vega y las poesías de fray Luis de León, el “A Buen Juez Mejor Testigo” de Zorrilla y las “Rimas” de Becquer. Es decir, se repetían continuamente antiguas palabras, sueños desvanecidos, conceptos usados. Los profesores de Sagrada Escritura en el Seminario nos invitaban a una actualización de la memoria a través de la Palabra de Dios, a huir de una repetición del pasado. ¿Con qué fin? Que la memoria bíblica se convirtiese en memorial, es decir que el pasado no fuese un recitado sin sentido sino que fuese como si lo viviéramos por vez primera. En una palabra, tú eres protagonista en directo de un Cristo que busca refugio en tu pecho, que se insinúa en tus pensamientos, que te despierta de tus somnolencias. ¡La Eucaristía! La emoción de un Dios que se te acerca a ti tal como eres: pecador y esclavo, pasota, cobarde y podrido. Sucio, espléndido e irreverente. Asombrado, escandalizado o indolente. No importa: Cristo entra. A veces siento el temblor de mis manos en el acto de la consagración: el gesto máximo del sacerdote. Sientes sobre los hombros encorvados el peso de lo divino, la ternura de tu debilidad de hombre, el poder de un misterio difícil de alcanzar. Que te secuestra liberándote. En tus manos sucias, el Corpus Christi. A veces me pierdo en los ojos de quien se acerca a comulgar: el asombro y la rutina, la emoción y la espera. El aburrimiento, la melancolía y la desgana. “Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre”.

Lástima que nos hayamos acostumbrado a este pan: ya no nos dice nada. Algunos susurran un “amén” por lo bajini, otros se molestan por las incomodidades de la fila, alguno lo toma como un caramelo. Algunos se lo creen de verdad y casi les ves llorar. Sollozar. Contemplas una lágrima que les atraviesa la mirada sonriente y fugitiva. Porque ésta es la Eucaristía: soltarte, agarrarte y dejarte llevar por la ola de Jesucristo. Recorrer senderos inéditos, trazar rutas de fantasía, trastornar tus proyectos. Quien celebra la Eucaristía se siente más libre, sabe que es un hombre pero no ya un hombre. Sabe que no merece la Eucaristía. Conoce aquel abrazo que te hace repartir, que te reorienta el camino, que traduce la debilidad en poder inaudito. Quien cree en la Eucaristía no está plegado de manos sino que está arremangado. Si la cabeza está ligeramente inclinada no es por un desviado misticismo, sino para entrever por las fisuras, caminos nuevos por los que lanzarse. Porque en el aroma de aquel pan partido anida la fuerza de los sueños. Te conviertes en un insatisfecho. Un intolerante ante las medias tintas. Alguien decidido a perderlo todo por intentar la aventura de la desnudez más pobre ante Dios. Y cuando Dios está por medio, soñar es un deber. Porque el sueño te permite imaginar una realidad diversa, porque impide dormirte en los laureles. El sueño te desvela, te pone en pie. Cuando en el mundo acontece algo nuevo es porque hay soñadores maravillosos e incurables, que se obstinan en imaginar una realidad diferente. Nueva. Fuera de la banalidad.

Desde siempre me ha fascinado la gente que celebrando la Eucaristía ha imaginado un mundo diverso. ¡De ser sacerdotes! De ser libres: de levantarse y de rebajarse, de construir, destruir y repartir. De convertirse en loco por Dios. Es posible que tanto a ti como a mí, te entreguen folios ya escritos. Y te inviten a repetirlos hasta la saciedad. Te dan a entender que la página ya está escrita, que está ya llena, que no caben más palabras. Que todo está en orden. Pero tú, si eres un hombre eucarístico, fijas tu mirada en los márgenes, en aquel espacio todo en blanco, virgen, no usado. Es decir, adviertes la posibilidad de anotar intuiciones, intentar empresas, disociarte de lo ya dictado y escrito. Los márgenes son los espacios futuros que te regala la Eucaristía: se vive al margen. Pero también se escribe en los márgenes. Los poetas anotaban sus correcciones en los márgenes. ¡Que perfeccionaban y embellecían sus textos!

Los famosos Padres del desierto nos legaron una serie de dichos y de apologías espirituales muy sugerentes. En una de éstas se recuerda el gesto extravagante de uno de ellos en relación a un discípulo que le preguntaba cuán intensa tenía que ser la unión con Dios. El maestro lo hizo bajar al Nilo y le cogió la cabeza hundiéndola en el agua al punto del sofoco. Cuando desesperado el discípulo consiguió levantar la cabeza sacándola a flote escuchó una pregunta: ¿Qué es lo que más has deseado en estos terribles instantes? “El aire” -respondió naturalmente el discípulo. “Pues bien -concluyó el maestro-, has de desear la comunión con Dios con la misma intensidad con la que necesitas el aire que respiras”.

La Eucaristía. La celebro al alba, apenas los sueños ceden su puesto a los primeros pasos. A mediodía, cuando el sol en el cénit se muestra majestuosa lumbrera de fuerza y acontecer. Al atardecer, cuando el alma se serena ante el remanso de las aguas de la febril jornada. Es una exigencia, una pasión, una emoción. Saludamos juntos a la aurora. Acompañamos la carrera del sol. Le damos las buenas noches al unísono. Yo y Él, Él y yo: El gigante y el niño. La perfección y el pecado. El orgullo y la misericordia. Arrodillado, con las manos extendidas a punto de consagrar, con los pies temblorosos advierto de nuevo el aroma del pan entrar en la piel. El sabor del riesgo. La aventura de la libertad. Cuando salgo, me parece que vuelo. O corro. O camino...

¡Qué deseo loco de incendiar el mundo y abrasarlo! ¡Dentro de aquel cuerpazo de escándalo!

El autor es Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet

Orar con el Salmo del Día

Sal 33,2-3.4-5.6-7
R/. El Señor libra a los justos de sus angustias

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de todas mis ansias.

Contempladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias.

jueves, 20 de junio de 2019

Testimonio de una religiosa de clausura

(Blog de Andrés Pérez Díaz) 
Jornada Pro Orantibus 

“Cuenta S. Jerónimo de sí mismo que, siendo ya sacerdote y llevando una vida de privaciones, había algo de lo que no podía desprenderse: su biblioteca. Preciosa y valiosa biblioteca. Dice S. Jerónimo que ayunaba de comer manjares exquisitos, pero no podía pasar un solo día sin leer a Cicerón y otros clásicos de la literatura pagana. Hasta tal punto que, si intentaba leer los profetas o los evangelios, le horrorizaba su lenguaje inculto y los despreciaba en su interior. ‘Al no ver la luz, pues tenía los ojos ciegos, no me acaba de convencer que era por culpa de mis ojos y no del sol’, decía S. Jerónimo. Sucedió que, en una Cuaresma, cayó gravemente enfermo. Ya le daban por muerto y comenzaron a prepararle el entierro. En esta situación, S. Jerónimo se vio llevado ante Dios y allí le preguntaron de qué condición era, a lo que él respondió que era cristiano, pero se le replicó que eso era falso, que en todo caso él era ‘ciceroniano’, pues donde estaba su tesoro, allí estaba su corazón. Jerónimo no tenía razones para alegar, y se quedó sin palabras. Aquello era verdad. Sentía que su conciencia le atormentaba por haber buscado la alabanza y la gloria humana, y haberse recreado en ella. Así que comenzó a gritar al Señor y a pedir misericordia. Se le concedió retornar a la vida humana con gran sorpresa de los que ya le tenían por muerto. Fue tal el vuelco que dio a su vida, que puso su corazón y, por tanto, su tesoro en la Sagrada Escritura y ha pasado a la historia de la Iglesia como un gran comentador de la Escritura. A él se debe la traducción al latín de la Biblia; es lo que se conoce como la Vulgata.

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Hoy la Iglesia, nuestra Madre, en su liturgia nos abre su Tesoro. ¿Cuál es el Tesoro de la Iglesia? Es Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos lo abre y nos dice: 1) Tu corazón ponlo en el Padre. No busques otros apoyos, otras referencias. Confía en Dios, confía en su Providencia y su amor sobre ti. Él te guía y te acompaña siempre. El Padre del cielo cuida de ti. 2) Tu corazón ponlo en el Hijo. No busques otros señores. Él es nuestro único Señor. Jesús es la perla preciosa, y el tesoro escondido de que nos habla el Evangelio. Solo Él es el camino de la felicidad. 3) Tu corazón ponlo en el Espíritu Santo. No busques la vida en otras partes ni en otras cosas. El Espíritu es Señor y dador de vida. Solo Él puede darte la paz y el gozo verdadero.

La Iglesia, además de abrirnos su Tesoro, también hoy nos abre su corazón y nos dice: En mi corazón están los hermanos y hermanas contemplativos. Hoy debéis rezar por ellos. Recordadlos y ayudadlos; ellos también necesitan de vuestra oración y cariño. El corazón de nuestra Iglesia diocesana está latiendo con la ofrenda de la vida y con la oración de los contemplativos. En nuestra archidiócesis hay monjas carmelitas en Valdediós, monjas dominicas en Cangas de Narcea, clarisas en Villaviciosa. En Gijón hay agustinas y carmelitas descalzas, y en Oviedo hay benedictinas, salesas, agustinas, pasionistas y carmelitas descalzas. También hay seglares que llevan una vida apartada de oración, de silencio y de trabajo.

Los contemplativos no os olvidamos ante el Señor. No hace mucho me decía una amiga: ‘Tú te has ido, nos has dejado. Tú tienes vocación, pero a nosotros qué nos va en ello…’ Es verdad que me he ido, pero no me he alejado.

No os he dejado. Al contrario. Estoy más cerca, aunque, como el corazón, esté más dentro y, por eso, más escondida. Dios me ha dado esta vocación, porque me ama, porque ama a la Iglesia, porque ama a la humanidad, porque os ama a vosotros, porque te ama a ti. Os va mucho en ello: mi vocación os pertenece y es para vosotros.

No me he alejado. Cuando estoy con Jesús en la oración, durante el día o durante la noche, vosotros estáis aquí, conmigo y con Él, como en una mesa de familia que Él, el Señor, preside y en la que nos está regalando su amor. Yo procuro serviros, como una madre sirve a la mesa de sus hijos. Así, en la mesa de mi corazón y de mi oración estáis vosotros –con vuestras vidas, vuestras necesidades, vuestras preocupaciones, dudas, enfermedades, desesperanzas…- para ser presentados y escuchados por el Señor. Y Él, tan bueno, quiere que os sirva amor en abundancia, alegría de Espíritu, paz y paciencia. De este modo, desde el Corazón del Señor llego a vuestro corazón.

No os he dejado. Sí, es verdad, a muchos hermanos no los conozco ni nunca sabrán de mí, pero han llegado a ser tan importantes que por cada uno y por todos ofrezco con Jesús mi vida cada día. Nadie debería sentirse solo; siempre, con nuestra oración, os echamos un cable, os tendemos la mano.
¿Es difícil darse cuenta de esta realidad? A veces sí, porque habitualmente no nos paramos a pensar que nuestro corazón está latiendo y regando nuestro cuerpo. Pero un día nos hacemos una herida y empieza a chorrear sangre y entonces nos percatamos que el corazón nos envía sangre a todo el cuerpo y tenemos vida. Por eso, a veces necesitamos tener heridas en el alma: insatisfacción, decepciones, fracasos, contrariedades, sufrimientos… para levantar nuestro corazón al cielo y saber que nuestra Vida es Dios. Solo Dios. Todo pasa y caminamos hacia Él. Pero estamos sostenidos, somos ayudados; alguien, una hermana o un hermano contemplativo, se acuerdan hoy de mí y puedo seguir caminando con confianza y llevar con paz y hasta con alegría mi cruz de cada día.
Allí donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Fijaos lo que nos dice hoy la Iglesia: allí donde está mi tesoro, es decir, mi Dios Uno y Trino, allí está mi corazón, es decir, los hermanos y hermanas contemplativos. Los hermanos y hermanas contemplativos tenemos nuestro corazón en el Tesoro de la Iglesia, y allí os tenemos a vosotros, nuestros hermanos, en el amor del Señor”.

Sor Cati de la Trinidad, C.P. 
Convento Santa Mª Magdalena 
Religiosas Pasionistas - Oviedo